Un acto 'in memoriam' de Mario Poggi | Crónica

Publicado el 25 febrero 2020 por Apgrafic
'Mario Poggi', 2016 (detalle) | © Huanchaco

Mario Poggi no viene volando. Viene a pie, enfundado en un saco amarillo. Pipa en boca, camina con la solvencia de un caballero del siglo XIX, brioso pero caduco, procedente de algún reino en decadencia. Lo veo pasar junto a mí, esta noche de noviembre, y asumo que los demás paseantes del Parque Kennedy también lo ven. En la memoria colectiva descansa la imagen del hombre extraviado en su propia ficción, el artista convertido en psicólogo, homicida y, finalmente, en histrión de la telebasura peruana. Alguien que en vida lo perdió todo, incluso la posibilidad de volver a empezar.
Y esta había sido su casa durante tanto tiempo que no resulta extraño verlo por aquí, con el cabello verde y sus gafas gruesas. ¿Acaso nadie le ha dicho que se murió hace tres años? Camina por la banca donde solía ofrecer test de colores antes de morir; se aleja, regresa y repite la misma escena en un rito incomprensible. El artista plástico Fernando Gutiérrez ‘Huanchaco’1, de puntillas para no perderlo de vista, me asegura que sí, es él. 

— Es como un cassette grabado de otro cassette, una mala copia de VHS. Pero es él. 

En un acto in memoriam, yo había citado a Huanchaco en la banca de Poggi, bajo un árbol junto a la rotonda de los artesanos. Hablaríamos de su último documental próximo a estrenarse en el Festival Transcinema 2019, un largometraje que el crítico Jorge Villacorta tildó de mockumentary, y cuyo título había escandalizado en redes sociales; nacía de una revelación demasiado disparatada en primera instancia, acaso la triste broma de un coprolálico. Pero Huanchaco dirá que todo sucedió en realidad, que en 2015 escuchó en boca del mismo Poggi, durante una regresión por hipnosis, lo siguiente: 

— En la selva descubrí la chucha perdida de los incas. 

Recordará, entre otras cosas y silencios en gradación de su nostalgia, que Poggi le trazó en un mapa la infalible ruta a “La Chucha Perdida de los Incas”, que le creyó de verdad y no por pena, y que tiempo después, antes de que su amigo falleciera y su sombra volviera a andar entre los vivos, partió en busca de eso que yacía escondido en algún lugar de la selva central del Perú. Sea lo que fuera, donde sea que haya sido, Huanchaco lo encontró


El viaje. Exploradores del siglo XIX en busca del secreto mejor guardado por Mario Poggi. 

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La chucha perdida de los Incas (2019) narra dos historias de forma cronológica: el viaje a un presunto templo precolombino dedicado a la fertilidad, y un intento por contactar seres divinos en colaboración con el grupo religioso Alfa y Omega. Ambos casos son reales. 

El primero evoca la figura del viajero europeo del siglo XIX, que reconstruye civilizaciones desde una perspectiva occidental y en base a bosquejos dibujados durante travesías trasatlánticas; es decir, desvirtuando la narrativa original. Poggi se reinventó en esa figura, cuando dijo que en una caverna en la selva de Ucayali había encontrado lo que creía era un lugar de veneración a la vagina construído por los incas (no existe un registro oficial del recinto, no se sabe a qué cultura perteneció, o si en realidad responde a un culto de la fertilidad). Tras confesar su hallazgo, cuenta Huanchaco, Poggi subió al techo de su casa, se proclamó rey de aquel lugar a la distancia e improvisó en varios idiomas el himno nacional de CAM, el país de los artistas, su país. Como en Aguirre, la furia de Dios, de Werner Herzog, Poggi monarca lo nombró marqués y le entregó una bandera de su reino imaginario con la que viajaría en busca de la gran vagina perdida. 

“No tendría sentido viajar como peruano dentro del Perú”, dice Huanchaco, “pero sí viajar viniendo desde el país de Mario, que era Chorrillos. Ir con otra bandera nos convierte en foráneos y al otro en otro”. 

La segunda historia inspiró su instalación previamente exhibida como Manual para hablar con Dios. En 2016, Alfa y Omega, una secta religiosa que mezcla el discurso bíblico, la ciencia espacial (los soles y los extraterrestres) y una postura política de izquierda, compartió con Huanchaco algunos de sus 4 000 rollos de escrituras y símbolos divinos, y éste los mandó a musicalizar a la Argentina. La madrugada del 22 de agosto, en Chilca, Huanchaco y su equipo enviaron el mensaje encriptado en sonidos desde una antena armada sobre el techo de una furgoneta, pero no recibieron respuesta de los cielos. Poco después, los noticieros nacionales informaron que esa noche, en un grifo de Chilca, un grupo de jóvenes había filmado lo que parecía ser un alienígena flotando a ras del suelo.  


Póster. En el 2016 el documental recibió un premio económico de la DAFO.

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A inicios de los noventa, Poggi ya es públicamente un desdichado: de ser alumno de Sartre —aseguraba—, y estudiar psicología y criminología en Europa, se hace artista plástico y regresa al Perú en pos de reconocimiento en su patria, pero alega que la indiferencia de su pueblo lo ha llevado a lanzar sus esculturas al mar. A mediados de los 80, la policía lo contrata para hacer el perfil psicológico de un supuesto descuartizador en serie llamado Ángel Díaz Balbín, pero en pleno interrogatorio Poggi pierde la razón y lo ahorca con su correa, aduciendo: “¡Salvé a la humanidad, acabé con el monstruo!”. Purga cinco años de prisión. Cuando sale en libertad, se esconde en la selva de Ucayali, donde cree que podrá empezar de nuevo, pero pronto es invitado a participar en night shows donde le incitan ese comportamiento de arlequín melancólico que no abandonaría nunca. “Cuando eres vulgar, eres encantador”, le dice por entonces un presentador. Pero Poggi ha quedado fascinado con la atención que recibe y que le permite ingresos para poder sobrevivir. Ahora es el 'Loco Poggi', infausto hombrecito en bata de doctor, padre de una familia nueva y otra desintegrada, con el cabello teñido de verde neón, pipa y gafas gruesas. Re-edita sus memorias bajo el título Yo solo sé que soy un imbécil

“Era otra persona en vivo. Super lúcida. Bien distante al que te imaginabas acá”, cuenta Huanchaco. “El personaje de acá era para llamar la atención”. 

En 2001, el director de cine B, Leónidas Zegarra, filma una versión erótica del asesinato de Díaz Balbín, y Poggi se interpreta a sí mismo. Mi crimen al desnudo (2001) capta la atención del joven Huanchaco, quien va y lo busca donde estará hasta el final de sus días: sentado en una banca del parque Kennedy. Allí se hacen amigos, hablan de fotografía, de estética. Se toman en serio, toman café juntos. Poggi lo invita a su casa de Chorrillos, donde le enseña sus obras de arte: ha sido escultor de éxito en Bélgica, le dice; en su bicicleta ha instalado ‘MAPO’, su propia galería y, además, la primera rodante en el mundo. Donde Huanchaco ve un héroe, el resto ve una caricatura simpática, pero lamentable: frente a cámaras se auto coloca la banda presidencial, dice muchas lisuras, grita, llora explosivamente, habla incoherencias, cuenta chistes vulgares porque asegura que sufre de coprolalia. Dice haber fundado el Partido LaRe DNI (Partido Reconchatumadre Democrático Nacional Independiente) e intenta ingresar a la política, pero fracasa siempre. 

“Tenía un futuro brillante. Luego de la cárcel, es un hombre que ha perdido todo. Su tragedia fue que cuando regresa a Lima y sale en los programas cómicos, termina embelesado por el brillo, la notoriedad que le da la televisión, pero queda en el abandono”, señala Huanchaco. “La vejez en un país como este es jodida, y la vejez estigmatizada, peor”. 

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Salvo la coleta, era él. 

“Estimados amigos, me he materializado para recordarles que aún estoy con ustedes, en sus corazones,” dice el falso Poggi. Más orondo, con el tiempo ha rejuvenecido, se ha vuelto moreno. Los amigos del verdadero Poggi le han pedido que gima como hacía el original, el que murió en 2016. “Ahhh!”, grita. La gente voltea a verlo. 

Evys Sánchez estudió actuación en México y hace cuatro días fue contratado por estudiantes de audiovisuales para interpretar al “psicólogo loco” (Huanchaco conversó con ellos, les dijo que poseía material inédito que podrían utilizar, como una foto de Poggi a los 18 años fumando en la nieve, en Alemania, pero en ningún momento les mencionó su propio film). El corto buscaba dar luces sobre los orígenes de sus problemas mentales: Poggi debió de haber sufrido algún desbalance psicológico, aunque nunca se supo cuál. Sánchez pasó unos días estudiando los videos del Poggi esperpéntico, se pintó el pelo con tinte barato, se buscó un saco de corduroy amarillo y sobre él, puso una banda presidencial. Solo le faltó cortarse la coleta —que descuadraba en algo—, el estetoscopio al cuello y la fisonomía de un boxeador viejo. 

Iván Vildoso, coleccionista de las pinturas y esculturas que Poggi dejó desperdigadas en su casa de Chorrillos, lo graba con su celular. Le suplica que diga algo más. 

“Yo les pido que no permitan que Poggi desaparezca...no desistan, continúen, perseveren, ¡los amo a todos!”, dice Sánchez. 

Esta vez ya nadie voltea. 


Falso Poggi. Evys Sánchez interpretando al excéntrico personaje en la banca emblemática del verdadero Poggi ubicada en el Parque Kennedy. 

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Desde Lima en bus a Satipo, de Satipo en combi a Puerto Copa; luego en bote hasta Betania y de Betania a Atalaya de igual forma. Tras navegar unos días, Huanchaco y su equipo llegaron a un sitio cerca de una comunidad Asháninka olvidada. Allí, vestido de caqui como un cazador de leones, con la ayuda de un guía local que Poggi le había recomendado, pudo localizar eso que parecía un hueco en la tierra de menos de un metro de ancho. 

A su retorno, Huanchaco visitó a Poggi para contarle lo que había encontrado dentro: una gran vagina simétrica tallada en piedra, la misma que él juraba haber descubierto dos décadas atrás. Había visto tinas llenas de agua, como incubadoras, y en el piso, encontrado algunos restos de cerámica e instrumentos como hachas en miniatura. Inspirado en estos vestigios “creó” una civilización perdida cuyas costumbres y ornamentos en forma de falo se imaginó con una inexactitud tremenda (los incas jamás colonizaron esa zona y los personajes que dibujó visten ropas de las culturas Recuay, Virú y Moche). En un sketchbook, ilustró hombres y monumentos a modo de manuales de arqueología del siglo XX. 

Poggi, al escucharlo, rompió en llanto. “Es la primera vez que me creen en 20 años”, le dijo a Huanchaco. Se había pasado la vida empleando la memoria como un acto de protesta contra la infamia. Ahora, a los 67 años, debía de sentirse validado, útil, necesario. Huanchaco quiso llevarlo a su taller ese domingo de febrero, le había hecho un retrato hiperrealista en el que sale apoyado en unos libros, en su papel de presidente y doctor, el rostro ajado, teñido de aburrimiento y resignación (sospecho que a la espera de algo); quería mostrárselo antes de viajar a Madrid, para la feria ARCO, donde iba a exhibir la instalación esa semana. Era su homenaje al héroe indiscreto, al gran descubridor de la chucha pérdida de los incas, y quería que lo viera terminado. Pero aquella tarde Poggi estaba inconsolable y a Huanchaco solo le quedó marcharse. Ya en Europa, ese mismo viernes 26 de febrero del 2016, le llamaron desde Lima para comunicarle que Poggi había muerto de un infarto al corazón. 


Homenaje. Este genial retrato hiperrealista fue expuesto en ARCO Madrid 2016. 

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Hay un halo de muerte, dice Huanchaco, una subcapa en la película que conlleva un luto. Durante el rodaje murieron tres figuras tutelares para él: su abuelo (fallecido mientras su nieto recorría la selva), Antonio Córdova (líder fundador de Alfa y Omega), y Poggi. Según Huanchaco, la cuestión freudiana es latente: durante la regresión por hipnosis, Poggi le habló sobre un rollo con su padre sin resolver. Hoy, cree que se refería a una ausencia paternal a nivel de sociedad (coincidentemente, la película termina en una marcha en el Centro de Lima tras la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski, nuestro fugaz padre de la patria). Para el director, esta ausencia no solo es la matriz de su obra experimental. Es, también, la matriz de la historia del Perú. 

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Se han ido, el falso Poggi, los estudiantes, los coleccionistas y los artesanos. En el cruce de las avenidas Larco y Benavides, hay un apagón. Huanchaco cree que Poggi se fue despintando hasta borrar todo vestigio de quien había sido. “Murió con el pelo blanco”, cuenta, vestido de blanco lo velaron en una capilla a cuadras del parque Kennedy. 

“El asesinato aún pesa sobre Mario, nadie quiere avalar eso. En una ocasión me dijo que no había sido él. En otra, me dijo que en este país quien mata a una persona se jode, y a quien mata a varias no le pasa nada. Sabía que a partir de ahí su vida se había jodido”, asegura. 

En unos días se proyectará el documental, y las primeras críticas apuntarán a la falta de unidad entre las dos historias. En las redes, se burlarán del título, pedirán ser reembolsados. Pero Huanchaco podría refutar estos dardos con una anécdota: antes de que muera Poggi, su esposa soñó que unos seres bajaban de una nave espacial y le entregaban un mensaje en forma de símbolos incomprensibles que más tarde dibujó. Cuando Huanchaco llevó los jeroglíficos a Alfa y Omega, le confirmaron el colmo de las coincidencias: que los jeroglíficos simbolizaban, en efecto, las figuras del padre y el hijo. Después de todo, quizá ahí esté la clave del documental: en descubrir que lo real es un engaño que cobra sentido en la locura. 


El viaje. “No tendría sentido viajar como peruano dentro del Perú, pero sí viajar viniendo desde el país de Mario", dice Huanchaco, en el centro, remando hacia lo desconocido.  


Huanchaco, nacido en 1978 en el balneario trujillano al que alude su sobrenombre, estudió artes plásticas en la PUCP. Su obra deambula entre la pintura, el dibujo, el video y la fotografía. Ha llevado su obsesión con los personajes secundarios —segundones, diría él— a instalaciones como ‘Superchaco’ (2006) o el film ‘Un héroe inmortal’ (2009). De cabellera larga entrecana, con lentes de aviador que le dan un aire a los setentas, a Huanchaco le interesan las dinámicas sociales que devienen en la creación de mitos y leyendas, quizá para intentar responder preguntas elementales que ya nadie se hace, cómo quienes somos y de dónde venimos. Además pareciera que siempre le suceden cosas tan absurdas que podrían resultar artificiales, con personajes reales pero en las postrimerías de la extravagancia; es a través de ellos que alcanza a contemplar el quiebre de lo real a manos de la ficción desmesurada. En fin, cosas fuera de serie como la aparición de su amigo fallecido el día en que hablaríamos largo y tendido sobre él.