Ya he divagado más veces sobre el tema de la originalidad. Suelo lamentar la falta de ella en muchos de los textos recientes que he leído. Es cierto que en parte se podría disculpar esa carencia debido a los más de cien años de historia que tiene un género literario en el que, por la cantidad de obras publicadas, es muy difícil introducir conceptos nuevos. Además, no es una circunstancia que se dé sólo en la ciencia ficción. Tal vez lo de apoyarse en otros textos pueda ser algo imposible de evitar, independientemente del tiempo en el que hurguemos. En la confección de una obra juega un papel importante el subconsciente del autor, e incluso su parte consciente en cuanto a que uno es producto de su experiencia (las obras leídas que han conformado su acervo literario) y del ámbito en el que se desarrolla (lo que prima en ese momento). Es muy fácil no darse cuenta de que tu idea ha salido de otro sitio. En este caso, la problemática en torno a las capacidades y el comportamiento de Osvald, el personaje principal del cuento, supone una inversión de términos de lo que ocurría con Richard Muller, el protagonista de El hombre en el laberinto. En esa novela, publicada por Robert Silverberg en 1968, el protagonista no podía evitar la emisión de un aura empática que desagradaba profundamente a sus semejantes, aislándolo y convirtiéndolo en una persona de mal carácter. En el relato de Le Guin sucede lo contrario, es la emanación emocional de los demás lo que resulta insoportable para el protagonista, convirtiéndolo en una persona arisca. Por otra parte, es muy difícil no reconocer al océano sintiente de Solaris en la entidad vegetal que rodea al Mundo 4470 en Más vasto de lo que pensáis y más lento. En la obra de Stanislaw Lem publicada en 1961, los humanos eran incapaces de comprender a una entidad inteligente que rodeba como un océano el planeta Solaris. Le Guin propone lo mismo, transformando el medio líquido en vegetación.Hablamos de dos obras publicadas tres y diez años antes y nada desconocidas para Le Guin. La antología en la que se publicó este cuento, como ya mencioné, estaba dirigida por el propio Silverberg. En apoyo de Lem llegó incluso a renunciar a la concesión de un premio Nebula, por lo que tampoco es descartable el consabido homenaje, pero no he encontrado nada al respecto. Quizás no se pueda acusar a Le Guin de plagiaria, pero lo cierto es que las dos grandes bazas del cuento, la base humana del conflicto y el propio novum, ya aparecían en narraciones nada lejanas de otros escritores. El asunto es, ¿tiene esto importancia? Bueno, la lectura del cuento sigue pareciéndome impactante, su contenido magnífico. No es original, pero el tratamiento que Le Guin hace de ideas que ya tuvieron otros autores antes que ella es muy interesante. Y distinto, que es lo que deberíamos mirar. Silverberg dotaba a su personaje de un nihilismo y un descreimiento del sentido de humanidad al que la creación de Le Guin da completamente la vuelta. Paradójicamente, el uso final que hace Muller de la maldición que lo separa de la humanidad le reconcilia y hace retornar a ella, mientras que la toma de decisión definitiva de Osvald lo separa de sus semejantes y de su propia naturaleza. El océano de Solaris es incomprensible, como lo es la vegetación del Mundo 4470, y su conciencia como ser vivo se hace patente en los efectos que tienen ambos sobre los seres humanos, pero producen resultados opuestos. Mientras que en la novela de Lem agudizan la incapacidad de comunicación y comprensión, en el relato de Le Guin provocan una comunión. El mensaje es opuesto: la obra de Lem hace hincapie en lo diferente, la de Le Guin en lo similar. La indiferencia de un universo ajeno y frío en Lem es calidez ecologista en Le Guin. No hay originalidad en los cimientos de este cuento, pero el tratamiento parte de puntos de vista tan dispares que da a luz obras muy diferentes.¿Entonces?En realidad, sobre este asunto ya indagué hace 14 años en una entrada que titulé Ideas concurrentes. El tiempo ha pasado y, como suponía entonces, sigo sin obtener certezas. El mundo del arte, en el que la literatura ostenta un lugar distinguido, sigue siendo para mí un mar de complejidades y un completo misterio. En parte, eso es lo que me atrae de ella. ¿Puede una obra ser original no siéndolo de partida? ¿Puede una historia con los mismos elementos ser considerada original por presentar un tratamiento o abordaje o conclusión distintos? Puede que la originalidad sea fundamental, pero también puede ser que, como afirman en el mundo del diseño, esté sobrevalorada. Paul Rand, creador de famosas marcas corporativas, genio del logotipo, hizo famoso un consejo: "No intentes ser original, intenta ser bueno". Quizás esté ahí la clave.
Ya he divagado más veces sobre el tema de la originalidad. Suelo lamentar la falta de ella en muchos de los textos recientes que he leído. Es cierto que en parte se podría disculpar esa carencia debido a los más de cien años de historia que tiene un género literario en el que, por la cantidad de obras publicadas, es muy difícil introducir conceptos nuevos. Además, no es una circunstancia que se dé sólo en la ciencia ficción. Tal vez lo de apoyarse en otros textos pueda ser algo imposible de evitar, independientemente del tiempo en el que hurguemos. En la confección de una obra juega un papel importante el subconsciente del autor, e incluso su parte consciente en cuanto a que uno es producto de su experiencia (las obras leídas que han conformado su acervo literario) y del ámbito en el que se desarrolla (lo que prima en ese momento). Es muy fácil no darse cuenta de que tu idea ha salido de otro sitio. En este caso, la problemática en torno a las capacidades y el comportamiento de Osvald, el personaje principal del cuento, supone una inversión de términos de lo que ocurría con Richard Muller, el protagonista de El hombre en el laberinto. En esa novela, publicada por Robert Silverberg en 1968, el protagonista no podía evitar la emisión de un aura empática que desagradaba profundamente a sus semejantes, aislándolo y convirtiéndolo en una persona de mal carácter. En el relato de Le Guin sucede lo contrario, es la emanación emocional de los demás lo que resulta insoportable para el protagonista, convirtiéndolo en una persona arisca. Por otra parte, es muy difícil no reconocer al océano sintiente de Solaris en la entidad vegetal que rodea al Mundo 4470 en Más vasto de lo que pensáis y más lento. En la obra de Stanislaw Lem publicada en 1961, los humanos eran incapaces de comprender a una entidad inteligente que rodeba como un océano el planeta Solaris. Le Guin propone lo mismo, transformando el medio líquido en vegetación.Hablamos de dos obras publicadas tres y diez años antes y nada desconocidas para Le Guin. La antología en la que se publicó este cuento, como ya mencioné, estaba dirigida por el propio Silverberg. En apoyo de Lem llegó incluso a renunciar a la concesión de un premio Nebula, por lo que tampoco es descartable el consabido homenaje, pero no he encontrado nada al respecto. Quizás no se pueda acusar a Le Guin de plagiaria, pero lo cierto es que las dos grandes bazas del cuento, la base humana del conflicto y el propio novum, ya aparecían en narraciones nada lejanas de otros escritores. El asunto es, ¿tiene esto importancia? Bueno, la lectura del cuento sigue pareciéndome impactante, su contenido magnífico. No es original, pero el tratamiento que Le Guin hace de ideas que ya tuvieron otros autores antes que ella es muy interesante. Y distinto, que es lo que deberíamos mirar. Silverberg dotaba a su personaje de un nihilismo y un descreimiento del sentido de humanidad al que la creación de Le Guin da completamente la vuelta. Paradójicamente, el uso final que hace Muller de la maldición que lo separa de la humanidad le reconcilia y hace retornar a ella, mientras que la toma de decisión definitiva de Osvald lo separa de sus semejantes y de su propia naturaleza. El océano de Solaris es incomprensible, como lo es la vegetación del Mundo 4470, y su conciencia como ser vivo se hace patente en los efectos que tienen ambos sobre los seres humanos, pero producen resultados opuestos. Mientras que en la novela de Lem agudizan la incapacidad de comunicación y comprensión, en el relato de Le Guin provocan una comunión. El mensaje es opuesto: la obra de Lem hace hincapie en lo diferente, la de Le Guin en lo similar. La indiferencia de un universo ajeno y frío en Lem es calidez ecologista en Le Guin. No hay originalidad en los cimientos de este cuento, pero el tratamiento parte de puntos de vista tan dispares que da a luz obras muy diferentes.¿Entonces?En realidad, sobre este asunto ya indagué hace 14 años en una entrada que titulé Ideas concurrentes. El tiempo ha pasado y, como suponía entonces, sigo sin obtener certezas. El mundo del arte, en el que la literatura ostenta un lugar distinguido, sigue siendo para mí un mar de complejidades y un completo misterio. En parte, eso es lo que me atrae de ella. ¿Puede una obra ser original no siéndolo de partida? ¿Puede una historia con los mismos elementos ser considerada original por presentar un tratamiento o abordaje o conclusión distintos? Puede que la originalidad sea fundamental, pero también puede ser que, como afirman en el mundo del diseño, esté sobrevalorada. Paul Rand, creador de famosas marcas corporativas, genio del logotipo, hizo famoso un consejo: "No intentes ser original, intenta ser bueno". Quizás esté ahí la clave.