Aquella mañana no era diferente a cualquier otra. Una mañana de invierno madrileño, buenos pronósticos, aunque frío a primer hora. El sol de febrero calentaría y jugaría a engañar a arboles y plantas como si fuera ya primavera.
Los dos enfilaron sus pasos hacia Canillejas. Era bueno una caminata de al menos hora y media, por lo del colesterol. No es que tuvieran especial prisa, es que con su poco mas de metro sesenta, ella parecía que andaba con cierta velocidad, pero no, era un efecto óptico de tener que dar dos pasos mientras él daba uno.
El sol era absorbido por la gorra que él hacia tiempo que lucia para proteger su poco pelo. El sol se reflejaba en el pelo absolutamente blanco de ella, ese mismo sol engañoso y un poco traicionero.
Pero esta mañana era especial. Un juzgado había ordenado el desahucio de una vivienda más. Estaba al orden del día. Los mismos que te facilitaron endeudarte para toda la vida, hoy se dedicaban a quitarte el techo para vivir.
El jubilado de Pegaso, ahora reconvertido en medio amo de casa, y la que nunca se jubilaría de ama de su casa, se acercaron al grupo de personas que intentaban evitar el desahucio, no conocían a nadie, ni era su barrio, pero a cierta distancia por precaución, quizás mas por cierta vergüenza.
La escena la ya normal, policía, funcionarios de juzgado, nervios...y una pareja, con gorra él, con el pelo blanco ella, los dos con la solidaridad en su mirada a unos metros.
Una chica joven se quedo mirando, se acercó, y les dio directamente dos besos a cada uno. Hija, dijo ella, pero si no te conocemos de nada, con una sonrisa. Ahora si nos conocemos, estáis aquí, y ya sois mis amigos, respondió la joven.
Vega, estas dos personas, con gorra él, con pelo absolutamente ella, son tus bisabuelos, a mi me enseñaron mucho, y me siento orgulloso de ellos, seguro que tu también.