El tiempo cómo es... Me refiero al tiempo que pasa mientras vivimos, no al clima. A esos minutos que esperas que vuelen cuando estás deseando salir del trabajo. Esas horas que se hacen eternas cuando esperas que te den una noticia o esos días infames que cuentas en tu calendario hasta llegar al día de tus vacaciones.
De repente te das cuenta de que ha pasado un año. Un año entero lleno de minutos eternos y fulminantes. De horas largas y mínimas. De días efímeros e intensos. Y te encuentras diciendo: ¿Ya? ¿No puede ser?
Hace un año que te fuiste. Me hiciste perder la noción del tiempo. Si pienso en los primeros minutos, el tiempo se para, todo va a cámara lenta, las imágenes en mi cabeza, las palabras de mi madre, el camino de mi cuarto hasta el salón con el teléfono en la mano, no entendiendo nada, mis pensamientos atropellados. De repente el tiempo se acelera, delante del ordenador buscando cómo ir a verte, con mi hermana hablándome entrecortada. Y otra vez un limbo cronológico, intentando calmarme, en la calle, paseando, mirando al suelo, y cruzándome con un número absurdo de gente que no quería ver, con quién no quería hablar, pero con quién finalmente acababa hablando sin saber muy bien qué decir, o simplemente asintiendo. Un borrón de horas sin sentido que parecían un sueño horrible, una pesadilla.
Llegó el viaje más duro de mi vida. Espero no volver a tener otro igual o peor. No quiero ni imaginar cómo fue el del resto. Lo que sé es que el mío fue largo. Larguísimo. Eterno diría. Una hora. La más larga en 15 años.
Y de repente todo se aceleró.
Pero yo quería que fuese despacio. Aunque no podía hacer nada. Las horas volaban. Perdí la noción del tiempo y me encontré despidiéndome de ti apresuradamente con un beso. Un beso que te robé porque no había casi tiempo. Por que te tenías que ir. Aunque tu quedaras con todos nosotros.
Y aquí has seguido todo este año. Y seguirás, todos los años, todos los días, todas las horas. Las largas y las cortas.
Pero aún estando conmigo te echaré de menos. Todo el tiempo.