Las guerras y la violencia siguen campando por el mundo: Libia, Yemen, Afganistán, Irak, Sudán del Sur, Burundi, Ucrania, etc. En Siria, tablero en el que se disputa con bombas una partida de geoestrategia a varios niveles, muestra hasta qué punto un dictador es capaz de aferrarse al poder masacrando a su población, una gran potencia contribuye activamente a su permanencia, facciones islamistas se enfrentan encarnizadamente entre ellas, naciones vecinas se involucran para afianzar influencia o debilitar a adversarios, las grandes potencias prueban nuevas armas y entrenan a sus ejércitos, y los que abastecen de munición y armamento a todos los bandos hacen su agosto a través de la venta legal o del tráfico ilegal más descarado. Ese es el escenario donde el Daesh, enemigo de todos y relevo de Al-Qaeda como organización responsable del terrorismo internacional de inspiración islamista y fanática, causa la destrucción e instala la muerte en su afán de proclamar un supuesto Estado Islámico, desde el que adoctrina a musulmanes desarraigados y descerebrados para que atenten en los países occidentales que los han acogido o, incluso, han nacido. Víctimas inocentes de esta locura, centenares de miles de refugiados que huyen de la barbarie, el hambre y la muerte, se juegan la vida en una travesía por países inhóspitos que los rechazan o aventurándose en frágiles embarcaciones por mar hacia una Europa que no sabe cómo enfrentarse a la mayor crisis migratoria que sufre el continente y que pone en cuestión aquellos valores que supuestamente figuraban esculpidos en el frontispicio de nuestras democracias: igualdad, justicia y dignidad.
Esta manipulación del miedo es la misma que ha usado el candidato Donald Trump para lograr el tickethacia la Casa Blanca, acusando a los mexicanos de ser violadores y asesinos, pavoneándose de su machismo para asegurar que un hombre poderoso puede manosear a cuantas mujeres quiera y prometiendo un EE UU más poderoso, renegando de la globalización y atrincherándose en un proteccionismo comercial y económico. Lo más curioso del éxito del candidato republicano es su vinculación, con trama de espionaje incluida, con el presidente ruso, Vladimir Putin, relación impensable en ese país en tiempos del “inquisidor” McCarthy, senador también republicano que impulsó una infame persecución contra todo lo que oliera a comunismo, hazaña conocida como “caza de brujas”. Ideológicamente ubicado en la ultraderecha; multimillonario con intereses empresariales que provocarán conflictos en su labor presidencial (¿impulsará leyes que perjudiquen sus negocios?); ilustrado del Reader´s Digest que niega el cambio climático y piensa actuar en consecuencia, contaminando todo lo que favorezca el comercio; estadista de barrio que se deja influir por quien admira por su determinación autoritaria, como Putin o Netanhayu; racista hasta para el uso de champú y sectario clasista como para revocar la tímida protección sanitaria de Obama que extendía su cobertura a los humildes que no pueden permitirse un seguro médico privado, así es el nuevo comandante en jefe de la nación más poderosa de la Tierra, un Donald Trump recién elegido por sus conciudadanos norteamericanos, incluso por los que deberían temerle, mujeres, negros, hispanos y pobres que no tienen ni para el médico, pero se creen sus recetas simplistas de hacer de nuevo a América grande (Make América great again). Un simple eslogan que ha movilizado a las masas hasta hacer realidad la mayor amenaza del mundo para la libertad, la paz y la justicia en las relaciones internacionales.