Aunque fue el papa Ponciano quien renunció por primera vez al trono petrino en el año doscientos diecisiete la renuncia del sucesor de Wojtyla causó conmoción al ser un hecho inédito en la época moderna.
Las comparaciones nunca son buenas ni el medio más adecuado para sacar conclusiones pero ante un hecho que modificó la visión que el mundo contemporáneo tenía del papado -un cargo de por vida, a pesar de lo difícil de sostenerlo- los dos papas, quien renunció y quien fue electo, siempre estarán fuertemente relacionados.
Será imposible e injusto calificar a dos personalidades distintas (uno teólogo, el otro con alma de pastor) pero ambos, con su manera particular de ser, han logrado dejar impreso su paso por el Vaticano.
Ratzinger peleó contra la pederastia, el lavado de dinero en el Banco del Vaticano y la cuna de lobos dentro de las paredes pontificias, lamentablemente para su fama, sus batallas fueron todo menos conocidas -sólo divulgadas a partir de los documentos filtrados en el Vatileaks y de conocimiento para quienes decidimos leer los documentos- y gracias a sus genes de alemán -poco carismático- no gozó de mucha simpatía entre los feligreses.
Por su parte Bergoglio con su sabor latino (aunque de sangre italiana) cayó bien desde el principio; su humildad -fingida o no- impresionaron a una cristiandad ansiosa de ver líderes adhoc con el estilo bíblico-cristiano de vida; el llegar a cosechar lo que ya había sembrado Benedicto XVI le hizo ver, en poco menos de un año de electo, como un pontífice muy trabajador.
El pontificado de Francisco no se puede entender sin el papado de Joseph Ratzinger aunque la gestión de Benedicto XVI sí se puede cuantificar sin estar ligada forzosamente a la de su antecesor aunque el trabajo que no hizo éste (Juan Pablo II) lo tuvo que limpiar el alemán.
Karol Wojtyla, quien será canonizado por Jorge Mario Bergoglio, hizo de la vista gorda ante abusos sexuales de los miembros del clero (léase, por ejemplo, a Marcial Maciel), evitó administrar el Banco Vaticano y las cosas de política nunca se le dieron bien; más bien fue, como dicen popularmente los vaticanistas, una estrella de rock que se dedicó a promocionar el catolicismo sin enfocarse a gestionar el Estado que tuvo a su cargo.
Cuando Ratzinger toma oficialmente el control del Vaticano, al ser electo como papa en dos mil cinco luego de años de ser el segundo a cargo aunque sin tomar por sí mismo las decisiones, se tuvo que enfocar a lo que mejor sabía hacer: defender dogmas.
El profesor de teología se vio expuesto a la peor época de la cristiandad en cuanto a credibilidad y numero de fieles, predicaba además desde una Europa cada vez más secular y los abusos sexuales diplomáticamente ocultados salían velozmente de la cloaca directo a la presa e Internet.
Además estaba en medio de luchas de poder y de sacerdotes de todo menos confiables. El colmo fue (aunque a la larga le hizo bien) cuando su mayordomo decidió filtrar a la luz pública documentos confidenciales de su despacho donde se informaban asuntos de política exterior, donativos generosos para poder como feligrés conocer personalmente al papa, deposición de enfermos sexuales disfrazados de clérigos, entre otras cosas más.
Esos asuntos, sumado a su ajetreada vida que cargaba a hombros, lo terminó por acabar mental y físicamente pero no por eso soltó rápidamente el cargo; su decisión -de renunciar- fue meditada, planeada y fríamente calculada.
Antes de dar su renuncia pública en latín organizó matemáticamente el Colegio Cardenalicio, y como si de piezas de ajedrez se tratara, acomodó a los cardenales electores nombrando a nuevos príncipes de la Iglesia encargándose de que fueran diferentes a los corruptos lobos que le habían acompañado en el Cónclave de su elección.
Así pues del grupo del que salió Francisco podemos deducir que se encontraban cardenales con un actuar mucho más limpio gracias al acomodo de Ratzinger.
El cardenal argentino aunque deducía que al decir sí al papado que estaría en un puesto poderoso pero no por ello cómodo sabía, de antemano, dos cosas:
Primera.- Estaría en una Sede Apostólica ya algo purgada; se toparía con proyectos trazados por Benedicto XVI -como el año de la fe- y solo tendría que seguir manteniendo lo había iniciado el papa alemán.
Segundo.- Creo que aún más importante que continuar proyectos de Ratzinger (en lugar de iniciar de cero); contaría con el privilegio de tener, de vecino prácticamente, a su antecesor.
Aunque el papa alemán dijo públicamente que se sometería al nuevo Pastor de la Iglesia, el mundo de antemano -al menos los vaticanistas- sabían que eso no era del todo cierto; en parte Benedicto con seguridad continuaría ejerciendo el poder papal aunque detrás de cámaras, como con Juan Pablo II aunque ahora sí con un rango de respeto.
Y es que Bergoglio es todo menos un teólogo y, aunque suene feo, tampoco tiene dotes de monarca. Su papel principal como sucesor de Pedro es cautivar, emocionar, seducir y atraer. El argentino tiene la difícil tarea de hacer simpático el cristianismo.
En meses lo logró: Times, Forbes, The Advocate, le galardonaron como persona del año dos mil trece; la figura del papa volvió a ser relevante para la prensa secular y los encabezados periodísticos comenzaron a mencionar al Vaticano sin ligar, forzosamente, palabras como pederastia, corrupción, lavado de dinero, complots u otros términos que tienen todo menos tintes cristianos.
Así, poco a poco, pero calculado, se logró que la cristiandad católica ganara nuevamente relevancia, importancia y credibilidad entre propios (creyentes) y extraños. Las palabras del Papa volvieron a ser importante y según cierto sector incluso los templos registraron un incremento en número de asistentes a misa (el llamado efecto Francisco)
Como dije en un inicio, comparar nunca será lo mejor pero sin duda el evento del once de febrero del dos mil trece -cuando Benedicto XVI decidió anunciar a sus cardenales y al mundo que renunciaba a su cargo como Papa- marca un hito en el Papado; desde ese día en delante se puede aspirar a ver al papado como un cargo con opción, viable y sin temor a un cisma, a una jubilación.
Y ese hecho es tal vez lo más importante de la dimisión de Joseph Ratzinger: relativizó de cierta manera el pontificado romano; un Papa es Papa porque es obispo de Roma pero cuando los obispos cumplen setenta y cinco años deben renunciar y ser conocidos como eméritos; y aunque fuera de edad -lo hizo a los ochenta y cinco- decidió tomar dicha opción como obispo de Roma.
Así pues, como lo expresó Lombardi (director de prensa del Vaticano), la renuncia del pontífice alemán determina para las próximas épocas una nueva era en la Iglesia así como genera una importante repercusión en futuros pontificados.
La imagen que encabeza el post la obtuve del sitio UOL.