Un aporte a la crisis en educación

Por Sofogebel

Por la Lic. Cristina Nores de Tonnelier
Hoy se prioriza la escuela de “contención” sobre la de aprendizaje. No se busca que el alumno aprenda, sino sólo “contenerlo” como un rebaño de ovejitas, para que no haga daño afuera, para que las estadísticas funcionen.
Cuando leo y escucho las noticias, me maravilla comprobar cómo todo en Argentina, ronda en función de la política. Los argentinos, como en Titanes en el Ring, contemplamos estupefactos a una minoría que lucha por el poder, mientras la inmensa mayoría trata de sobrevivir.
Hoy no se habla de planes energéticos, de construcción de caminos, de proyectos industriales, de promoción humana, de fortalecimiento institucional, nada de eso. Los temas candentes son sobre candidaturas, críticas mutuas y alianzas. ¿Gobernar? ¿En este momento? Ni este año por las elecciones, ni el otro por las de diputados y senadores, en fin, así saltamos de un año electivo al otro, sin que los funcionarios públicos dediquen tiempo a aquella tarea para la que todos los contribuyentes les pagamos el sueldo con nuestro trabajo. Porque nosotros sí que trabajamos, y si no lo hacemos, no cobramos. Es claro.
Y uno de los aspectos más deplorables que sufrimos en carne propia cada día, es el gravísimo deterioro de la educación argentina. Nos golpea, nos preocupa, nos desespera y genera en quienes verdaderamente trabajamos en la docencia, un sentimiento de frustración ante la impotencia de ver que nuestros esfuerzos se ahogan dentro de la mediocridad reinante.
Esa mediocridad que, yo lo puedo testificar, se inició con Alfonsín y los progres en educación. Esos psicopedagogos y especialistas que, sentados en una oficina, desarrollan proyectos para desarrollar en aulas que hace mucho o nunca han visitado. Porque nunca han estado frente a un curso, son teóricos y además soberbios, no escuchan. Como el ministro Sileoni que, en lugar de poner las barbas en remojo ante los pésimos resultados de la evaluación P.I.S.A, afirmó que no la solicitaría más porque están mal tomados los datos. A ningún otro país latinoamericano, asiático ni europeo se le ocurrió decir una barrabasada tal de una prueba internacional que compara el nivel educativo de todos los países interesados en progresar.
El problema es que esa comparación deja al desnudo la lastimosa crisis en que ya no se debate sino que agoniza, la educación argentina.
Es evidente que nuestros niños y adolescentes aprenden cada vez menos y, en la mayoría de los casos, ni siquiera adquieren después de ir mucho a la escuela, los más elementales hábitos intelectuales, sociales y mucho menos éticos.
Actualmente nos asombra el vandalismo que los alumnos ejercen cotidianamente en sus propias escuelas, la violencia que reina y la falta de respeto hacia el otro, sea alumno o profesor. Es llamativa también la absoluta desvaloración que existe socialmente en relación al conocimiento.
La cultura ya no es considerada un bien como lo es la TV, el consumo o el dinero, por lo tanto no justifica ni siquiera el tiempo de atención en clase. Más aún si consideramos que hoy se prioriza la escuela de “contención” sobre la de aprendizaje. No se busca que el alumno aprenda, sino sólo “contenerlo” como un rebaño de ovejitas, para que no haga daño afuera, para que las estadísticas funcionen.
Es así como estamos llenos de analfabetos funcionales, gente que tiene el título, pero no las habilidades necesarias para desarrollarse en la vida.
Y esto no debe ser limitado a una cuestión ideológica porque, como dijo Ortega y Gasset “Izquierda y derecha es sólo una cuestión de hemiplejia intelectual”. Es entonces relevante destacar que la educación de antes, ésa hoy tan denostada por enciclopedista, tenía grandes aciertos, aún cuando como todo, es permeable de aggiornamiento.
Sin embargo dio muy buenos frutos y fue calificada como “educación de excelencia” por René Favaloro en su libro “Memorias de un médico rural”. Allí se manifiesta especialmente agradecido a nuestro país, pues siendo su madre analfabeta y su padre trabajador rural, Argentina le brindó, dice él en su libro, la posibilidad de acceder a una escuela gratuita, popular y de tal excelencia que lo capacitó para la universidad. Universidad a la que pudo asistir porque un tío que vivía en Buenos Aires lo alojó en su casa. Lo mismo testimonia Florencio Sánchez en su pieza teatral “M`hijo, el dotor”. Todo nativo o inmigrante que viviera en Argentina, podía estudiar y progresar sin pagar un centavo.
Entonces me pregunto, ¿qué nos sucedió? Actualmente en Argentina las desigualdades educativas profundizan aún más las inequidades sociales.
Según la última encuesta del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, correspondiente a fines de 2009, casi un 10% de los adolescentes de entre 13 y 17 años no asiste a la escuela secundaria, a la vez que en los tres últimos años del trayecto escolar, un poco más del 40% se encuentra en situación de rezago educativo. Esta dificultad es todavía más pronunciada para el 25% de los adolescentes de los estratos sociales más pobres ya que, a pesar de que la escuela secundaria es obligatoria, hay un déficit educativo del 26% en los primeros años del secundario y del 66% en los últimos.
Pero estas cifras nada informan sobre las pésimas condiciones de enseñanza y las escasas habilidades desarrolladas por los jóvenes de bajos recursos que asisten a las escuelas públicas para pobres. Y es de una arrolladora evidencia que estas desigualdades educativas son un elemento descalificador y discriminante en materia laboral y social para quienes provienen de hogares en situación de pobreza. En otras palabras, acentúan la pobreza y condenan a la miseria a una vasta porción de argentinos.
Y esto es una gran injusticia.
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