Un artículo del Prof. Juan José Rossi

Publicado el 01 diciembre 2012 por Tetenoemi @TeteNoemi

¿Somos libres o sometidos?

En un post anterior, un comentarista, mauroliver, asistente del profesor Juan José Rossi, me invitaba a conocer a quien se dedica desde hace mucho tiempo a sistematizar un enfoque propio acerca de la historia de «nuestro continente», con más de 15 libros, años de docencia y formación docente. Yo no conocía al prof. Rossi sino por alguna cita bibliográfica de algún otro autor, principalmente de su obra «La máscara de América».

Dice mauroliver en su comentario: Las preguntas fundamentales que surgen de la obra de Juan podrían resumirse en estas tres:

  1. ¿Dónde y cuándo empieza la historia de este continente mal llamado América?
  2. ¿Es nuestra propia historia o es la de otros? y
  3. ¿Cuando los europeos invadieron el continente, los habitantes que encontraron eran el mismo hombre que ellos, o era otro hombre diferente?

Según mi humilde entender, éstas premisas convergen o coinciden ─con diferencias en más o menos que no es el caso desarrollar aquí, dado además que yo, al menos por ahora, no estaría a la altura─ con las posturas críticas y propugnadoras de un pensamiento propio de autores como R. Kusch, E. Dussel, y autores de la opción decolonial, que seguimos aquí.
Para hacerle honor, posteo aquí este artículo leído en su web.

¿QUÉ PIENSAN USTEDES? HOY, EN NUESTRO CONTINENTE ¿SOMOS LIBRES O SOMETIDOS?

Tengo la impresión de que muchos habitantes de Abya Yala (América) de hoy y de ayer no tenemos claro quiénes son los invasores y quiénes los invadidos.

A sabiendas o no, se da por descontado que en la condición de invadidos sólo estaban, y estarían todavía, los incorrectamente llamados ‘indios’ y no en conjunto la sociedad y sus estructuras. Es decir, invadidos y sometidos todos los habitantes, tanto los de origen cultural anterior a la invasión europea, cuanto los posteriormente arribados de forma voluntaria o por la fuerza ─los identificados con el sustantivo ‘esclavos’ cuando en realidad no eran tales sino ‘personas esclavizadas’ por el invasor─, los criollos y gauchos -más exactamente los nacidos aquí por cruzamiento entre ‘humanos’ de culturas diferentes- y, aunque se presuponga lo contrario, los mal llamados ‘inmigrantes’ de los últimos tiempos. TODOS, en tanto colectivo humano continental, conjuntamente invadido y sometido por el hecho insoslayable de ser nativos de esta tierra ─nacidos aquí o adoptados en algún momento de los últimos siglos, ahora y en el futuro─ PERO consubstanciados, en la mayoría de los casos inconscientemente, con el pensamiento y paradigmas ‘occidentales’; conviviendo con un status quo filosófico, socio-político y religioso impuesto por el invasor inescrupuloso que, a pesar del tiempo transcurrido, con sutiles renovadas estrategias se da el lujo -inclusive en y a través de nuestro sistema educativo-  de mantener amordazado el devenir histórico de alrededor de 40 mil años, o los que sean, y la manera de pensar  propia de la humanidad milenaria de nuestro continente.

Queriendo o sin querer, filosófica y operativamente, muchos se sitúan, con un cierto aire de superioridad intelectual o académica,  en el bando del invasor y pensador occidental, si bien en la realidad todos somos tan  dependientes como los habitantes nativos de la primera hora colonial. En nuestra memoria y en nuestro acervo intelectual pasa desapercibido que la transacción económico-cultural iniciada ilegítimamente en los siglos XV-XVI consistió en una apropiación a ‘tranquera cerrada’, como si se tratara de la adquisición tradicional de una estancia con todo lo plantado, incluido el personal de trabajo. Esa transacción ha sido y es continua con breves intervalos y cambios de metodología. Dentro de ese proceso sórdido, subyacente, lo más grave es que no tomamos conciencia de que también a nosotros se nos ha hecho y hace pasar por personal-súbdito de la estancia, aunque circunstancialmente algunos ‘privilegiados’ tengan más poder que otros, más recursos culturales y materiales, que les hace suponer que son libres.

En tal sentido, si realmente buscamos ser ‘libres’, no deberíamos perder de vista que “el operativo invasión” iniciado y pergeñado a partir de 1492 tuvo y tiene dos dimensiones profundamente involucradas que estuvieron presentes en todo el proceso de apropiación y subsisten en la actualidad en el pensamiento asumido por la población y en las estructuras que la contienen..

Por un lado la dimensión  político-militar-religiosa institucional  ─cuya estrategia mixta no conoció límites de crueldad─ que se manifiesta en casi todos los documentos de época pero que quedó reflejado especialmente en el Requerimiento real compuesto para ser leído a los pueblos que iban encontrando a su paso. Entre otras barbaridades expresa: “Vos ruego e requiero reconozcáis a la iglesia por señora e superiora del universo, é al sumo pontífice en su nombre, é al rey é a la reyna como señores e superiores… si así no hiciéredes… con el ayuda de dios entraré poderosamente contra vosotros e vos traeré guerra por todas partes, é vos subjetaré al yugo e obediencia de la iglesia é de sus altezas e tomaré vuestras personas é vuestras mujeres e hijos é los haré esclabvos e como tales los venderé, é tomaré vuestros bienes, é vos haré todos los males e daños que pudiere…”. Es obvia la conjunción estratégica del poder político y religioso en función de sus objetivos.

Por otro lado, la dimensión ideológica y simbólica, basada en tradición y principios filosóficos dogmáticos, tanto de los griegos y romanos clásicos, cuanto del período imperial, del medioevo cristiano y del renacimiento. A partir de esos principios estigmáticos del pensamiento occidental europeo, neutralizaron y desvalorizaron en tanto diabólicas, salvajes o simplemente erróneas a las cosmovisiones locales y a su  filosofía de vida, imponiendo por la fuerza las propias de Europa, tanto a nivel de códigos de convivencia ─pretendidamente universales por ser, según ellos, ‘revelados’─, cuanto a conceptos o parámetros filosóficos  que generan los estilos de vida y las estructuras socio-políticas y religiosas.

Además de estas dos dimensiones, pilares de la invasión, aunque no excluyentes, se dio un fenómeno más grave y sutil que debería destacarse en tanto motor subyacente de la endemia que nos mantiene sometidos y cegados desde el primer momento. En efecto, por una serie de pulsiones e intereses surgidos del espectáculo que les ofrecía el continente y su humanidad, los invasores discontinuaron la historia milenaria y fecundísima del continente a partir de un silogismo absolutamente falso que cimentaron en una lógica ficticia y en una supuesta voluntad providencial de su dios. De esa manera, y a pesar de unas pocas voces europeas en contra[1], torcieron el eje histórico-cultural de la humanidad de esta tierra derivándolo hacia occidente de modo de convencerse a sí mismos que el continente les pertenecía por derecho ya que estaba “vacío” de gente o, a lo sumo, sólo habitado por “salvajes”. Para convencer a la sociedad europea de tal aberración debieron destruir y tapar metódicamente sistemas filosóficos, socio-políticos y económicos autóctonos de simple o refinadísima elaboración (entre estos últimos por ejemplo el guaraní, aymara, inca o azteca) imponiendo los propios a cualquier costo, mediante estrategias militares, prepotencia religiosa, implantación compulsiva de sus idiomas, su arte, su economía, su sistema laboral explotador y el educativo vertical y dogmático, concebido, este último, desde sus parámetros culturales y metodológicos sin tener en cuenta en lo más mínimo la realidad local producto de un devenir de muchos milenios, tan humano como el de los demás continentes.

Por eso no es casual sino “causal” que en general (con excepción de algunos países con fuerte presencia de culturas de origen anterior a la invasión) se suponga vagamente que en nuestro nuestra tierra no había ni hay verdaderos idiomas nativos y tampoco filosofía, cosmovisiones, ciencia, tecnología, economía, arte y auténtica política. Todo fue amordazado con un gran velo que extendieron desde Alaska a Tierra del Fuego. Baste recordar los textos en que fuimos formados docentes y alumnos en los que apenas se menciona, a lo sumo tangencial y anecdóticamente, la inmensa realidad histórico-cultural nativa de origen pre-invasión.

En última instancia la gente en general, estructurada y formateada al detalle ─¡ojo!, aún los que se hacen llamar todavía ‘indígenas’ como si lo fueran─ dentro de un sistema filosófico y educativo concebido en su totalidad en Europa, da por sentado que aquí no hubo desde 40 mil años al presente verdaderos hombres protagonistas de una historia milenaria, sino “indios”, que en su concepto es lo mismo que decir, brutos e infieles. En realidad lo aceptamos inocentemente (casi sin culpa, aunque la mayoría trata de diferenciarse de ‘los indios’) porque estamos imbuidos de una densa historiografía, literatura “clásica” y presupuestos teóricos basados en una nefasta dicotomía y en los sofismas de marras hábilmente elaborados por teólogos y filósofos de pensamiento eurocéntrico-medieval-renacentista y, por supuesto, liberal-capitalista contemporáneo.

Es importante captar la estructura y el mecanismo de los sofismas subyacentes que adoptó y adopta diferentes formulaciones estratégicas según los objetivos concretos del invasor. O sea, según se trate de apropiarse, esclavizar (ahora con otros nombres), explotar, legislar o convertir. Fijemos la atención en la síntesis de dos ejemplos claves, tácita o explícitamente presentados en forma de silogismo:

Cuando los europeos aparecimos en este continente no había hombres cabales sino salvajes e infieles, en consecuencia no había historia ni cultura; es así que el hombre ingresó con nosotros  en 1492; por lo tanto a partir de esa fecha se inicia la verdadera historia y cultura en este continente.

Otra versión de este perverso y hábil silogismo es la siguiente: Los europeos descubrimos un continente vacío, sin príncipe cristiano, es decir, sin dueño; es así que la tierra de nadie pertenece al “primi capienti” y al papa representante de su dios dueño absoluto de todo; por lo tanto en adelante este continente es nuestro por derecho natural y divino.

Esta convicción de la sociedad europea en su conjunto (desde el papa y rey hasta campesinos y chancheros como los Pizarro), entre muchos hechos lamentables produjo la nefasta bula Inter caetera del disoluto papa Alejandro VI firmada de urgencia el 4 de mayo de 1493 para evitar una feroz guerra interna de intereses monárquicos y religiosos. Esta bula constituyó la defunción de la autonomía  política y cultural de nuestro continente. Entre otras barbaridades, absolutamente arbitrarias, expresa: “Nos, alabando en el Señor vuestro santo propósito (…) deseando que el nombre del Salvador sea introducido en aquellas partes … determinándoos a proseguir por completo… semejante expedición… debéis inducir los pueblos (que allí viven) recibir la profesión católica. (Para lo cual) motu propio…, de nuestra mera liberalidad y de plenitud de potestad todas las tierras  firmes descubiertas o por descubrir … por la autoridad de Dios omnipotente concedida a nosotros en san Pedro y por la del vicario de Jesucristo que representamos en la tierra con todos los dominios de la misma, con ciudades, fortalezas, lugares, villas y todas sus pertenencias… para siempre, según el tenor de las presentes, donamos, concedemos, asignamos y deputamos señores de ellas (las tierras de América) con plena y omnímoda potestad, autoridad y jurisdicción”.

A este tipo de razonamiento en filosofía se lo denomina “sofisma” puesto que por lo menos una de sus proposiciones o premisas es absolutamente falsa, resultando errónea su conclusión aunque parezca correcta. En este caso la premisa falsa vertebral es que en el siglo XV europeo aquí (en Abya yala) no había gente, ni tampoco historia, cultura, filosofía, arte, ética y derecho. O sea, según ellos, no había humanidad ni proceso histórico genuino y autosuficiente como en África, Eurasia y Oceanía, aportando infinidad de argumentaciones ilegítimas (inclusive desde su propia ‘filosofía’ y el derecho romano) para sustentar semejante aberración que lisa y llanamente perseguía y persigue objetivos económicos de supervivencia y lujo a costa de la humanidad de otro continente. Poco importa si se hizo con buena o mala fe. No correspondía ni corresponde bajo ninguna excusa. Pero lo intentan seguir activando, ahora con el resto del mundo y otras estrategias.

Con esta argumentación subyacente y generadora de todas las acciones del invasor, -más la “ayudita” del genocidio y enfermedades infecto-contagiosas- acallaron brutalmente la enorme realidad y la memoria histórico-cultural del continente, todavía hoy oculta para la mayoría de los abyayalenses (‘americanos’). Trasplantaron sin opción su sistema ideológico o modo de pensar, el político, legal, religioso y lingüístico.

 Sin ningún tipo de análisis crítico de nuestra parte, la literatura y la gente en general –quizá usted mismo– suponen como “legítimo y éticamente orientador” de nuestro continente al sistema occidental que nos envuelve, cuando en realidad es un método eficaz de vulgar sometimiento, aparentemente sutil, aunque conlleve una serie de innegables aspectos positivos e interesantes. Un método incorporado, tanto en la base misma de nuestra supuesta identidad cuanto en la concepción del sistema educativo que sutilmente genera nuestra mentalidad dependiente en todos los órdenes.

Es una realidad envolvente desde hace como mínimo 4 siglos ?al menos desde que el catolicismo y protestantismo lograron organizar e imponer su sistema educativo excluyente?, difícil de percibir  tanto en la estructura global de los sistemas político y educativo cuanto en lo subjetivo. Sin embargo, es posible revertirlo en la medida en que, bajando o superando los pre-juicios generados en ese largo tiempo, nos permitamos, aunque por el momento deba ser en forma individual o grupal fuera o al margen de enfoque oficial; es posible y necesario sumergirnos en la profunda y apasionante dimensión histórico-cultural de alrededor de 40 años de devenir de la ‘humanidad’ continental, poco importa en realidad si se trata de menor o mayor antigüedad. No debemos, ni podemos -bajo ningún supuesto principio filosófico- olvidar que la humanidad de Abya yala no es ni más ni menos que un desprendimiento, un avance tardío o reciente de la maravillosa dispersión de la especie Homo sapiens moderno (nosotros) que partiera un día lejano de África y se dispersara con absoluta libertad  por todo el planeta a lo largo de muchos miles de años, creando a su paso, como lo hizo en África, Eurasia, Oceanía y en Abya yala, sus propias estrategias de vida frente a ecosistemas distintos, que derivaron, naturalmente, en culturas diferentes, ninguna inferior o superior a las demás.

Cabe aquí aquel dicho popular: “A buen entendedor pocas palabras”, pero, agrego, el asunto no es solo “entender” sino comprometerse con lo nuestro.


Juan José Rossi,
Chajarí, junio de 2012