El hecho es que cuando llevaba media hora leyendo ya estaba firmemente convencido de que este libro no me iba a gustar. Cuando un buen escritor introduce la literatura como argumento en su literatura las reflexiones siempre son sencillas, claras, oportunas y, sobre todo, breves. Comenzar un libro, y más si es una novela negra, largándose un rollo que presuntamente nos coloque en un ambiente universitario, poético y literario, está fuera de lugar -en mi humilde opinión-. El caso es que ahí yo ya me había ido.
Intenté volver. Lo intenté durante toda la novela (uno siempre conserva la esperanza de que el desierto se acabe y lleguemos a la Tierra Prometida o al menos a un oasis). Pero no pude. Perseguí y traté de juntar los retazos de la investigación de Michael Ohayon, que en sí no hubieran estado tan mal y dan para una novelita de escasas cien páginas. Pero venga a meter por el medio los rollos de y entre los profesores universitarios, la secretaria, las esposas, la belleza fría de, la Universidad, y sobre todo la puñetera poesía israelí.
Creo que debí haberme pillado la edición en hebreo.