Si algo ha definido a Kenzaburo Oe como persona y como escritor, ha sido el nacimiento de su hijo Hikari con problemas mentales.
Kenzaburo Oe tenía entonces 28 años. Estaba influido por la literatura y el existencialismo franceses. Había publicado ya un libro y estaba esforzándose por abrirse camino en la literatura japonesa. Entonces nació Hikari y Oe descubrió que la vida era otra cosa. Oe cuenta que tras el nacimiento de su hijo releyó el único libro que había publicado hasta entonces y descubrió que no le animaba y entonces se dijo que si ese libro no le servía a él, tampoco le serviría a nadie.
La revista para la que escribía le mandó a Hiroshima para que escribiera un reportaje sobre las víctimas y allí una conversación con el doctor que las atendía, le hizo comprender la vida de otra manera. El propio Oe lo cuenta así:
“[El doctor] Shigeto me dijo: “No podemos hacer nada por los supervivientes. Ni tan siquiera hoy sabemos nada sobre la naturaleza de la enfermedad de los supervivientes. Ni tan siquiera hoy, tan poco después del bombardeo, sabemos nada, pero hicimos lo que pudimos. Cada día mueren mil personas. Pero yo sigo entre los mil cuerpos. Así pues, Kenzaburo, ¿qué puedo hacer sino exo, cuando necesitan nuestra ayuda? Ahora tu hijo te necesita. Debes descubrir que nadie en este planeta te necesita excepto tu hijo.” Entonces comprendí. Volví a Tokyo y comencé a hacer algo por mi hijo, por mí mismo y por mi mujer.”
A partir de ese momento su literatura cambió. “… Como escritor, debo reconocer que el tema central de mi trabajo durante una buena parte de mi carrera ha sido la manera en que mi familia se las ha arreglado para vivir con este niño deficiente.”
El primer libro en el que utilizó lo que le estaba sucediendo como materia prima para hacer literatura, fue “Un asunto personal”. La novela cuenta la historia de Bird un profesor fracasado, al que le gusta un poco demasiado el alcohol y que está insatisfecho en su matrimonio. Bird sueña con marcharse a África. De alguna manera siente que la vida, lo que quiere hacer, le está esperando allí. “… He querido ir a África durante muchos años, y mi sueño de sueños ha sido escribir una crónica de mis aventuras al regreso llamada “El cielo sobre África.”
Bird empieza a sospechar que la vida le ha atrapado y que no podrá irse a África. Justo entonces su mujer da a luz a un niño con una hernia cerebral. El doctor le anuncia que lo más probable es que el niño sea una especie de vegetal o que tenga un retraso mental severo. La manera en que los doctores hablan sobre el bebé y sus posibilidades de supervivencia es tan inhumana que roza el humor negro. “Como le dije, estoy en ginecología, pero me considero afortunado de haberme encontrado con un caso de hernia cerebral. Espero estar presente en la autopsia. Dará su consentimiento para la autopsia, ¿verdad? Puede que le incomode hablar de autopsias en estos momentos, pero mírelo de esta manera. El avance en medicina es acumulativo. Quiero decir que la autopsia que realicemos a su hijo puede proporcionarnos lo que necesitamos para salvar al próximo bebé con una hernia cerebral. Además, si puedo ser franco, pienso que el bebé estaría mejor muerto, también para usted y su mujer. Algunas personas tienen una manera curiosa de mostrarse optimistas en este tipo de casos, pero a mí me parece que cuanto antes muera el niño, mejor para todos los afectados…” “¿El bebé? Oh, sí. Sabremos lo que hay cuando el cirujano cerebral haya terminado el examen. Si es que el bebé dura tanto. Si no dura, la autopsia contará toda la historia. Dudo que el bebé aguante más de un día. Puede venir mañana a las tres de la tarde…”
Mientras su esposa está hospitalizada, Bird se debate sobre lo que hacer con ese bebé, al que ve más como un monstruo que ha hecho añicos sus sueños de aventura que como a un hijo. Las páginas que siguen son un frenesí que reflejan toda la angustia de Bird, que se busca como compañera de aventuras a Himiko, una antigua amiga tan desesperada como él y que está dispuesta a acompañarle a África, una vez que algún doctor comprensivo les haya ayudado a deshacerse del bebé.
Recalan en un bar de homosexuales que regenta Kikuhiko, un antiguo compañero de Bird. Hablando con él, Bird comprende finalmente la situación en la que está:
“Dejé al bebé con un abortista y entonces me escapé, huí hasta aquí (…) he estado huyendo todo el tiempo, huyendo y huyendo, y me he imaginado África como la tierra al final de toda la escapada, el punto final, el término. Lo sabes, tú también estás huyendo [habla a Himiko]. No eres más que otra chica de cabaret huyendo con un timador (…) Si quiero confrontar a este monstruo con honestidad en lugar de huir de él, sólo tengo dos alternativas: puedo estrangular al bebé con mis propias manos hasta que muera o puedo aceptarle y educarle. Lo había comprendido desde el principio, pero no había tenido el valor de aceptarlo…”
Bird opta por salvar al niño y reconciliarse con su mujer. En un final feliz, que Kenzaburo Oe no tuvo en su vida, al final resulta que no era una hernia cerebral sino un tumor lo que tenía el bebé. Le operan y queda bien.
Treinta años después en el cuento “Agüi, el monstruo del cielo”, Oe vuelve a la historia del nacimiento de su hijo y se imagina cómo habrían sido las cosas si su actitud hubiera sido otra.
En este cuento, al protagonista le contratan para que acompañe en sus salidas a un compositor, D., que se ha vuelto loco. Su locura consiste en que está convencido de que un bebé del tamaño de un canguro al que llama Agüi y al que sólo él puede ver, baja del cielo de vez en cuando a hablar con él. En un momento dado, el protagonista se encuentra con la ex-mujer del compositor y descubre lo que hay detrás de su locura:
“¿Agüi, dices? Debe de tratarse del fantasma del bebé que perdimos. ¿Sabes por qué lo ha bautizado así? Sencillamente, porque, desde su nacimiento hasta que murió, nuestro bebé no habló más que una vez, y lo único que dijo fue: “¡Agüi!” (…) Al nacer, nuestro bebé tenía en la parte posterior del cráneo una protuberancia tal, que parecía que tuviera dos cabezas. El médico se equivocó en el diagnóstico, una hernia cerebral, según él. Cuando D. lo supo, para evitarnos una espantosa calamidad, y después de consultarlo con el médico, hizo matar al niño. Supongo que en lugar de leche, le dieron agua azucarada, haciendo oídos sordos a sus llantos. Hizo que mataran al bebé porque no quería que cargáramos con una criatura destinada a vivir como un vegetal, tal y como había anunciado el médico. ¡No hay egoísmo peor! La autopsia, sin embargo, reveló que se trataba de un tumor benigno. Fue un shock que desencadenó las visiones de D. Ya ves, le faltóvalor para asumir plenamente su egoísmo y seguir viviendo como si tal cosa, y, al igual que no dejó vivir al bebé, se prohibió a sí mismo continuar su vida anterior. Sin embargo, no se ha atrevido a suicidarse. Se contenta con huir de la realidad y refugiarse en su mundo de ilusiones…”
La vida está hecha de decisiones, es lo que Kenzaburo Oé nos viene a decir. Podemos tomar a derecha o a izquierda y aprender a vivir con la decisión que hemos tomado. Lo que no podemos es huir de nosotros mismos.