Beatriz Benéitez Burgada. SantanderEran sobre las cinco y media de la tarde, y estaba con un grupo de amigos en la playa de Negril, al oeste de Jamaica. El atardecer era espectacular. El cielo estaba rojo y el sol se escondía poco a poco en el horizonte. La playa era no muy grande, y tenía la arena blanca y finísima. Había palmeras, y también unos barquitos anclados, de los que llevan a los turistas a la barrera de coral y a Long Beach. Era el primer día de las vacaciones, no llevábamos en el país ni cuatro horas, y estábamos disfrutando de un momento espectacular en un lugar bellísimo. Habíamos viajado en un vuelo especial repleto de cántabros (500 en dos turnos). Nosotros siete estábamos sentados en la arena y en las hamacas, charlando y disfrutando del impresionante espectáculo. En ese momento se acercan paseando por la orilla tres señoras de Santander, hablando entre ellas. Una le dice a otra: ¨¿Qué te parece Jamaica?¨; y la otra responde: ¨Mira Mari, esto es muy bonito y todo lo que tú quieras. Pero como El Sardinero no hay nada¨. Recuerdo que en ese momento pensé que, a veces, Dios da pan al que no tiene dientes. Nos miramos entre nosotros y alguien dijo: ¨no se puede ser más paleto¨. Había pensado escribir algo sobre Jamaica, un país en el que he estado un par de veces. Una me quedé tres semanas, y la otra pasé fugazmente, de camino a Cuba. Y repasando los recuerdos de aquellos viajes, me acordé de esa anécdota, y no me he podido resistir. Claro que todos pensamos que nuestro lugar de ogigen es maravilloso. Pero no disfrutar de un momento así, por pensar ¨lo mío es mejor¨.... sólo puede hacerlo una mente... diría que cerril. Y no me atrevo a decir si es mejor solución que no salgan nunca de casa, o que empiecen a ver mundo, a ver si se les abre la mente.Volviendo al país de Bob Marley, de parajes naturales increibles y de casitas de mil colores... de todo lo que vi, creo que lo que más me sorprendió fue la ausencia de mestizaje. Después de haber visitado muchos lugares del Caribe hispano, donde impera la mezcla de razas, me sorprendió ver que en esta colonia de la Commonwealth la totalidad de la población es negra, sin matices, con la excepción de unos pocos rubios muy rubios. Y es que los british nunca se mezclaron con los nuevos súbditos de su graciosa majestad. Otra cosa que llamó poderosamente mi atención, además de la naturalidad con la que tratan la sexualidad, es estar en casas, casitas más bien (de madera y pintadas de colores), con suelo de tierra y con el baño a quince metros de la cabaña, pero en las que no faltaban teléfonos móviles, televisiones de plasma, cadenas de música y dvds. La tecnología les vuelve locos y a veces la anteponen a necesidades básicas. Por cierto, la música tradicional de Jamaica no es el reggae, es el ¨mento¨, muy anterior al primero. Y si alguna vez vais al oeste del país, no dejéis de hacer una visita al hotel Rock House, construido literalmente en la roca. Sencillamente impresionante. También se vinieron abajo algunas de las ideas preconcebidas sobre los rastafaris, una religión que practica buena parte de la población. Fuman marihuana sí (estará prohibido por la ley, pero las provincias están llenas de enormes plantaciones); pero no beben una gota de alcohol, ni comen carne (sí lácteos y huevos). De Jamaica no puedo recomendaros grandes museos, ni importantes construcciones. Pero sí a su gente, que está muy arriba en el ranking de las personas más amables que he encontrado en mis viajes. Kingston, la capital, es peligrosa. El hambre hace estragos y los íncides de delincuencia callejera son altísimos. No así las provincias, lugares en los que su población trata al visitante con mimo, para que recomendemos su país como destino vacacional. Y así lo hago.