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Después de haber estado casi dos años en la ciudad alejada de sí misma, Giselle volvía al pueblo para enfrentarse a su pasado.Toda la familia tenía puesta su mirada en el baile del próximo miércoles donde se darían cita las familias adineradas de la zona en compañía de sus hijas casaderas. Naturalmente Giselle y su familia estaban invitadas, como también lo estaba el matrimonio Rocherford, aunque nadie sabía a ciencia cierta si su hijo haría acto de presencia. La noticia del regreso de Giselle había corrido como la pólvora entre los vecinos y todos curioseaban sobre la posible asistencia del joven Rocherford al baile y su, también posible, reencuentro con Giselle.Evidentemente, Giselle estaba al corriente de esta situación y para una muchacha en su situación, esta incertidumbre se hacía casi insoportable.
Todos se preguntaban y apostaban sobre si el joven Rocherford, en el caso de que acudiera al baile, sacaría a bailar a Giselle. Esta cuestión también preocupaba sobremanera a Giselle aunque trataba por todos los medios de parecer natural y serena ante su familia y vecinos, así que, desde que supiera del acontecimiento del miércoles y de las habladurías de las que era objeto, se pasaba las tardes leyendo en su rincón preferido del jardín sentada en un banco de piedra protegida por un frondoso emparrado de buganvillas. De vez en cuando se le veía levantar la vista hacia el horizonte como si recordara, pero rápidamente volvía al libro con una sacudida de cabeza.
- Estoy segura de que el joven Rocherford te sacará a bailar nada más verte, querida. Es tan apuesto. Deberías verle cabalgando por el pueblo. Es tan galante. Escuché a la señora Brooks decir que el joven está interesado en saber si irás al baile, lo cual quiere decir que él también acudirá. Será mejor que te prepare el vestido blanco. Estarás radiante.- No tengo ninguna intención de estarlo.- ¿Cómo puede darte igual una cosa así? Yo en tu lugar, estaría histérica preguntándome si estaré o no lo suficientemente atractiva para él. Estas muy delgada y pálida, hija. Mírate, estás triste, otra vez.- Me trae sin cuidado. Aún no he decidido si iré al baile. Lo más probable es que me quede en casa.- Por supuesto que irás. Ninguna muchacha en su sano juicio obviaría una oportunidad así; además tendrás que apuntar a alguien en tu carnet de baile.- Mi carnet de baile está vacío.- Pues con alguien tendrás que bailar. ¡Qué dirá la gente si te viera sentada durante toda la velada con esa cara! Yo creo que el señorito Rocherford es una buena opción, hija. Ninguna muchacha en su sano juicio…- Yo no estoy en mi sano juicio, madre. - ¿No estarás dándole vueltas otra vez al asunto ese de la señorita Marie-Anne?- No.Pero nunca jamás en la historia de la literatura ese “no” tuvo más intención y sentimiento de “sí”.- Tú verás... Clarissa Johnson irá también al baile y estoy segura de que tendréis muchas cosas que contaros y más, después de no haber acudido a su enlace con el señor Fritz; aunque claro, era de esperar, el señorito Rocherford es el mejor amigo de su marido.Algo contrarió la voluntad de Giselle al escuchar el nombre de su querida amiga Clarissa y suspiró de fastidio ante el semblante triunfal de su madre. En el fondo se sentía complacida de volver a ver a su buena amiga después de tanto tiempo, aunque fuera en ese odioso baile.
Los días se sucedían, al igual que las páginas de los libros en los que Giselle se refugiaba bajo la sombra de las buganvillas, hasta que por fin, llegó el miércoles.
Giselle, luciendo su vestido azul, hizo acto de presencia en la sala de baile colgada del brazo de su amiga Clarissa. Su semblante estaba serio y asustado.
Todo el mundo a su alrededor murmuraba indiscretamente sobre lo que acababan de presenciar.
Llegado el momento, el señorito Rocherford se acercó y sacó a bailar a Giselle. El baile comenzó. Todos en la sala los miraban; unos con disimulo; otros con descaro.- - ¿Qué tal su estancia en Londres?- Muy tranquila, señor Rocherford. Gracias por su interés.- - Debe saber que fui a buscarla. Me siento muy afligido por todo lo ocurrido; pero permítame que le cuente lo que sucedió.
- Las explicaciones llegan demasiado tarde, señor Rocherford.- Permítame que me excuse. La señorita Marie-Anne me envió una carta el día anterior a nuestro enlace, en la que me advertía de que usted me había deshonrado enamorándose de otro caballero.