Un banal e irresponsable hipercrítico

Publicado el 17 abril 2014 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19

Por Vincenzo Basile

No es esto un cuento absoluto, ni un intento para arremeter indiscriminadamente contra una generalizada categoría.  Tampoco es una historia. Es un no-cuento, una no-historia. Es un mensaje personal, pero abierto, dejado andar libremente para que llegue a sus destinatarios. De hecho, tampoco hay rígidos destinatarios. Serán los distintos receptores quienes valorarán autónomamente donde colocarse, si avalarlo, repudiarlo o esconderse tras la hipócrita máscara de la indiferencia. Igualmente no es importante definir quien es el protagonista. El sujeto podría ser inexistente, podría tratarse de una persona específica, incluso podría ser yo, y al mismo tiempo podrían ser centenares o miles de personas. Su autenticidad va mucho más allá de una existencia física y su validez es independiente de cualquier caso concreto. Lo siguiente es un pedazo de vida de un muchacho cualquiera -perdónenme por la declinación masculina- que en sus hombros advierte todo el insoportable peso de lo que significa ser un joven cubano con ganas de decir algo en la Cuba de hoy.

Este joven está aplastado entre tres fuerzas que empujan en opuestos sentidos. En primer lugar, la fuerza más genuina, espontánea y necesaria es la que procede desde familia, vecinos, amistades y compañeros de trabajo. Todos ellos son protagonistas diarios de decenas de historias y le ofrecen razones para alzar su voz, para cuestionar y criticar, para no quedarse conforme con el estatus quo, para querer mejorar su entorno, para no querer aceptar que la alternativa a la contemporaneidad cubana solo podría ser un drástico retorno a lo que había antes de ese glorioso pero muy lejano enero del siglo pasado. En segundo lugar, la fuerza más insoportable es la que llega desde una estrecha pero recia clase conservadora, los que quieren tapar, callar, silenciar, esconder y justificarlo todo. Un sector de incalificables que confunde revolución con (auto)conservación, unidad del pueblo con una improbable idea de un disciplinado ejército amaestrado que cumple, obedece y solamente critica lo que puede ser criticado, oportunamente y en los lugares más adecuados, ejerciendo este otorgado derecho con responsabilidad, sin darles a los enemigos y sin caer en la hipercrítica. Y en tercer lugar, la fuerza más penosa emana de un estrecho grupo de jóvenes y menos jóvenes periodistas, víctimas del conservadurismo y a la vez verdugos de la opinión imperfecta; censurados que se hacen censuradores porque interpretan el oficio de bloguero como algo de su exclusiva pertenencia, la única forma para escapar de la apática trampa periodística cubana y realizar así esos frustrados sueños cronísticos que sus evidentemente inútiles títulos universitarios les habían prometido.

Cuando publica algún comentario, no está sometido al sencillo juicio que la humana valoración puede lanzar contra una igualmente humana opinión. Muchas de las personas que compartirían sus ansiedades, así como los que podrían no compartirlas con válidas y opuestas argumentaciones, desde la familia hasta los compañeros de trabajo, no siempre pueden aprovechar una conexión y sumar sus voces a la suya. Al contrario, el informal pero vigilante ojo del conservadurismo y algunos miembros de la sectaria casta periodística -estos últimos terriblemente asustados porque conscientes de que el dichoso título no les ha otorgado ninguna capacidad analítica suprema- le caen por encima con todo su poder, con toda su presión y con toda su fuerza excluyente y aislante. Los primeros lo acusan de ser un desinformado y a la vez un desinformador, alguien que habla irresponsablemente sin saber lo que dice, que no investigó suficientemente antes de llegar a una determinada conclusión; y los segundos lo estigmatizan, lo acusan de ejercer periodismo banal o sensacionalista, lo culpabilizan por no ser capaz -según ellos- de llevar adelante un correcto ejercicio de periodismo, un periodismo alternativo, o mejor sustitutivo, a una prensa inexistente; o por tratar de profanar un sector que no es competencia de los intitulados y que debe ser evaluado con la lupa de las categorías académicas. Algunos, por suerte pocos, van mucho más allá y se lanzan en una anticuada orgia entre paranoia, sospecha y escepticismo. Hablan del planes orquestados en los palacios del poder del vecino del norte que constantemente se encuentra en una desesperada caza para reclutar potenciales elementos subversivos que se alcen contra el sistema vigente en el país.

Esto es el tratamiento común que muchos reservan a este muchacho, a este banal e irresponsable hipercrítico que sin título, sin experiencia profesional y sin formación académica siente un profundo compromiso de responsabilidad hacia su país. A falta de otros espacios concretos, su bitácora es su válvula de escape personal, la herramienta que ha escogido para participar. Frustraciones, ansiedades e incertidumbres son canalizadas, convertidas en prosa digital y lanzadas potencialmente a todo el mundo. Utiliza los bytes y una dimensión abstracta para ejercer plenamente sus derechos ciudadanos y empujar para la realización de una auténtica democracia participativa que acabe con la distinción entre el individuo privado y el público, entre el anejado bourgeois y el participante citoyen. No es un experto en temas económicos, sociales o políticos, aunque muchas veces sorprende a sus lectores con su lucidez analítica. No pretende sacar grandes ensayos o disertaciones. Es observador y activo cronista de una realidad que diariamente vive. Ofrece opiniones, suyas, personales e impregnadas de subjetividad. No generaliza, no se erige a si mismo a representante de un pueblo, no pretende conocer la verdad, la causa inicial o la solución final de las angustias que afligen a su generación. Su discurso no tiene finalidades subversivas. No piensa destruir el régimen político, económico y social implantado en Cuba. No quiere intervenciones extranjeras. Desea la plena independencia para su país. Quiere desarrollo, prosperidad y más democratización, pero al mismo tiempo no dibuja a Cuba como el antro del infierno, evitando así caer en un despreciable catastrofismo exasperado que solamente sirve para buscar prosélitos externos. Su visión puede ser académicamente incorrecta. A menudo se deja vencer por pasiones juveniles, por errores de evaluación o por una natural irreverencia, defecto congénito de su carácter y también obvia consecuencia de su edad.

Es un bloguero comprometido, algunos lo considerarían un activista social de nuestros tiempos. Consciente o inconscientemente, ha asumido el reto gramsciano de ser parte de una sociedad civil crítica, hasta hipercrítica, generadora de visiones contra-hegemónicas. Quiere ser protagonista y artífice de su futuro. Es un ciudadano que quiere hablar. Es un bloguero que sencillamente quiere bloguear. Su forma de ser es el emblema de su autenticidad, del más puro y desinteresado compromiso con su nación. Sus discursos banales, su irresponsabilidad y su hipercrítica son lo mejor que puede enseñar en un país donde muchas veces la hipocresía, el oportunismo y la disimulación han llegado a considerarse virtudes encomiables. Se puede aplaudir o juzgar, apoyar o criticar, respaldar o rechazar todo lo que él diga. Pero hay que respetar esta voz de banal e irresponsable hipercrítico que quiere ejercer su inalienable derecho a la inteligencia y acepta que el único límite que debe existir a la libertad de expresión nada más es que la libertad de los demás. ¡Ojalá surjan millones como él!


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