El HMS Dreadnought.
El 10 de febrero de 1906 fue botado el HMS Dreadnought, un barco de guerra británico que revolucionó el diseño de los buques de la época y que cambiaría el destino de Oriente Medio para siempre. El Dreadnought era más grande, más rápido y sus cañones eran más eficientes y disparaban más lejos que los de cualquier otro barco de guerra del mundo. Pero, sobre todo, la característica que le hacía diferente a cualquier otro acorazado de su época era que ya no funcionaba con carbón. El combustible que necesitaba para alimentar sus motores era el petróleo.El HMS Dreadnought suponía una ventaja fundamental para la Royal Navy, la marina de guerra británica, que se encontraba en plena carrera armamentística con los alemanes. John Arbuthnot Fisher, el Primer Lord del Almirantazgo (máximo comandante de la flota) y gran defensor del Dreadnought y de la modernización de la Royal Navy, sabía que cualquier avance militar podría suponer una ventaja fundamental en la futura guerra que se avecinaba. Sabía que la producción en serie de este tipo de buques podría suponer la victoria y, sobre todo, la garantía de existencia del Imperio Británico, cuyas colonias y dominios dispersos por el mundo necesitaban una flota poderosa que los mantuviera unidos y defendiera sus comunicaciones en una época en la que la aviación todavía estaba en pañales.
John Arbuthnot Fisher.
Por ello Gran Bretaña apostó por el Dreadnought y, ya con Winston Churchill al mando del Almirantazgo en 1911, modernizó su flota. Había comenzado la gran revolución, ya que el principal cambio fue pasar de las antiguas calderas de carbón a motores Diesel que utilizaban petróleo, más rápidos y con mucha mayor autonomía. Esto afectaba a cientos de barcos, por lo que de golpe esta sustancia inútil de color negro, pegajosa y maloliente se convirtió en un bien fundamental para la seguridad del Imperio Británico. Sin embargo, esta medida tendría consecuencias geopolíticas a largo plazo: de repente había que localizar y controlar un suministro constante y fiable de muchas toneladas de petróleo al día para mantener en funcionamiento a la mayor flota del mundo, y el Imperio Británico tenía que conquistar esos yacimientos. Cuando comenzó la reconversión de la flota los británicos ya estaban buscando esos yacimientos en Oriente Medio. El 28 de mayo de 1901 y por un precio realmente irrisorio —20 mil libras y el 16% de las futuras ganancias durante 60 años— el empresario William Knox D’Arcy recibió del Gran Visir de Persia una concesión exclusiva para explorar una superficie equivalente a 80% del actual Irán. Las primeras perforaciones no fueron exitosas, pero el 26 de mayo de 1908 se descubrieron los grandes pozos en Masjid-i-Suleiman. Con este descubrimiento nació la Anglo Persian Oil Company, la precursora de la actual British Petroleum (BP). Había comenzado la presencia británica en la zona, que no tardaría en aumentar, ya que los ingenieros localizaron extensos yacimientos en Mesopotamia, el actual Irak.Había un problema, ya que ese territorio pertenecía al Imperio Otomano, un fiel aliado de Alemania, por lo que ese petróleo quedaba fuera del alcance británico. Eso cambió tras la Primera Guerra Mundial, en la que los otomanos lucharon y perdieron al lado de los alemanes. Los británicos ya controlaban Egipto y el estratégico Canal de Suez (fundamental para sus comunicaciones con su principal colonia de la India), y desde allí trataron de expandir sus dominios por el resto de los países árabes. Para ello no dudaron en utilizar el engaño.