Un morir hermoso honra toda una vida*, reza el epígrafe de Petrarca con que comienza esta nueva aventura de Maqroll el Gaviero. Quiere alcanzar las fuentes de un río del trópico, en busca de noticias de aquellas personas que alguna vez le hicieron compañía y de las que guarda grato recuerdo. Es que el Gaviero está envejeciendo y la nostalgia de una vida errante y por lo mismo siempre evaporándose, sin dejar huellas convencionales (una familia, hijos, propiedades, etc.), lo hace sentirse un olvidado de aquello que da origen a su tradicional nostalgia. Sé que ‘tradicional’ es un adjetivo espantos, completamente desubicado para esta oración y lo que pretende significar, pero bueno, ya estamos. A llegar al puerto de La Plata, del que no señala más datos geográficos, decide quedarse allí y dejar que el tiempo pase, ya que se apodera de él cierta indolencia y desamparo. Se refugia en una pensión regentada por una mujer ciega y abre cuenta en la cantina del turco, para beber todo lo que pueda mientras recibe rutinariamente un giro que le permite ir tirando un poco más.
Pero, como no se cansa de señalar el Gaviero, los destinos están trazados, y en las líneas escritas para él figura una anécdota más, llena de brutalidad imbécil y a la vez de esos raros elíxires que nos da la vida como para comprender que todo esto que llamamos vida no se agota, sino que sigue siendo pródiga, aun cuando ya todo parece apagarse. Luego de armarse un ritual de putas ocasionales con mujeres que vienen de la montaña al puerto, conoce a Amparo María, un último regalo inesperado, la pasión sexual y la fuerza imponderable de la seducción, unidas al cuerpo de una mujer joven y físicamente agraciada por los dioses.
También, le ofrecen un trabajo más, estrafalario como todos los que desempeñó el Gaviero en su vida azarosa.
En el umbral de la vejez, cuando uno se hincha pletórico de sabiduría, resignación contemplativa y sentido común, aún se puede coger y trabajar, y puede uno ser tomado por boludo
En el largo subtítulo que acabo de poner, se condensa lo aprendido por el Gaviero en esta novela.
El trópico
Como ya se vio en textos anteriores de Mutis, el trópico representa la destrucción y la violencia. La naturaleza consumiéndose a sí misma y degradando y embruteciendo a todo ser vivo que se adentre en ella. Como botánico, Mutis no es optimista ni superficial*, sino que emparenta su percepción con la del grandísimo y mágico poeta Giacomo Leopardi. Cito aquí un fragmento del Zimbaldone, que ilustra esta idea.
«Entrad en un jardín lleno de plantas, hierbas, flores. El más risueño que queráis. En la estación más grata del año. Cualquiera que sea el sitio hacia el que dirijáis vuestra mirada, solo encontraréis sufrimiento. Toda esa familia de vegetales se halla en estado de souffrance, unos individuos más y otros menos. Aquella rosa es herida por el sol… Aquella azucena es succionada cruelmente por una abeja en sus partes más sensibles y vitales. Las industriosas, pacientes, buenas, virtuosas abejas no pueden fabricar la dulce miel sin producir tormentos indecibles en esas fibras delicadísimas, sin una despiadada destrucción de tiernas florecillas. Aquel árbol está infestado por un hormiguero, aquel otro por las orugas, por las moscas, las babosas, los mosquitos; éste está herido en la corteza y es torturado por el aire o el sol que penetran en la herida…»
Desaforemos lo desconsolado del párrafo de Leopardi y estamos cerca de cómo ve Álvaro Mutis el trópico. En “Un bel morir” se agrega, de manera más portentosa que textos anteriores, los efectos que produce esta geografía en los hombres. Sin embargo, hay una particularidad: solo cuando lo civilizado (un pueblo, las personalidades intelectuales o más instruidas), entran en contacto con el trópico, se produce el desastre. Sin embargo, cuando se trata de gentes sencillas, la brutalidad (como en la imagen de los indios que se da en una novela anterior, en “La nieve del almirante”), no significa negatividad. Hay una crueldad en las acciones resultantes que obedecen a una necesidad de ambientarse, de estar a tono con el trópico. Los seres sencillos contraponen su tosquedad con la tosquedad de la geografía, y estando así, en armonía, pueden lograr una existencia feliz y satisfactoria para el que los visita. Es por esta razón que el Gaviero puede trabar relaciones muy placenteras con los pobladores de regiones agrestes y feroces. Sin embargo, cuando el trópico toca a los sofisticados, a los de espíritu más elevado, los destruye.
Otro punto que desarrolla Mutis en esta novela es la violencia de la historia colombiana, aunque no haya menciones concretas. Un grupo guerrillero se arma en la montaña, en el caso de la novela movida por motivos no revelados, pero de los que se recalca una inhumanidad –incivilidad- asesina, desproporcionada y gratuita. Este grupo es patrocinado por agentes extranjeros, europeos; bandidos todos. Es para ahondar en este punto: la revolución cubana, los ideales liberales europeizantes; supongo que hay tela que cortar; no me siente con ganas de sumergirme en este punto, aunque es central. Fíjense, piénsenlo, lectores que tomen esta novela.
El caso es que la revolución no puede sino volverse estúpida y bestial en el trópico. Podemos pensar que esta es, claramente, una visión objetiva, dados los resultados de las acciones de las FARC. También, claro, la relación con el tráfico de drogas para Europa y Estados Unidos.
Un bel morir
La bella muerte –perdón por el spoiler-, se muestra ausente. O en su defecto como una contracara de la belleza. La muerte del Gaviero, aludida pero sin especificaciones, es por agotamiento. Es una muerte tranquila. Parecida en gran medida a la muerte de Aguirre en la película de Herzog: en un planchón, los cadáveres corrompidos por el paisaje. Pero el Gaviero no es Aguirre. No muere buscando El Dorado, sino sabiéndose en él.
“Diccionario de autores latinoamericanos”, de César Aira
Busco la entrada correspondiente a Álvaro Mutis en este famoso libro de Aira. Dice –es toda la parte analítica- lo siguiente: “caudalosa imaginería surrealista y temática novomundista y viajera”. Evidentemente, es una imbecilidad pasmosa. Le habrán dictado mal los datos. Solo puede explicarse por lo siguiente: no leyó a Mutis, pues de surrealista no más que algunas imágenes de los primeros poemas. De novomundista, una mierda. La narrativa y la poesía de Mutis utiliza el nuevo mundo como lugar, es cierto, pero de él toma lo entroncado a la historia de los puertos de todas las épocas, con prácticamente nada de ‘novomundista’. Y, lo que es peor, el personaje de Maqroll no aparece como viajero, sino como ya viajado. No conocemos con él paisajes, regiones, nada. Al contrario, se trata del re-conocer las razones básicas en que basamos un pensar sobre el mundo, en su caso más bien ligado a cierto pesimismo estilo Quevedo, una pasión elegíaca a lo Saint-John Perse; en fin, etc.
Saludos y buen 2014 para todos los lectores de este blog.
*Un bel morir tutta la vita onora (Francisco Petrarca). Mutis le saca la “h” sonora a honora… Según Ángel Creso la traducción del verso sería así: “un morir bello honra la vida eterna”.