Revista Arte
Cuando los ingleses invadieron Cádiz en el siglo XVI, por dos ocasiones en 1587 y 1596, se llegó a decidir la conveniencia o no de destruir la ciudad definitivamente (trasladándola a la vecina Puerto de Santa María) o fortificarla para que nunca jamás fuese tomada. Por fortuna se decidió esto último, y la ciudad de Cádiz nunca más fue invadida -si asediada, pero inútilmente- por ninguna fuerza extranjera. De hecho, cuando Napoleón consiguió invadir toda la península ibérica, en la conquista francesa de principios del siglo XIX, fue el único enclave español libre en el continente. Hace casi cien años un arquitecto y escultor español, Aniceto Marinas García, construyó un monumental conjunto que recordara lo que unos cuantos españoles lograron realizar en la libre ciudad gaditana.
Y lo que consiguieron fue la tercera Constitución de la Historia, después de la francesa y la norteamericana. En ella se plasmaron la libertad y los derechos para todos los ciudadanos de la España de entonces, la de aquí y las de allá. Fue un gran hito político para crear una sociedad para todos, más justa, emancipada y libre. Pero, ya fue tarde. Y no se llegó a defender por los hijos de aquellos que una vez dieron su vida y su ideas por hacer grande a un pueblo, un pueblo que luchó durante muchos siglos además para hacer una realidad su propia historia en el mundo.
Hoy, lo mejor que podemos hacer es recordarlo y, al menos, elevar un homenaje a esos hombres, a esos personajes que quisieron, desde la ciudad más invicta y soleada de Europa, hacer de la Historia una gran oportunidad para crear un gran pueblo, cruzado sólo por el Mar; pero que, al final, fueron traicionados, olvidados y superados por esa misma Historia.
(Imágenes fotográficas del Monumento a la Constitución de 1812 en la ciudad de Cádiz, España.)
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