Un bicho en mi comida

Por En Clave De África

(JCR)
“¿Qué lleva en esta bolsa, señor?” Creo que he vivido esta escena por lo menos cinco o seis veces en el control de seguridad del aeropuerto de Entebbe (Uganda) al salir del país rumbo a España. “Saltamontes secos y termitas” he respondido siempre con la mayor naturalidad mientras las manos del funcionario de seguridad palpaban las bolsas negras de mi bolso de mano introducidas unas horas antes por mi cuñada Jackie. Casi siempre me he encontrado con una risa como respuesta. “No me diga que a usted le gustan nuestros insectos”, ha sido el comentario más repetido en esas circunstancias. “Me gustan mucho, y a mi mujer que me espera en España también. Es que ella es ugandesa”. Ante este último argumento el guardia se ha rendido a la evidencia y me ha indicado amablemente que siguiera adelante.

Nunca me han registrado el equipaje al viajar de Uganda a España y muchas veces he tenido el temor de que si un día lo hicieran al llegar a Barajas me podrían confiscar mi preciosa carga, tal vez por motivos de políticas sanitarias. De hecho, he leído durante estos días que es más de una ocasión la Unión Europea se ha negado a aceptar la importación de insectos comestibles. Pero si hacen caso de la última recomendación de la Agencia para la Alimentación y la Agricultura de la ONU (FAO), tendrán que rendirse ante la evidencia y reconocer que aumentar el consumo de gusanos, saltamontes o termitas es una propuesta realista para ayudar a combatir el hambre en el mundo y mejorar la alimentación de muchos millones de personas. La noticia ha levantado numerosos comentarios en todo el mundo y ha desempolvado estudios serios realizados hace algunos años sobre este tema. Por ejemplo, un estudio de 2002 del entomólogo Marvis Harris calcula que 100 gramos de hamburguesa tienen menos de la mitad de calorías que la misma cantidad de termitas africanas, un 50% menos de proteínas y un tercio de grasas. Y las termitas son, además, baratas y ecológicas.

El informe de la FAO recuerda que ya hay al menos 2.000 millones de personas que comen insectos de forma habitual. Cuando llegué a Uganda en 1984, una de las primeras cosas que me llamaron la atención fue ver cómo en barrios enteros de Kampala todos sus vecinos salían a la calle a coger saltamontes cuando llegaba la época, que suele ser hacia noviembre y también en abril. En los mercados se vendían incluso en sacos. Mi compañero de blog publicó en una ocasión una interesante entrada sobre este tema que les aconsejo que lean. Afortunadamente, yo que siempre he contado con un estómago universal y bastante agradecido, nunca tuve problemas para aceptar este tipo de condumio y todavía hoy suelo decir que a mí los saltamontes tostados me recuerdan el sabor de las gambas a la plancha.

Dos años más tarde descubrí las termitas. En el Norte de Uganda salen, a millones, durante los meses de Abril y Mayo, en noches que siguen a días en los que ha caído una fuerte lluvia seguida de un sol reluciente. Cuando ocurre eso, la gente en las zonas rurales sale al campo a buscar termiteros. Llegas, y si ves que no hay ninguna señal al lado, haces un pequeño hoyo para señalar que lo has “reservado” y te vuelves a tu casa. Cuando llegue la noche vuelves a tu termitero con una lámpara y un cubo y esperas a que salgan. No falla. Cuando llega la medianoche, como si todas las termitas del mundo se hubieran puesto de acuerdo, brotan desde las entrañas de la tierra y acuden a la luz, desde donde resulta muy fácil recogerlas a puñados y meterlas en el cubo a buen recaudo. Al día siguiente habrá que quitarles las alas, limpiarlas bien y dejarlas a secar. Se pueden comer tostadas o molerlas para formar una pasta que se puede cocinar en bolas frescas que están deliciosas. Otra forma de prepararlas es dejar secar la pasta y mezclarla con aceite de karité o incluso con miel. Simplemente delicioso.

Uno de los recuerdos más fascinantes que guardo de mis años en el norte de Uganda es la visión nocturna del valle de Oryang, que se extendía desde la misión católica de Kitgum hacia el Este, por el que en una noche de salir a buscar termitas pululaban cientos de lucecitas de grupos de personas que se extendían por aquella zona a la búsqueda de su termitero mientras contaban historias, hacían bromas o cantaban. Era todo un acontecimiento social y una de las alegrías naturales de aquellas personas, que a mí me recordaba a cuando de niño salía a buscar caracoles de noche en el pueblo, aunque en el caso de mi infancia española le faltaba el sabor que da la vida social africana, donde existe el gusto por hacer las cosas juntos.

Cuando daba catequesis y explicaba la liberación del pueblo israelita de la esclavitud de Egipto, la gente entendía muy bien el episodio del maná que cayó del cielo para alimentarlos en el desierto. “A los israelitas Dios les envió el maná para que no murieran de hambre, y a nosotros nos ha enviado las termitas y los saltamontes”, me dijo una vez un anciano catequista acholi. Y es que para ellos no es una casualidad que estos insectos comestibles, que pueden almacenarse en tinajas durante meses sin que se echen a perder, lleguen precisamente durante los meses de escasez de alimentos, en los que la cosecha vieja está a punto de terminarse y la nueva aún no ha madurado en los campos.

Leyendo en varios periódicos españoles en internet durante estos días se suele comentar que el problema para los paladares europeos es la resistencia a comer estos seres vivos. Cosas de los patrones culturales, me imagino. Mis niños, que tienen cuatro y dos años, cuando traigo saltamontes y termitas de Uganda, se los comen de dos en dos y les tengo que decir que no se atraganten, que hay para todos. Mi mujer ugandesa ya se ha acostumbrado a comer gambas después de cuatro años en España, aunque no puede ver los caracoles ni tampoco los mejillones. Y en cuanto a las cigalas, un día que puse cuatro en la paella para adornarla casi se cae de la silla del susto. Desde entonces, en mi casa de Madrid no comemos ni cigalas ni percebes, cosa por lo demás muy ventajosa para la economía familiar. Termitas y saltamontes, sí, cada vez que podemos, algo que tampoco es ninguna novedad aunque alguien pueda pensar que el último informe de la FAO dice cosas raras.