He conocido montones de historias acerca del blues. En casi ninguna falta el dolor. En la mayoría es el dolor el que hace que exista la música. En cierto modo, el blues es un lamento, una exhibición de la fractura del alma, un muestrario de astillas, una especie de inventario pedagógico de lágrimas. A mí me gusta un tipo de blues sucio, mal grabado, en ocasiones, que solo precisa de una voz y de una guitarra. Un amigo me comentó que todas las canciones son la misma canción. No hay dos días iguales, y todos los días igual, cantaba Rosendo en su buena época. Me acuerdo de él cuando escucho una canción y siento que es nueva, aunque la razón me diga las veces que la he sentido antes. Había en Radio 3, hace muchos años, un programa de blues del que no recuerdo el nombre. Era una época sin podcasts y la radio se escuchaba con una reverencia de la que ahora prescindimos. El locutor contaba historias del blues y luego dejaba que la pieza sonase entera. Me he dormido muchas veces escuchando blues del delta o blues de Chicago, descubriendo nombres que luego no me han abandonado. T-Bone Walker. John Lee Hooker. Howlin' Wolf. Blind Boy Fuller. Muddy Waters. B.B.King. Robert Johnson. Hoy, al encender la radio, mientras ordenaba el caos que reina en mis dominios domésticos, he escuchado un blues de esos muy antiguos. No he conocido al músico ni después, a su término, han contado ninguna historia ni se ha revelado nombre alguno. Sé que he sentido una punzada. Una del tipo que te hace feliz, aunque percibas el dolor de la voz que te arrulla y comprendas que se te está haciendo una confidencia. El blues, el bueno, el que me gusta a mí, es una confidencia dejada caer con un pudor enorme.
He conocido montones de historias acerca del blues. En casi ninguna falta el dolor. En la mayoría es el dolor el que hace que exista la música. En cierto modo, el blues es un lamento, una exhibición de la fractura del alma, un muestrario de astillas, una especie de inventario pedagógico de lágrimas. A mí me gusta un tipo de blues sucio, mal grabado, en ocasiones, que solo precisa de una voz y de una guitarra. Un amigo me comentó que todas las canciones son la misma canción. No hay dos días iguales, y todos los días igual, cantaba Rosendo en su buena época. Me acuerdo de él cuando escucho una canción y siento que es nueva, aunque la razón me diga las veces que la he sentido antes. Había en Radio 3, hace muchos años, un programa de blues del que no recuerdo el nombre. Era una época sin podcasts y la radio se escuchaba con una reverencia de la que ahora prescindimos. El locutor contaba historias del blues y luego dejaba que la pieza sonase entera. Me he dormido muchas veces escuchando blues del delta o blues de Chicago, descubriendo nombres que luego no me han abandonado. T-Bone Walker. John Lee Hooker. Howlin' Wolf. Blind Boy Fuller. Muddy Waters. B.B.King. Robert Johnson. Hoy, al encender la radio, mientras ordenaba el caos que reina en mis dominios domésticos, he escuchado un blues de esos muy antiguos. No he conocido al músico ni después, a su término, han contado ninguna historia ni se ha revelado nombre alguno. Sé que he sentido una punzada. Una del tipo que te hace feliz, aunque percibas el dolor de la voz que te arrulla y comprendas que se te está haciendo una confidencia. El blues, el bueno, el que me gusta a mí, es una confidencia dejada caer con un pudor enorme.