Un buen lugar donde vivir por un tiempo

Por Hun_shu

 "Una canción es un buen lugar donde vivir por un tiempo", Jorge Muñoz-Cobo, en el prólogo de la biografía de Los Negativos: ¡Bony es Dios!

Antes de respirar ya amaba la música. Antes de amar la vida, la música ya sonaba en el vientre de mi madre con sus latidos y, a través de ellos, iba escribiendo mi propio ADN, la seña de identidad que me seguiría hasta hoy. Luego aparecieron las canciones en su boca y en las bocas de otros que cantaban en los aparatos de radio que había en la cocina o en el pasillo, misteriosos tras el plástico negro y electrizantes al tocar sus frías antenas. Y en el televisor del salón, a escondidas bajo el mantel de la mesa. Y en las cintas de cassette, y en los vinilos, y en las tiendas de la Calle del Sonido, en los autobuses, en las discotecas y bares donde quemé mi juventud. Y en la radio, siempre en la radio, y en mi cabeza formando así una banda sonora vital. La música en mis auriculares y el corazón, esta vez el mío, latiendo, latiendo.

Las canciones son pequeñas piezas de mi alma. Células que la alimentan de oxígeno, asociando recuerdos y añoranzas de una forma tan real como si nunca las hubiera perdido. Como si el ayer fuera un presente continuo virtual de varias dimensiones a la vez y cuya luz, incluso ya perdida en su origen, se mantiene viva como una estrella. Las palabras hacen que otras vidas, extrañas y expulsadas del paraíso, sigan latentes en la lejanía, como una onda hertziana que atraviesa bosques y montañas y penetra en un rincón donde no llega la luz pero sí la música. Y, por dentro, mi mundo se estremece de nuevo, porque vuelve a sentir esos latidos antes del primer llanto, ese germen de mi existencia sonora y sentimental


Música como un acto de fe, como una oración pagana a los dioses de los antepasados que nunca conocimos, bailando y cantando para alcanzar un estado mental que nos permita una nueva herramienta de comunicación. Travistiéndonos con sus hazañas, sus confesiones y sus anhelos, su vida y su muerte. Siempre aportando compañía en la oscuridad y en las alegrías. Incluso en momentos de angustia, cuando me incomoda refugiarme en la música, me permito alejarme de ella hasta que el ruido interno cesa. Y, entonces, esas canciones me llevan otra vez de la mano, guiándome hacia el manantial de las delicias. De esas historias que hago mías, de esas voces que habitan en todas mis edades, en los recuerdos asociados como fragancias de perfumes.

Cuántas vidas se pueden vivir en una sola, cuántas veces podré empezar de nuevo, sentir la curiosidad por una canción, desconocida aún. Las marcas de mi piel como surcos de un vinilo que huelen a materia gastada pero bien aprovechada. Encontrar palabras que vuelvo a hacer mías. Descubrir con ellas pasadizos a nuevos mundos donde vivir o perderme durante unos minutos y encontrar la complicidad que me une a esos extraños que las interpretan. Y entonces rezo de nuevo: "En el principio era el sonido, y el sonido era con Dios, y la música era mi Dios".