Revista África

Un campo de fútbol y agua para la aldea de Orima, en Uganda

Por En Clave De África

Conocí a Michael a finales de los años 90, cuando yo me encontraba en Kitgum durante los peores años de la guerra del Norte de Uganda. A sus 27 años acababa de terminar el curso para catequistas y en su comunidad de Orima –un pueblecito en medio del bosque, a 15 kilómetros de la carretera principal que une Kitgum con Sudán- Michael intentaba dar un sentido de unidad a sus vecinos en días en los que bandas de guerrilleros y patrullas de soldados gubernamentales hacían la vida imposible a los campesinos que intentaban sobrevivir en medio de tanta violencia.

En el año 2000 las cosas empeoraron y toda la gente de Orima, como ocurrió en todo el norte de Uganda, fue obligada por el ejército a abandonar sus casas a toda prisa y concentrarse en campos de desplazados donde los años venideros malvivieron en condiciones extremas de insalubridad y falta de los servicios más básicos. Cuando seis años más tarde comenzaron las conversaciones de paz entre el gobierno y los rebeldes del LRA se abrió un atisbo de esperanza al firmarse un acuerdo de alto el fuego cuya consecuencia fue la retirada de todos los guerrilleros de Uganda. Hoy, aunque no se ha firmado la paz, la lejanía del LRA –que actualmente se mueve entre las selvas del Noreste del Congo y el Sur de la República Centroafricana- ha hecho posible que la gente abandone los campos de desplazados y regrese a sus hogares.


El pasado mes de marzo viví un gran momento de alegría cuando pude ir a visitar a Michael en su aldea de Orima. Hacía más de diez años que no ponía yo el pie allí. Es alentador ver a muchas personas que han sufrido tanto y que ahora reconstruyen sus casas e intentan vivir de nuevo del trabajo de sus manos labrando los campos. Sin embargo, no faltan los problemas serios para quienes intentan reconstruir sus vidas: cuando miles de personas vuelven a sus casas en el bosque africano después de muchos años son frecuentes los conflictos a causa de la posesión de la tierra. Además, parece que cuando callan los fusiles los traumas profundos que la gente ha vivido salen a la superficie. Consecuencias de este estrés post-traumático son las adicciones que la gente desarrolla, sobre todo el alcoholismo, que está haciendo estragos, y también los deseos de venganza que brotan cuando la gente se siente más libre. Las personas que han regresado a sus hogares después de muchos años de guerra (la del norte de Uganda empezó en 1986) ven entre sus vecinos a antiguos miembros de la guerrilla que se han reintegrado a la vida civil y que cometieron atrocidades en sus propios poblados.

De todo esto hablamos un día a mitad de marzo, a mediodía, sentados debajo de un árbol con Michael y otros líderes de su comunidad cristiana. En este poblado perdido falta de todo. Las mujeres tienen que caminar muchos kilómetros para ir a recoger agua. Además, señalaron también que uno de los principales problemas que los jóvenes tienen en este contexto de posguerra es la falta de oportunidades para ocupar del tiempo libre de una forma constructiva. Por la tarde, cuando se han terminado las labores del campo, no hay a dónde ir y la única manera de pasar el tiempo es sentados debajo de un árbol bebiendo aguardiente durante horas. Así se quiere olvidar las penas del pasado pero se destruye la vida que ellos aún tienen delante.

Quiso la fortuna que poco antes de aquella visita una amiga nuestra nos hubiera ofrecido algo más de seis mil euros para ayudar “en cualquier necesidad que tenga la gente allí”. Tras reunirnos con el párroco de la misión católica de Kitgum nos pusimos manos a la obra y contratamos a una compañía que a las pocas semanas terminó la perforación de un pozo de agua al lado de la capilla. Los jóvenes se han organizado, y durante varios días vinieron con sus azadas y machetes para preparar el terreno y preparar el terreno del campo de fútbol. Ahora ya sacan agua, y dentro de pocos días esperan tener las porterías y demarcar el terreno para que todo esté listo y puedan empezar a organizar los equipos de los pueblos de los alrededores. Esta es una manera de hacer que personas que han cometido ofensas y sus víctimas se relacionen y puedan avanzar por el camino de la reconcilliación.


Un campo de fútbol en medio del bosque y un pozo de agua para que las mujeres no tengan que caminar tantos kilómetros. Para nosotros, que estamos acostumbrados a abrir un grifo en nuestras viviendas para beber un vaso de agua y que a la vuelta de la esquina nos encontramos con pistas deportivas para uso de todos, puede que no nos parezca algo muy relevante. Pero para personas que han padecido años de infierno y que ahora se sienten abandonadas de nuevo por la comunidad internacional y que viven en el aislamiento, interpretan estos dos pequeños signos como un mensaje que les dice que hay personas que no les olvidan. El día que jueguen allí su primer partido de fútbol será para ellos uno de los más grandes de la historia de este pequeño rincón de África que se llama Orima. Este nombre no viene en ningún mapa, pero en la geografía de la solidaridad ya figura con todos los honores.



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