Imagen tomada de Wikipedia
La columna de prisioneros avanzaba despacio por el polvoriento desierto, los reos eran tres indios de la tribu de los comanches, llevaban las manos atadas y unas pesada cadena de hierro en los tobillos, la cual solo les permitía dar pequeños pasos, esto provocaba que arrastraran los pies al andar. Habían sido capturados mientras asaltaban una granja de colonos en la frontera del Virreinato de Nueva España y eran escoltados hasta la capital del mismo para ser vendidos como exclavos para las plantaciones que abastecían de algodón y azúcar al imperio español.
Los custodios eran un regimiento de dragones de cuera provenientes del presidio de San Diego, estaban comandados por el capitán Sánchez, un andaluz que se había pasado la vida a las órdenes del famoso corsario canario Amaro Pargo y que una noche de borrachera y las faldas de la querida del gobernador en las islas, le habían "obligado" a ir al nuevo mundo en busca de mejor fortuna.—¡Dar de beber a estos bastardos!. Gritó Sánchez a sus subordinados. Uno de los mozos que ayudaban a los dragones bajo de su burro y acercó una cantimplora a los prisioneros que hacia poco había sido llenada con el agua del río Tijuana.Dos de los indios bebieron con ansia, pues llevaban varias horas caminando al sol, pero el que encabezaba la fila, tiró el recipiente con el precioso líquido al suelo y escupió sobre el agua que rápidamente se evaporaba sobre la tierra.—¡Serás desgraciado!, ahora te la vas a beber con la lengua. Chilló el capitán mientras bajaba del caballo, no quería que sus presos murieran en el trayecto ya que eso le haría perder su porcentaje de los reales que se obtendrían por la venta de los esclavos. Se acercó al preso y le propinó un fuerte golpe en el estómago que hizo que éste se doblara y cayera de rodillas por el dolor.El indio desde el suelo lanzó una mirada cargada un odio tan profunda, que Sánchez al verlo supo de inmediato que el joven comanche jamás llegaría vivo a Ciudad de México, es más, los otros nativos podrían seguir su mismo ejemplo y arruinarle todo el negocio. Tras pensarlo durante unos instantes que parecieron horas bajo aquel sol infernal, el oficial llegó a la conclusión que lo mejor era matarlo en ese preciso instante.Consiente de su funesto destino, el cautivo se puso lentamente en pie, sabía que iba a morir por lo que sacó todo el orgullo de su raza y se prestó a ir con sus antepasados con la dignidad propia de la estirpe de guerreros de la que provenía, una dignidad dicho sea de paso que le resultaba muy familiar al capitán, pero era la primera vez que lo veía en un comanche.
Sánchez estaba dispuesto a ensartarlo con su lanza, como si fuera un caballero medieval. en su vida había matado a muchos hombres, pero no logró recordar de ninguno que la afrontara con el arrojo de este indio. Como señal de respeto decidió darle una muerte rápida, no vaya a ser que al salvaje se le fuera la entereza mientras agoniza y rompiera esa atmósfera de indomable que se había creado. Coge carrera con su caballo y se lanza al galope a por el indio, pero un instante antes de darle matarile hace detener a su montura de manera brusca.
Sánchez mientras apuntaba su arma al pecho del indio para atravesarle el corazón, observó que el comanche tenía unos dibujos en el pecho que un principio había confundido con pintadas indias, pero en realidad eran marcas provocadas por el fuego y el hierro, cicatrices que le resultaban muy familiares. Asombrado miró al joven que tenía ante si. Ahora que se fijaba bien en él lo veía más claro, con los ropajes indios y la larga cabellera le impidieron percatarse antes. Pero no había dudas ese muchacho era un esclavo proveniente de los habitantes de las Islas Canarias, hecho que ocultó a sus propios hombres.
—Entiendes mi idioma muchacho. Preguntó el oficial al que se le habían ido las ganas de muerte como por arte de magia, en cambio en sus ojos se veía un extraño brillo, era evidente que el oficial español tramaba algo. El comanche por su parte tras unos segundos de duda volvió a su expresión desafiante de antes y no dijo ni una sola palabra.
—Señor, es recomendable que nos demos prisa, debemos llegar al presidio antes de que el sol se oculte, probablemente los indios no estén siguiendo e intenten emboscarnos por la noche. Dijo el sargento Benito, un mestizo que conocía bien esas tierras.
Sánchez asiente y ordena que prosigan la marcha, no sin antes ordenar que al joven indio no se le tocara ni un pelo, a lo que sus hombres asintieron con recelo, era evidente que su capitán les estaba ocultando alguna información crucial sobre ese salvaje.