Una vez arriba, entre los flashes del fotógrafo y los agentes que revoloteaban en busca de pruebas, estaba el inspector Ramírez en mangas de camisa. Fumaba un Camel que se sacó de la boca cuando vio llegar al detective privado. Exhaló una bocanada de humo y sonrió, entrecerrando los ojos. —Un caso difícil, ¿verdad?—dijo Ramírez. —Y tú no ayudas —respondió Bellver—. ¿Por qué no me llamas después del entierro?
—Seguro que os disteis cuenta de un tonto detalle: el difunto lleva puestas unas gafas. De vista cansada; para ver de cerca, vamos. Estaba leyendo algo cuando le interrumpieron. Lo lógico es mirar en los cajones y la papelera, y en esta última encontré los fragmentos de dos notas, con caligrafías diferentes. Curioso, ¿verdad? Una era una carta en la que se citaba a la mujer del muerto para que acudiera al hotel. La otra era una lista de la compra. Incluía cuchillos de cocina, bisturís, ácido, cuerdas. O sea, lo típico.
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Santiago Álvarez es Director de contenidos de Valencia Negra