Un cine que se acaba

Publicado el 02 junio 2020 por Alfredojramos

Los ojos fascinados de Ana Torrent en El espíritu de la colmena, de Victor Erice.

(Al filo de los días). Leo con interés esta especie de elegía que Carlos Boyero dedica a las salas de cine, no sé si también —yo así lo creo— al cine tal como lo hemos conocido hasta ahora, aunque durante algún tiempo aún se siga proyectando en salas. Y es que, en efecto, el llamado séptimo arte digno de ese nombre, como ya han puesto de relieve críticos e incluso cineastas —Erice, entre otros—, tal vez sea ya cosa del pasado, derrotado definitivamente por un neogénero que guarda con él cierta filiación —imágenes en movimiento para contar una historia— pero que ya no coincide ni en la manera de concebirlo, producirlo, desarrollarlo ni, sobre todo, de «consumirlo».

En mi caso particular —y algo he escrito sobre ello— fui muy consciente de que esa despedida se produjo al asistir hace unos meses al estreno de El irlandés, la última de Scorsese, en una pequeña sala de Madrid y en medio de un patio de butacas lleno de espectadores cuya edad media seguro que sobrepasaba los 70 años. Había que estar muy ciego para no entender lo que aquello significaba: ya casi una sesión póstuma, si no todavía del espectador (confío en que así fuera), sí por completo del tipo de espectáculo, del milagro de la sala oscura, del viejo rito de ir al cine. Que se podrá seguir manteniendo durante algún tiempo, pero ya será otra cosa.

Y lo será porque, como bien pone de relieve la propia película de Scorsese, las historias cinematográficas ya se conciben y se ruedan bajo los criterios de un tipo de narración que, la mayoría de las veces, está más cerca de los hábitos de audiencia impuestos por las series y los telefilmes que según los viejos criterios narrativos de atención mantenida, despliegue demorado de la complejidad, dibujo minucioso de perfiles psicológicos, retratos de conciencia, ejercicios de suspense sin exceso de tramoya, etc. En fin, toda una amplia gama de cambios no sólo accidentales que, si bien muchas veces resultan imperceptibles por la continuidad de la experiencia, en el fondo explican las muy diferentes sensaciones que el espectador de cierta edad y gusto no estragado tiene ante la cinematografía actual, sin que ello implique no saber apreciarla, disfrutarla y valorarla como se merece. Sólo que ya no es —ya no es— lo mismo.