[UN CLÁSICO DE VEZ EN CUANDO] Hoy, con "Lisístrata", de Aristófanes

Por Harendt

Talía, Musa de la Comedia, por Giovanni Baglione

En la mitología griega, Talía (Θάλεια) era una de las dos musas del teatro, la que inspiraba la comedia y la poesía bucólica o pastoril. Divinidad de carácter rural, se la representaba generalmente como una joven risueña, de aspecto vivaracho y mirada burlona, llevando en sus manos una máscara cómica como su principal atributo y, a veces, un cayado de pastor, una corona de hiedra en la cabeza como símbolo de la inmortalidad y calzada de borceguíes o sandalias. Era hija de Zeus y Mnemósine, y madre, con Apolo, de los Coribantes.


Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.
Comienzo con esta entrada una nueva sección de Un clásico de vez en cuando dedicada a las obras de autores grecolatinos, subiendo al blog la comedia Lisístrata, de Aristófanes, que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior. Disfrútenla.

Lisístrata, maquinando la reconciliación de los helenos, convoca en Atenas una asamblea de ciudadanas y mujeres del Peloponeso y de Beocia. Convence a todas de que no tengan relaciones con sus maridos hasta que éstos dejen de guerrear entre sí y despide a las forasteras tras dejar éstas rehenes y ella misma va a encontrarse con las que se han apoderado de la Acrópolis junto con los servidores. Una turba de viejos ciudadanos acude corriendo a las puertas de aquélla con antorchas y fuego; Lisístrata sale y les obliga a retirarse. Al poco tiempo, se acerca un magistrado con unos arqueros para desalojarlas por la fuerza, pero es derrotado por completo, y al preguntar con qué propósito han obrado así le dice ella en primer lugar que al ser dueñas del dinero no consentirán que los hombres lo usen para hacer la guerra y, en segundo lugar, que ellas lo administrarán todo mucho mejor y terminarán enseguida con la guerra que padecen. Él, entonces, sorprendido por su audacia, se marcha a contárselo a sus colegas para que todo eso no se lleve a efecto. Por su parte, los viejos se quedan allí y son insultados por las mujeres. Después, algunas de ellas son capturadas cuando de forma muy graciosa se escapan en busca de sus maridos, incapaces de contenerse; pero Lisístrata les suplica y ellas se reafirman en su decisión. Un tal Cinesias, un ciudadano, aparece por allí, deseoso de su mujer, y ella se burla y se ríe de él; pero le mete prisa con el asunto de la reconciliación. Llegan también heraldos de parte de los lacedemonios que, de paso, revelan lo que pasa con sus mujeres y llegando a un acuerdo entre ellos deciden enviar embajadores plenipotenciarios. Entonces los ancianos vuelven a una situación de normalidad con las mujeres y de dos coros que eran se reúnen en un solo coro. Y Lisístrata empuja a la reconciliación a los embajadores que le llegan de Lacedemonia y a los irritados atenienses, haciéndoles recordar la amistad que en tiempos hubo entre ellos, y los reconcilia públicamente, los acoge en una fiesta para todos y les entrega a cada cual su mujer para que se la lleve.

Aristófanes (444-385 a.C.) fue un comediógrafo griego, principal exponente del género cómico. Vivió durante la guerra del Peloponeso, época que coincide con el esplendor del imperio ateniense y su posterior derrota a manos de Esparta. Sin embargo, también fue contemporáneo del resurgimiento de la hegemonía ateniense a comienzos del siglo IV a.C. Leyendo a Aristófanes es posible hacerse una idea de las intensas discusiones ideológicas (políticas, filosóficas, económicas y literarias) en la Atenas de aquella época. Su postura conservadora le llevó a defender la validez de los tradicionales mitos religiosos y se mostró reacio ante cualquier nueva doctrina filosófica. Especialmente conocida es su animadversión hacia Sócrates, a quien en su comedia Las nubes lo presenta como un demagogo dedicado a inculcar todo tipo de insensateces en las mentes de los jóvenes. En el terreno artístico tampoco se caracterizó por una actitud innovadora; consideraba el teatro de Eurípides como una degradación del teatro clásico.



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
HArendt



Entrada núm. 4390
elblogdeharendt@gmail.comLa verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)