Volvemos a tierra de Vicente Blasco Ibáñez, volvemos a la ciudad moderna y amplia de Valencia, que erige sus rascacielos sobre las huertas del costumbrismo regionalista levantino que tan magníficamente describiera ese escritor, para asistir a un congreso más lúdico que científico. Volvemos a recorrer sus calles llanas y bulliciosas para adentrarnos en la Lonja de la Seda y admirar sus columnas en espiral, del gótico tardío, que estallan en lo alto como hojas de palmera, durante una escapada de las soporíferas sesiones que reiteran lo ya conocido de anteriores ocasiones o descubren el morbo de recrearse en la emotividad, cual programa del corazón, para subrayar obviedades que a nadie sorprenden. Nos perdemos por los canales que forman los cañizares de la Albufera, en barcas que transportan con parsimonia turistas en vez de aparejos y nasas para la pesca de angulas, capturando con los megapixeles de los teléfonos móviles las siluetas inconfundibles de las barracas y la inmensidad de un espacio reconocido de marismas y arrozales, que contrasta con las estrecheces que alojaron un congreso en el soberado del Ateneo valenciano. Desde aquellas cumbres palomares, más propias para la contemplación urbana que a la exposición de pósteres anodinos y descuidados, nos asomamos para distraernos con las trazas de una plaza esplendorosa y consistorial, en la que una alcaldesa cateta exhortaba a los suyos inventándose palabras del idioma que representaba y maltrataba con su supina ignorancia. La misma ignorancia de la que hacía alarde un supuesto comité científico que deja pasar la oportunidad que le brindan las dos únicas comunicaciones que aportan novedad y enjundia científica (como es la investigación de las fuentes de contaminación en la proliferación de determinadas patologías que se engloban en la especialidad a la que pertenecen los asistentes y la magistral disertación, mayoritariamente alabada por los congresistas, en torno a la fotoféresis extracorpórea como campo de actuación que ofrece un nuevo horizonte a los profesionales concurridos), justificando así la celebración de un evento de esta naturaleza, para amoldarse a los intereses de patrocinadores y premiar una ponencia que insiste en lo que hace veinte años ya se había expuesto y que desde entonces se viene desarrollando y practicando, salvo el matiz, curiosamente “novedoso”, de la presencia mercantil de laboratorios privados en la materia. Para hacer propaganda de empresas de capital privado que aprovechan cualquier oportunidad de ampliar el nicho de su mercado, no hacía falta disimular en un congreso, que entrega su conferencia inaugural y de clausura a los comerciales publicistas de las mismas, las intenciones de los organizadores. Bastaba con dedicárselo de pleno. La mayoría de los asistentes hubiera venido de todas maneras a la ciudad del Turia, admirando sus encantos culturales y gastronómicos, sin falsas expectativas científicas y profesionales. Así no se organiza un congreso, se prostituye y se insulta a los congresistas y compañeros.