Un convento llamado Tussam

Publicado el 19 octubre 2010 por Jackdaniels

Hay un rastro perceptible y fiel que define a las personas con precisión de relojero suizo. Es un hálito inconfundible que con sus pinceladas certeras va esbozando tu retrato hasta convertirlo en la representación más fiable de tu propio reflejo en el azogue. Esos trazos diseminados, esparcidos por los ángulos variables de toda una vida, no son otros que tus actos y tus palabras, lo que haces y lo que ocultas, lo que dices y lo que callas para siempre. En esas dos páginas insustituibles se resume al detalle toda la esencia de una existencia.

En el caso concreto de “Adolfo” Arizaga, a la sazón gerente de Tussam, el perfil inconfundible que dibujan se remonta al clásico señor feudal del medioevo. Cada cosa que ordena, cada frase que sale de su boca, está inspirada por un fervor totalitario que cuesta creer en pleno siglo veintiuno y en pleno auge de las civilizaciones.

Es cierto que no se puede esperar otra cosa de quien sostiene, como si de un mandamiento se tratase, que es inadmisible que él, en su calidad de máximo responsable de la empresa, se tenga que sentar a negociar con un conductor o con un mecánico. Es como una ley contra nátura que no le entra en la sesera. De ahí que todavía no tenga la empresa el plan de viabilidad que ya le demanda hasta el Consejo Económico y Social de Sevilla (CESS).

Pero a veces resulta difícil de creer que en pleno apogeo de la sociedad de la información te topes con individuos que defiendan semejantes argumentos desde el púlpito de un cargo público y, para más inri, encumbrados ahí por un alcalde que se dice progresista. Porque Arizaga, lo que olvida con mayor facilidad es que su sueldazo de presidente de gobierno lo pagamos todos los sevillanos, y alguno además lo sufrimos en nuestras propias carnes de manera directa.

Tan es así, que el tipo se cree incluso con derecho de pernada sobre la palabra ajena, la del otro expresada en libertad desde su individualidad, y que puede hacer y deshacer con ella a su antojo. Hay que reconocer que, a base de perseverancia y de patinar sobre el filo de una navaja que roza la ilegalidad, a veces lo consigue y se hace dueño absoluto de las palabras que no emanan de su garganta, sino de la de los otros.

Un ejemplo palpable ha sido la información aparecida hoy en el diario 20 Minutos que reproduzco aquí. “Tussam ha confirmado a 20 minutos que en las cocheras hay 35 vehículos dados de baja...”, escribe el periodista. No es cierto, detrás de esas palabras, sea cual sea la garganta que las ha pronunciado, está la voz prestada de Arizaga. Los vehículos dados de baja en las cocheras a día de hoy son 45 y si es necesario los enumero uno por uno. Es una característica inherente al estilo Arizaga; la opacidad, las medias verdades que velan y desfiguran la realidad. Hay otros muchos rasgos más.

Los tornos del convento

La historia de los tornos que relato a continuación es digna de mención aquí por lo que de representativa tiene y porque retrata como nadie al personaje. En el acceso a las instalaciones de Tussam existen unos tornos de acceso que rememoran vagamente a esos pasillos de tubos metálicos por el que se conducen a las reses hasta su matarife en los mataderos.

Los artilugios llevan sin utilizarse desde que se inauguraron las nuevas cocheras, allá por el 2003. Es decir, nunca se han usado hasta ahora, entre otras cosas porque dificultan enormemente la rapidez de acceso de la cantidad de trabajadores que han de pasar por ellos.

En realidad no tienen otra utilidad aparente que hacerte pasar por un escáner cuyo funcionamiento y finalidad se desconocen. Ni siquiera su apertura mediante la tarjeta de empleado está vinculada al control de presencia en vigor en la empresa, ya que para ello están habilitadas otras máquinas en diferentes lugares de las instalaciones. Es lo que en el argot se conoce como el acto de “picar”.

Pero vete a saber por qué extraña paranoia a Arizaga se le ha puesto entre ceja y ceja que a partir de mañana todo quisque ha de pasar por los puñeteros tornos, aunque ello te suponga entretenerte en la puerta el tiempo que sea.Bueno, en realidad todos, lo que se dice todos, no: él no, a no ser que lo haga con el mercedes a de costado y a dos ruedas, como los especialistas de Hollywood. Tampoco el resto de los directivos. Y es que el hábito hace al monje, nunca mejor dicho.

Lástima que no le preocupe de la misma manera la seguridad de la más de una decena de autobuses que se queda aparcada en el Prado cada día por falta de conductores y sin que nadie los vigile. Será porque no produce el mismo disfrute hostigar a objetos que a personas de carne y hueso.