En esto, la viuda empieza a presionar a To Tam para que se case con un pretendiente de buena familia que le ha salido. No quiere morirse sin haber dejado a la niña colocada de la única manera que las niñas bien podían colocarse en aquella sociedad: casándose con un buen partido. Pero To Tam ha tomado una decisión: “Te amo ya, por consiguiente no puedo amar a nadie más, ni quiero amar a nadie más. Sin amor, no hay matrimonio, pues temo incomodar a otro hombre.” Dam es serio y la ama, pero es buena persona y se ve en un dilema: To Tam está poniendo su porvenir en peligro. “En la vida de una joven, la esperanza mayor, la más dulce, es la de casarse con un hombre con el cual gustar las alegrías de un amor ardiente. Esta esperanza, To Tam la había reducido a la nada en su corazón a causa de su pasión por mí.” Dam fantasea en algún momento con secuestrarla y escaparse juntos, pero no hay huevos.
La viuda se pone enferma y día a día empeora. No quiere morir sin ver a su hija colocada. El propio Dam le escribe que haga lo que tiene que hacer: “… cuando el vapor se haya enfriado y el olvido haya borrado de tu corazón todo lo que en él ardía todavía, podrás disfrutar de una existencia muy dulce, con una casa y niños, la presencia constante de una familia unida, la ternura conyugal hasta el fin de tus días (…) Nos amamos, nos queremos, somos el uno para el otro un confidente como no hay otro en el mundo, pero las obligaciones ligadas al sentimiento sagrado de la familia nos imponen que nos sacrifiquemos ciega y estoicamente…” Lo que escribe el confuciano Hoang no se diferencia en nada de lo que hubiera podido escribir un moralista católico del siglo XIX.
To Tam se rinde a la presión y se casa. Antes envía una carta de adiós a Dam Thuy. “En lo sucesivo todo se ha terminado, no volveremos a vernos más que en sueños, los placeres del amor conyugal aguardarán a otra existencia.” Dam Thuy se queda bastante jodido con la carta, pero es tan cabeza dura que aún tiene las narices de escribirle una carta llena de moral y buen sentido: “… los dioses han querido nuestro amor para regalarse el espectáculo de una tragedia terrestre y para condenar el placer de las relaciones ilícitas…” A mí, alguien me escribe esa cursilada y de la náusea que me provoca se me pasa cualquier atisbo de amor por él que hubiera podido sentir.
Tras la boda, To Tam empieza a apagarse a toda velocidad. Apenas transcurridos dos meses de la boda, muere. Cuando Dam va a dar el pésame a la familia, Tam le entrega una caja con objetos de su hermana, siguiendo los deseos de ella. Dam se encuentra en la caja con el diario que To Tam llevó en sus últimos días. El diario termina con estas palabras:
“Más tarde, después de mi funeral, si por casualidad pasas ante el lugar de mi reposo eterno, te pido que escribas para mí al pie de un árbol, en una roca o en una pared estas palabras:
Aquí yace aquélla que fue juguete del destinoMuerta por estas dos sílabas: amor.”
Aquí hubiera debido de terminar la novela, para que el lector la cerrase entre grandes lagrimones. Pero eso no le bastaba al moralista de Hoang. Necesitaba un epílogo donde quedase clara la moraleja de la historia y fue y lo escribió.
Dam Thuy, afligido, busca consolarse en casa de su hermano mayor, cuya terapia para amantes desgraciados era de lo más peculiar: “…Desplegaba en la mesa junto a mi cama imágenes épicas que representaban, por ejemplo, las grandes batallas de Bonaparte, las maniobras heroicas de los generales asiáticos, o bien romanos narrando las aventuras de justicieros orgullosos, o libros relatando la vida mísera de los sabios de antaño (…) Organizaba también para mí salidas a cazar, sesiones fotográficas, partidas de ajedrez…”Nótese que el menú no incluía llevárselo de putas, remedio que tal vez le hubiera hecho olvidarse de To Tam, de Confucio y de la madre que lo parió.
Finalmente, una vez que lo hubo aburrido lo suficiente a base de Bonaparte y ajedreces, el hermano le soltó su moralina. Que, llevado por su cultura libresca, había llevado demasiado lejos su indagación sobre el amor y él mismo se había dejado arrastrar hasta un punto de no retorno. En el proceso, además había hecho daño a To Tam. Incluso si no hubiese muerto, su felicidad conyugal se habría visto afectada, la vida no habría sido para ella más que un ver pasar los días con resignación. “To Tam era ese tipo de muchacha, demasiado exclusiva en el amor, demasiado imbuida de literatura y de ideas, que desprecia totalmente las realidades de la existencia. Un carácter así, colocado en un contexto educativo “de transición”, cae inevitablemente en ese tipo de relaciones amorosas, sin saber dar marcha atrás, de donde viene una vida estropeada trágicamente que deja muchos remordimientos a su paso…”
Animado por tan sabios consejos, Dam regresa a sus estudios y a sus objetivos profesionales de antaño. Aun así, también tiene que sufrir las consecuencias de su ligereza, porque en una buena fábula moral, ningún pecador sale indemne del todo. “Tienes que saber que una historia como la mía con To Tam no puede olvidarse; mi corazón ha recibido una herida cuya cicatriz persiste, una cicatriz que disminuye mucho los placeres de la vida para mí. Le doy vueltas, de manera que, en momentos en los que podría disfrutar de cosas agradables, pienso en la suerte injusta de la muchacha y me afecta, tanto que ahora, la vista de un paisaje me recuerda a menudo su persona; percibo las huellas, como si un alma estuviese todavía atrapada en la trampa…”
El mensaje está claro, ¿no? El amor es muy bonito y es una fuerza irresistible, pero abandonarse a él sólo causa infortunio. Y por si quedasen dudas, la propia To Tam en el diario de sus últimos días escribe: “Me gustaría aconsejar a las jóvenes que comparten mis inclinaciones sentimentales que no tomasen el camino que yo tomé. Para disfrutar de la felicidad amable en el matrimonio, deben ser conscientes de la realidad de la vida. Los sueños románticos son como el vino dulce que, aunque delicioso y fragante, tiene efectos destructivos.”
Por desgracia para los buenos propósitos de Hoang, no fue así como los jóvenes lectores vietnamitas entendieron la novela. La novela fue un éxito inmediato. A la primera edición de 3.000 ejemplares, le siguió otra de 2.000, grandes cifras para el Vietnam de aquellos días. Los lectores lloraron lágrimas amargas ante el destino de los dos protagonistas e incluso hubo suicidios provocados por la idea del amor imposible. Los lectores no habían entendido que allí “To Tam” era un ataque contra la modernez del amor, no su defensa.
¿Qué había ocurrido? Pienso que lo que le pasó a Hoang fue similar a lo que le sucedió al Padre Coloma con “Pequeñeces”. El Padre Coloma escribió la novela para fustigar a una sociedad frívola, materialista y hedonista y puso como protagonista a la tremenda Currita. Lo malo es que el escritor que había en el Padre Coloma era a veces más convincente que el moralista y la figura de Currita resulta al final muy atractiva y hasta simpática. A Hoang le pasó algo parecido. Quería fustigar el amor romántico, pero su yo artístico pudo con él y lo que hizo al final fue cantarlo con unos tonos dignos de “Romeo y Julieta”.