Un hombre joven llegó al centro de un pueblo gritando que poseía el corazón más hermoso de la comarca. La gente se concentró a su alrededor y observaban que su corazón era perfecto, sin manchas, heridas, ni rasguños. Todos coincidieron en que era el corazón más hermoso que jamás había visto.
Un anciano se acercó por allí y dijo:
- ¿Cómo puedes ser tan engreído? ¿Cómo puedes decir eso? Mi corazón es muchísimo más hermoso que el tuyo.
La multitud se giró y sorprendida miro al corazón del viejo. Latía con fuerza pero estaba cubierto de cicatrices, arañazos, trozos que faltaban, huecos...
- ¡Pero hombre! -habló uno de los ciudadanos- ¿cómo puede decir usted que su corazón es más bello si está lleno de heridas y dolor?
- Es cierto -dijo el anciano- Pero cada cicatriz representa una persona a la que entregué mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para darlos a los demás. Algunos me han obsequiado con un trozo del suyo y me alegro de ello y por eso mi corazón tiene trozos de distintas texturas y tonalidades. Hubo veces en las que yo entregué un trozo de mi corazón, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio, y esos son los huecos que podéis ver.
Dar amor es arriesgar, porque nunca sabes si recibirás a cambio o no; si en tu corazón quedará un hueco o habrá un nuevo remiendo. Pero tanto huecos como remiendos nos recuerdan que seguimos amando, y eso alimenta la esperanza de que tal vez, algún día aquellos amores no del todo correspondidos regresen y llenen el vacío de nuestro corazón.
¿Por qué no miras este fin de semana cómo luce el tuyo?