Tengo una costumbre, de la cual no me gusta abusar, que consiste en entrar en las tiendas de animales para ver los cachorros expuestos. Dicen que el flechazo entre los potenciales amos y las potenciales mascotas es el mejor método de elección. A pesar de que jamás he optado a ser ama, en más de una ocasión he sucumbido a esos ojillos brillantes y embaucadores. Hasta hace poco en mi historial solo figuraban perros, gatos ni en broma (supongo que por una cuestión de ego). No obstante, como nunca es tarde para una primera vez, este verano las flechas de Cupido nos alcanzaron a mí y a un minino de raza persa.
Dos galanes se presentaron cuando me acerqué a la jaula. El coup de foudre se produjo con el de más a la derecha. Tal como dictan las normas del enamoramiento, nada más mirarnos se paró el mundo y nos quedamos suspendidos en el tiempo. Y allí hubiéramos continuado hasta el fin de los días si el candidato despechado no hubiera roto la magia tirándose encima del elegido. Mi pretendiente, por supuesto, respondió a la provocación y de este modo tan brusco puso fin a nuestro romance.
Tal desenlace me lleva a la conclusión de que ambos galanes actuaron de una manera muy humana. Habrían nacido felinos pero, quizá a causa de su corta edad, todavía no habían sido iniciados en el arte de ser gato.