Quizá esta haya sido la semana más movida del año. Sesiones en Sevilla, Guadalajara, Madrid, Menorca, Barcelona, Zaragoza y Alicante me han hecho pasar demasiadas horas a bordo de aviones, AVEs y algunos coches de alquiler. Con tantas horas "en las nubes" da para leer mucho.
Volando desde Mahón hasta El Prat leí un breve cuento de Hans Christian Andersen, titulado "La Reina de las Nieves". Unos perversos duendes construyen un espejo mágico que sólo proyecta en él las cosas malas y desagradables. Nunca las buenas. Los duendes van llevando el espejo por todo el mundo y cada vez más gente considera como única realidad lo que en él ven reflejado.
La ambición de los duendes les lleva a querer poner al mismísimo Dios delante del espejo, así que empiezan a volar con él hacia el cielo. Pero no pueden soportar el peso y el cristal cae sobre la tierra haciéndose infinitos pedazos que se expanden como partículas de polvo por todo el mundo. Uno de aquellos minúsculos cristales se cuela en el ojo de un chico llamado Kay que juega en una ventana. Su amiga Gerda intenta sin éxito limpiárselo, pero al ser un fragmento tan pequeño no pudo siquiera verlo.
A partir de ese momento Kay ya no fue el mismo. Cambió su carácter, su actitud se volvió crítica, cortante, corrosiva. Sólo veía lo malo. Los defectos. Aquel odioso cristal se fue deslizando desde el ojo hasta su corazón convirtiéndole en una persona fría y uraña. Una noche huyó sin dejar rastro para acabar, solitario, recluido en un castillo donde pasaba el día coleccionando trozos de hielo de curiosas formas.
En este mundo que nos ha tocado vivir hay demasiadas personas como Kay. Sus ojos se han acostumbrado a mirar sólo lo negativo, y eso, como el cristal del espejo, se ha deslizado hasta el corazón. Son aquellos cenizos, envidiosos, sufridores de los éxitos de los demás... pero que acaban también siendo injustos con sus pensamientos alimentando una visión negativa sobre si mismos, que les lleva a empequeñecerse más y más.
Hay muchos corazones demasiado fríos, como el de Kay. Y aunque el cambio es difícil, es posible. En el cuento, su amiga Gerda pasa mil aventuras hasta que lo encuentra. Una vez delante de él rompe a llorar y esas lágrimas se abren camino hasta el corazón de su amigo, que también comienza a llorar y el maldito cristal sale por sus ojos arrastrado por sus lágrimas.
Y es que la vida se presenta a veces dura y difícil, pero sobre todo por ese cúmulo de prejuicios en la mirada que acaban volviendo insensible el corazón. Hemos de estar atentos, con nuestra mano tendida, para ayudar a aquellos a los que les entra un cristal en el ojo y evitar que les baje al corazón.