Por Ivonne Guzmán | Editora (O) | iguzman@elcomercio.com
(Publicado originalmente en diario El Comercio, Quito, el 24 de septiembre de 2017)
En marzo de este año, en la Marcha de las Mujeres en Washington un cartel llevaba esta leyenda: “Make Margaret Atwood fiction again” (una ironía alusiva a la campaña de Trump, que pide que las historias de Atwood vuelvan a ser ficción y dejen de ser -una aterradora- realidad).
La anécdota consta en el reportaje de Rebecca Mead sobre Margaret Atwood, para The New Yorker de abril pasado, a propósito de la vigencia que su novela ‘The handmaid’s tale’ (El cuento de la criada) ha vuelto a tener en los últimos meses.
La primera edición de la novela fue publicada en 1986; de ahí en adelante, ha vendido millones de copias alrededor del mundo (y hasta ha sido censurada). A inicios de este año, volvió a las secciones más visibles de las librerías.
Un factor para esta renovada popularidad es la adaptación del libro a una serie que se transmite por Hulu, un canal de Internet que el domingo pasado se llevó cinco premios Emmy y que es presentada en las reseñas televisivas como un distopía en la cual los Estados Unidos son gobernados por fundamentalistas religiosos que esclavizan a las mujeres; y usan a las más jóvenes y sanas con fines estrictamente reproductivos.
Otra razón para que la novela de Atwood haya vuelto a la palestra con tanta fuerza es el escalofriante parecido con situaciones actuales. En ‘The handmaid’s tale’, las Criadas, son mujeres que, por ejemplo, no tienen derecho a decidir qué pasa con sus cuerpos; son vistas y tratadas como animales de reproducción, que deben parir los hijos que se encargarán de mantener el sistema funcionando.
Atwood lleva al paroxismo la forma en la que esta imposición ocurre; pero si uno se detiene a observar, no es difícil encontrar parecidos con la realidad. La misma Mead menciona este carácter ‘oracular’ que ha cobrado la autora cuando su novela es leída en el contexto político actual: “Con la elección de un presidente estadounidense cuya campaña agredió abiertamente a las mujeres y quien su primer día en el cargo firmó una orden ejecutiva para retirar la entrega de fondos federales para ayudar a organizaciones extranjeras enfocadas en la salud de las mujeres, y que ofrecen servicios de aborto seguro”.
No solo pasa en Estados Unidos, donde activistas feministas como la artista Suzanne Lacy -quien estuvo en julio en Quito- ven cada vez más factible que derechos tan fundamentales como que una mujer pueda decidir sobre su cuerpo les sean arrebatados; también pasa en Ecuador, donde hace poco un Presidente castigó a tres asambleístas por haber osado pensar en debatir la aprobación del aborto en caso de violación.
Como rezaba el cartel de la marcha: por favor, que alguien haga que lo que escribe Margaret Atwood vuelva a ser ficción otra vez. Cuando Atwood empezó a escribir este libro tenía 45 años y vivía en Berlín, era 1984. La novela de George Orwell (‘1984’) rondaba en su cabeza. Las referencias a la obra del británico son sutiles. Como aquella en la que describe cómo el sonido de la sirena de una ambulancia ya no señalaba necesariamente una desgracia, como ocurría en la vida de “antes”; esa vida en la que las mujeres estudiaban, trabajaban, usaban la ropa que se les antojaba y se emparejaban de la misma manera. En la vida nueva, el sonido de una ambulancia es sinónimo de buenas nuevas: de nacimientos.
En la distopía creada por la canadiense, la reproducción humana es el problema central. La contaminación, por varias vías, tiene que ver con la situación en la que se encuentra la humanidad en ese momento. Por eso se necesitan mujeres jóvenes, sanas y fértiles para asegurar la supervivencia humana.
Como en otra de sus famosas distopías, ‘Oryx y Crake’ (con un trama enfocada en la devastación ambiental), esta pesadilla que viven los protagonistas se origina en un no saber convivir ni entre humanos ni con el entorno. Al igual que en ‘1984’, en el ‘bestseller’ de Atwood se respira el aire de la prohibición, del abuso, de las mentiras que benefician a unos pocos y hacen malvivir a la mayoría. Con el añadido de que quienes llevan la peor parte son mujeres.
Si bien las dinámicas políticas y sociales actuales hacen que esta novela llame la atención, no es solo el tema que aborda lo que atrapa al lector. Atwood es una escritora de primer orden. La construcción narrativa de ‘The handmaid’s tale’ es compleja e impecable. La voz de Offred, la narradora de la historia, se vuelve familiar para el lector desde la primera línea, cuando comienza contando que ahora ella, y las que son como ella, o sea las Criadas, duermen en lo que solía ser el coliseo deportivo de un colegio. Sin privacidad, sin derecho a que nada sea suyo (empezando por sus cuerpos).
Hay una única excepción, un lugar al que los represores aún no han llegado: el lugar donde guarda sus recuerdos y donde leudan, en silencio, sus pensamientos y sus deseos. Como ese deseo irrefrenable de robar algo que siente cada vez que quiere tener la sensación de libertad. Solo así puede recobrar la esperanza de que algunas cosas pueden ser todavía como en la vida de “antes”; una vida que daba por sentada, y mientras la vivía, jamás pensó que algo como lo que le está ocurriendo podría ocurrirle.
Por este tipo de posibilidades que plantea, la historia de Atwood gusta tanto y preocupa en la misma medida. Porque Offred podríamos ser nosotros, dominados por cualquier tipo de fundamentalismo. Pero con todo en contra, Offred continúa, porque no deja de esperar que algo cambie. Porque ha decidido imaginar que un día llegará un mensaje de la persona que ama y la sacará de ese lugar. Como lo ha podido imaginar cree que es posible que se convierta en realidad. Esto también pasa en la vida fuera de la ficción, con los sueños y con las pesadillas.
Margaret Atwood
Nació en Ottawa, Canadá, en 1939. Es la figura literaria más popular de su país (la gente se le acerca en la calle a pedirle autógrafos). Como escritora ha incursionado en la narrativa y en la poesía.
Entre otros galardones importantes, ha ganado el premio Booker en el 2000 y el Príncipe de Asturias en el 2008. Es una escritora prolífica con títulos, que se cuentan por decenas, en los más diversos géneros. Es una dedicada promotora de la literatura; razón por la cual ha creado un premio de poesía en su país.