Unas pisadas despiertan al Gran Dragón Plateado de alas rosas. Unas pisadas pequeñas, leves, que no hubieran despertado a ninguno de nosotros, pero que a un Dragón como Jarko, de oído afinado por parte de madre, le hacen abrir un ojo de inmediato. La niña se encuentra frente a él. Es menuda, de ojos grandes y tristes. Rastros de lágrimas recientes y un libro en la mano derecha. No es la visión que Jarko hubiera elegido para despertar un lunes como aquél, después de un fin de semana de juerga con sus amigos en ese bar de dragones de los Cárpatos, pero es lo que hay.
- Buenos días, María.
Alza el cuello y gira la cabeza hacia ella, intentando tan sólo susurrar, no vaya a ser que con la carraspera de la mañana se le suelte algún bufido indeseado y deje hecha una tostada a la pequeña. Correos ya le ha notificado que deja de mandar carteros a su cueva, que tampoco había muchos a los que le gustara ser quemados por entregar un paquete a un dragón con tan peculiar tos mañanera.
A pesar del saludo, la niña no se mueve, ni responde de ninguna manera. Sólo mira al dragón. Con sus ojos grandes, con sus ojos tristes. Y no es que Jarko no este acostumbrado a que le miren así. Es uno de los inconvenientes que tiene medir unas cuantas decenas de metros y tener escamas y unas alas color rosa. No es precisamente la mejor manera de pasar inadvertido.
- No has hecho nada. -María rompe su silencio, y en su voz se deja notar un pequeño temblor, como si aún se estuviera recuperando de haber llorado, o estar a punto de hacerlo.
- Lo sé, pero no podía hacer nada -Jarko sabe por qué esta allí, y la causa del temblor, la razón de aquella mirada triste y el del libro en sus manos.
-Pero lo prometiste! -La voz de la niña se alza, y retumba en todos los recovecos de la caverna.
-Eso no es verdad, no fui yo. Fuistes tú. Sólo existo en tus sueños. Existo allí desde que tu madre te regaló ese libro que tienes entre las manos. Tú me pusiste alas y decidiste que mis llamas fueran del color de las del calentador de la cocina. Lo siento, pero no fui yo.
-Ya no te quiero. Quiero que te vayas, quiero que mueras! -Y de nuevo los gritos y el dolor rebotan en la piedra
-Mi niña… -contrariamente a lo que pueda parecer, los dragones son muy sentimentales, y lloran a menudo. Jarko no es una excepción, y sus ojos comienzan a estar humedecidos- Lo entiendo, de verdad. Y aunque me duela, eso haría. Salvo que sólo tú puedes hacerlo. Y me molesta, no te creas, había quedado el proxímo sábado de nuevo con mis primos.
- ¡No te burles de mi! ¡Te odio, te odio!
- No me burlo. Me hicistes así, sincero y sonriente, con las mismas ganas de vivir que tú tenías, a pesar de todo. Un dragón sonriente en medio de un mundo gris. Me hiciste chistoso, un pelín héroe, un pelín miedoso.
-No has podido salvarla… te mataré- Y en esta ocasión, la voz de María es piedra, y como piedra golpea a Jarko
Y Jarko siente dolor, y nota como el extremo de sus garras traseras comienza a desaparecer haciéndose transparente. Piensa que va a ser rápido, y que debe dejar una nota a sus primos, que se extrañarán cuando no aparezca el próximo sábado.
-No podía, mi niña, no podía… Tú me creaste a mí, pero no pudiste crear a tu padre, ni hacerle distinto de lo que era, un animal gris que disfrutaba haciendo daño. Pude llevarte conmigo en tus sueños, luchar contra piratas en aquella isla donde las nubes eran azules y el cielo blanco. Pude hacerte volar en escuadrilla con las águilas que tanto te gustaban de aquel cuento de páginas que se levantaban. Pude ayudarte a escapar, pero nunca del todo…. lo siento. No pude parar esa paliza.
María rompe a llorar, y se deja caer al suelo, acurrucada de rodillas, envuelta en si misma. Jerko se acerca, a duras penas, con ya la mitad de su cuerpo casi transparente.
- No llores… ha sido maravilloso. Y nunca me olvidarás. Así es la vida de los dragones. Los niños nos sueñan y los adultos nos niegan. Pero con suerte comprenderás dentro de algún tiempo que los sueños existen dentro de ti, pero que no van a conseguir por sí solos que la vida sea del color de estas alas que me dibujaste. Por cierto, entiendo lo del rosa palo, pero te confieso que a veces se han reido de mí por ese detalle. En realidad, mi niña, el dragón eres tú.
- Yo no he podido hacer nada, nada…. -algo así debía estar diciendo María, pues entre los sollozos y su cabeza enterrada entre sus manos, Jarko no puede oír demasiado bien. Si a esto añadimos que las orejas del dragón ya casi dejan ver a través el fondo de la cueva, el resultado es decepcionante.
- Algún día volverás aqui. Y yo, que ahora muero y me hago transparente, estaré de nuevo. Y me hablarás de tus sueños, y saldremos a volar, a recuperar el tesoro que enterramos juntos en el País de la montaña roja. Ese lleno de libros y dulces con formas de cocacola. Hasta ahora has soñado para escapar de la vida, y ahora debes aprender a soñar para acercarte a ella, a soñar para vivir, para coger fuerzas y enfrentarte a todo lo oscuro que existe ahí fuera. No me matas, sólo me escondes. Un día encontrarás de nuevo la canica azul en la que me voy a terminar por convertir, quizás en un bolsillo o en un antiguo estuche lleno de lápices Alpino. Ese día volverás. Y mis alas rosas volverán a batir. Eso sí, avisa a mis primos, que no quiero que se preocupen demasiado. Adios, María… deja de soñar, pero nunca dejes de vivir. Adios….
Una niña llorando, una cueva vacía. Una madre muerta, un asesino. Una canica azul. Una vida. Los sueños rotos. Un dragón muerto. Un cuento triste.
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