Un cuento de José Gregorio Hernández

Publicado el 27 octubre 2025 por Jmartoranoster

 ALEXANDRA MULINO

Al profesor Alí Rojas Olaya

La emblemática revista El Cojo Ilustrado, el 1° de julio de 1912, publicó un cuento escrito por el Dr José Gregorio Hernández, titulado: “En un vagón”. Dedicó su escrito literario “a mi respetado amigo, el señor Jesús María Herrera Irigoyen.

La escena transcurrió en una estación de tren donde Hernández, como narrador testigo, se apresuró a abordar uno de los tantos vagones. Para su buena fortuna, halló uno desocupado y con el deseo íntimo de realizar el viaje sin acompañantes.

Si bien, para su sorpresa, una dama distinguida escoltada por un caballero con aspecto de gentleman y un jovencito de igual semblante tomaron asiento en el área escogida por nuestro emblemático médico.

A su lado, se sentó el joven Carlos, de unos 17 años, y a su frente la refinada señora y su elegante hermano Felipe, de unos 50 años. Al respecto, nuestro autor refirió que el adolescente “abrió un libro y se entregó a la lectura”.

Luego, lleno de sorpresa, relató que al rato la doña habló en voz alta, con la intención de que su hijo Carlos escuchara: “No me gusta ver que Carlos se entregue tanto a esas lecturas, las cuales me parece que le pervierten sus buenos sentimientos”. Es decir, la señora, temerosa de Dios, no cabía de angustia ante la doctrina positivista tan en boga en ese momento histórico.

Nuestro galeno canonizado enfatizó que, ante las respuestas desafiantes de Carlos, la matrona dirigió una mirada suplicante a su hermano, a fin de enmendar tanto atrevimiento a las buenas costumbres. Sobre esta escena, describió un diálogo magistral entre el tío Felipe y su sobrino en torno al determinismo materialista.

Al final de tan brillantes disertaciones filosóficas, Hernández contó que la buena matrona le inquirió con angustia a Felipe si Carlos retomaría el rumbo perdido; este afirmó: “Tranquilízate… unos más y otros menos nos hemos divorciado del catecismo, pero después florece la primera siembra”.

Repentinamente, el tren detuvo su marcha, llegaron cada uno a sus respectivos destinos; aunque el santo de los pobres, estremecido por la bondadosa opinión de Felipe, exclamó apenado: “Yo me quedé con el corazón entristecido al pensar cuántos hay que permanecen divorciados del catecismo, por carecer de una mano.