Solo se ven escombros, masas orquestales de escombros, una epifanía de escombros. Ni siquiera se aprecia el escombro a fuerza de ocupar todo el paisaje. La única forma de liberar el ojo es mirar al cielo, pero hasta el cielo se está escombrando. El gris ocupa el azul de las nubes y todo parece un aviso de lluvia. Está el futuro precintado, escombrado, un poco tullido en las aristas, pero el pasado no nos alegra tampoco. Vivimos el presente, el gris de todas las nubes. Anoche K. me contó todo esto, me lo confió mientras yo abría el frigorífico y buscaba una lata de cerveza. A K. lo que le preocupa es que a nadie le preocupen los escombros, las masas orquestales, la epifanía. Se lamenta de que yo mismo, a quien tanto aprecia, no haya adquirido la sensibilidad que hace visibles todas estas cosas. Yo no he visto un solo escombro, K., le informo. De verdad que he mirado, me acabo de asomar a la ventana y la calle Mediabarba sigue como siempre. Los coches van a lo suyo y las vecinas limpian la puerta, pero no veo escombros. A lo mejor los han barrido. Estarán todos los escombros a recaudo, en bolsas, listos para dejarlos en los contenedores de basura. A K. le incomoda mucho que no le preste atención, aunque sepa que siempre se la presto. Cree que los escombros me han comido la cabeza. El olor, insinúa. El escombro tiene un olor que bloquea ciertos receptores sinápticos. Esto de ahora pasa en muchos cuentos de Richard Matheson. Gente que vive ajena al invasor, pero gente invadida. Gente que ignora el mal que los hace enferma, pero gente enferma. Lo peor de este mundo es que gira sin pensar o gira sin sentir. Lo que nunca hace es dar a lo pensado un rango y a lo sentido otro, y no se ha esmerado el hombre en ensamblarlos. El uno malogra al otro. La ciencia riñe con la espiritualidad. La materia pelea a muerte con Dios. Todos los poeta han estado por aquí. Toda la poesía es un esfuerzo (no siempre vano) por registrar ese combate absoluto. Así que hay poesía en los escombros, K., le digo. Quizá no sea tan malo que los escombros nos hayan rodeado. Es posible que siempre hayan estado ahí, los escombros; que nunca nos hayamos percatado de su presencia. Intento llevar la conversación a mi terreno, que no sé bien del todo cuál es, aunque me bandeo cómodamente por él y sé en todo momento dónde resguardarme si las palabras se encabronan. K. va a estar toda la mañana pensando en los escombros. Le reprendo, pero no escucha. A él sí que lo han invadido los escombros. Como en un cuento de Matheson. La vida, a veces, es un cuento de Matheson. Da igual que no lo hayas leído. Matheson te visita por las mañanas, mientras desayunas: te vigilia, te escruta, va tomando notas de las cosas irrelevantes que te circundan, les busca el lado que no le busca nadie. Hay gente que escribe a la caza de esa sustancia escondida: la de lo que no se observa fácilmente y que, sin embargo, está a la vista si se presta la suficiente atención. No tengo ahora en la cabeza ninguna historia de Matheson en la que aparezcan escombros. La habrá. Será cosa de que google repare mi ignorancia. Suele hacer eso con mucha frecuencia.
Solo se ven escombros, masas orquestales de escombros, una epifanía de escombros. Ni siquiera se aprecia el escombro a fuerza de ocupar todo el paisaje. La única forma de liberar el ojo es mirar al cielo, pero hasta el cielo se está escombrando. El gris ocupa el azul de las nubes y todo parece un aviso de lluvia. Está el futuro precintado, escombrado, un poco tullido en las aristas, pero el pasado no nos alegra tampoco. Vivimos el presente, el gris de todas las nubes. Anoche K. me contó todo esto, me lo confió mientras yo abría el frigorífico y buscaba una lata de cerveza. A K. lo que le preocupa es que a nadie le preocupen los escombros, las masas orquestales, la epifanía. Se lamenta de que yo mismo, a quien tanto aprecia, no haya adquirido la sensibilidad que hace visibles todas estas cosas. Yo no he visto un solo escombro, K., le informo. De verdad que he mirado, me acabo de asomar a la ventana y la calle Mediabarba sigue como siempre. Los coches van a lo suyo y las vecinas limpian la puerta, pero no veo escombros. A lo mejor los han barrido. Estarán todos los escombros a recaudo, en bolsas, listos para dejarlos en los contenedores de basura. A K. le incomoda mucho que no le preste atención, aunque sepa que siempre se la presto. Cree que los escombros me han comido la cabeza. El olor, insinúa. El escombro tiene un olor que bloquea ciertos receptores sinápticos. Esto de ahora pasa en muchos cuentos de Richard Matheson. Gente que vive ajena al invasor, pero gente invadida. Gente que ignora el mal que los hace enferma, pero gente enferma. Lo peor de este mundo es que gira sin pensar o gira sin sentir. Lo que nunca hace es dar a lo pensado un rango y a lo sentido otro, y no se ha esmerado el hombre en ensamblarlos. El uno malogra al otro. La ciencia riñe con la espiritualidad. La materia pelea a muerte con Dios. Todos los poeta han estado por aquí. Toda la poesía es un esfuerzo (no siempre vano) por registrar ese combate absoluto. Así que hay poesía en los escombros, K., le digo. Quizá no sea tan malo que los escombros nos hayan rodeado. Es posible que siempre hayan estado ahí, los escombros; que nunca nos hayamos percatado de su presencia. Intento llevar la conversación a mi terreno, que no sé bien del todo cuál es, aunque me bandeo cómodamente por él y sé en todo momento dónde resguardarme si las palabras se encabronan. K. va a estar toda la mañana pensando en los escombros. Le reprendo, pero no escucha. A él sí que lo han invadido los escombros. Como en un cuento de Matheson. La vida, a veces, es un cuento de Matheson. Da igual que no lo hayas leído. Matheson te visita por las mañanas, mientras desayunas: te vigilia, te escruta, va tomando notas de las cosas irrelevantes que te circundan, les busca el lado que no le busca nadie. Hay gente que escribe a la caza de esa sustancia escondida: la de lo que no se observa fácilmente y que, sin embargo, está a la vista si se presta la suficiente atención. No tengo ahora en la cabeza ninguna historia de Matheson en la que aparezcan escombros. La habrá. Será cosa de que google repare mi ignorancia. Suele hacer eso con mucha frecuencia.