UN CUENTO PARA EL DÍA DE LOS ENAMORADOS: DOS COPAS DE VINO Y LA VIDA. Ana María Manceda (Seleccionado por editorial Dunken Bs.As para la antología “Senderos con historias" 2012

Publicado el 14 febrero 2014 por Amtaboada @amtaboada


   ¡Cómo olvidar! Todo fue maravilloso; el viaje desde Buenos Aires, el Congreso Arqueológico, Madrid. Vertiginoso, quería verlo todo, vivir. El grupo de congresistas no quería perderse nada, todas las invitaciones eran aceptadas. Así fue como organizamos  la excursión a Toledo, tú Jordi deseabas presentarnos tu bella ciudad y tu fantástico hogar situado dos metros bajo tierra ¡estabas tan entusiasmado mostrándonos el tesoro que poseías! Te habías comprado esa casa en tu ciudad natal, muy estrecha, debiste edificar hacia arriba y hacia abajo.— Es una cueva de la época de los romanos— nos explicabas fascinado y nosotros escuchábamos de igual manera, éramos jóvenes arqueólogos ávidos de experiencias aunque tú ya estabas un escalón más al ser titular de una cátedra. Fue una experiencia inolvidable. Yo no podía dejar de mirarte, tu postura y tus ojos delataban la mezcla étnica, eras un imán. Ya en Madrid fue la cena de despedida, al finalizar me acompañaste hasta la habitación del hotel, busqué un buen pretexto  para invitarte a pasar, tenía unos artículos del profesor que tanto admirabas.  No te despedirías así como así querido Jordi, te invité una copa de vino, y tu mirada a través del violeta de la copa insinuante de siglos, ya me había poseído.     Un nuevo congreso, esta vez en mi tierra; la Patagonia. Pasaron veinticinco años y tantas cosas en el mundo y en nuestras vidas. Cayeron el Muro de Berlín y el apartheid, aunque no las desigualdades, siguen las luchas por el poder,  nos acecha el calentamiento global, ambos tenemos matrimonios frustrados, hijos, pero las pasiones no cambian querido profesor, no cambian.    Te veo bajar del avión, con tu prestancia, canas y esa mirada ardiente. Te prometo Jordi que esta noche estás invitado a cenar en mi casa patagónica, de mujer sola, con hijos independientes. No tengo una cueva romana ni la juventud que nos arrolló en Madrid pero te brindaré una copa de vino color ciruela,  coloreado por los valles de estas tierras, y mientras nos amamos, escucharemos  el silencio de la nieve que se avecina sobre la ausencia de estos años.***