En el ocaso de su vida, Shakespeare se volvió un autor inesperado. A principios del siglo XVII, el dramaturgo inglés llevaba la vida de un asceta. Había decidido instalarse en su casa de Stratford, lejos de Londres, como quien pretende darle la espalda al resto del mundo. Pero Shakespeare no se apartó de la vida pública para dejar de escribir, sino para encontrar un espacio idóneo para reflexionar, para hacer balance de casi toda una vida vivida y volcar aquello que iba descubriendo en sus nuevos textos. Las obras de esta época son conocidas por la crítica como “romances” y no se parecían a nada de lo que el prolífico autor había escrito antes. En ellas se revela un Shakespeare inconformista, melancólico, incomprendido; un Shakespeare crepuscular.
Un cuento para el invierno se escribió bajo estas condiciones, y fue uno de sus últimos trabajos dramáticos. No en vano, esta dramaturgia trata sobre el paso del tiempo encarnado en la relación de dos reyes que, ante el acoso de la vejez, agarran miedo a la muerte y en su frustración y desesperación se vuelven arbitrarios y causan dolor a su alrededor. La condición humana siempre aparece radiografiada en las obras de Shakespeare, que una vez más deshilacha nuestras virtudes y defectos con su habitual fuerza poética y con una estructura argumental arriesgada, donde se mezcla el realismo y la fantasía, y en la que el Tiempo es incluso un personaje encarnado. Un cuento para el invierno es una obra ambigua, que parece partida en dos: primero una tragedia, luego un drama, lo que le da la apariencia de creación posmoderna, como Alberto Ísola, director de esta puesta en escena, ha definido en una entrevista.
“Siempre he amado esta obra –ha escrito Ísola–. Llega en el momento justo en que, creo, puedo comprenderla a cabalidad y volver a contarla, que es lo que hacemos los directores con los clásicos: servir de nexo entre el pasado y el presente, preservando la esencia pero también insuflándole nuevos aires”.
Miguel Iza, quien protagoniza Un cuento para el invierno, durante una rueda de prensa. / Foto: Javier Gragera
El montaje de Ísola se ciñe al texto original, que apenas ha sufrido otra edición que el recorte de una obra que, si se respetase de principio a fin, podría durar 4 horas en escena. La otra apuesta del director ha sido ambientar el relato en la Sicilia de finales del siglo XIX, donde tiene sentido que la música de Verdi se cuele en el escenario como una banda sonora situacional. Nada que a uno le pueda sorprender en una puesta en escena que rescata a Shakespeare como lo que realmente es: la imperecedera encarnación del teatro clásico y atemporal.
Uno de los puntos fuertes de esta obra es el equipo de actores que la sostiene, con Leonardo Torres y Miguel Iza al frente, poniéndose en la piel de los dos reyes enfrentados. El resto del elenco lo conforman: Alejandra Guerra, Alfonso Santistevan, Mónica Rossi, Alfonso Dibós, Alberick García, Miguel Álvarez y Sergio Bernasconi, entre otros.
Shakespeare siempre conmueve, incluso cuando lo único que pretende es contarnos un cuento. El dramaturgo inglés tiene el genio para tocar continuamente la fibra sensible del espectador y abrir puertas inesperadas a la introspección. Porque, en palabras de Ísola, Un cuento para el invierno es “un teatro antiguo y tal vez ingenuo para decir algo absolutamente contemporáneo y profundo”.
Un cuento para el invierno se estrena el 12 de septiembre en el Teatro Británico (Jr. Bellavista 527, Miraflores), y la temporada va hasta el 14 de diciembre. La obra se representa de jueves a lunes a las 8 pm. Precio: de S/.60 a S/.20.