Las peores expectativas que temíamos se han cumplido. El único debate en el que iban a participar los líderes de las cuatro formaciones más importantes del espectro político español, de cara a los comicios del próximo 26 de junio, fue una oportunidad perdida, desaprovechada. Más que confrontar programas, debatir ideas e interpelarse argumentos, los aspirantes a presidir el gobierno de España se limitaron a pronunciar monólogos, reiterar consignas ya conocidas e intercambiarse reproches a diestro y siniestro. Si lo percibido en el debate de ayer representa el nivel de los candidatos y el tenor de sus actitudes, mal pronóstico cabe esperar del resultado de esta repetición de las elecciones generales: repetir el tactismo partidista e ignorar los intereses generales del país. Es decir, más de lo mismo entre cuatro minorías incapaces de entenderse, dialogar, confiar en la buena voluntad del adversario y alcanzar acuerdos que permitan la gobernabilidad de España. Vetos, soberbia, inmovilismo y descalificaciones son los mimbres con los que pretenden hacer política de Estado los representantes de la vieja y nueva “casta” que anoche exhibió, más que promesas e iniciativas, sus limitaciones y rémoras. Ninguno de ellos estuvo a la altura de las extraordinarias circunstancias por las que atraviesa el país, atrapado en una encrucijada de parálisis que le impide afrontar los problemas del presente (crisis, paro, pobreza, desigualdad, etc.) y encarar los desafíos del futuro (crecimiento, progreso, bienestar, pleno empleo, etc.). En definitiva, el debate de anoche no ha servido para nada, para nada nuevo que ilusione a la ciudadanía, les impulse a acudir a las urnas y poder discernir un proyecto de país de otro, sin tener que soportar banalidades, lugares comunes y generalizaciones propios de cualquier charlatán. Lástima.