Entre mayo y agosto de este año tuve la oportunidad de trabajar cuatro horas diarias, todos los días, en una empresa cliente.
La compañía había desvinculado a su gerente de Recursos Humanos y me propusieron la posición y avanzar con la búsqueda de un profesional que asumiese el cargo de una manera definitiva al mismo tiempo que desarrollaba mi gestión. Me pareció una experiencia interesante. Traté de especificar los alcances de mi responsabilidad, hice una propuesta de trabajo, llegamos a un acuerdo respecto de los honorarios y fijamos una fecha de inicio.
Hacía muchos años que no tenía el compromiso de un horario y un honorario fijo. Fue todo un desafío.
El primer día, al ingresar, la recepcionista - que ya me conocía - me preguntó si era el nuevo gerente de Recursos Humanos. Ese ya fue una primer pregunta que me invitaba a reflexionar.
En mis años como consultor aprendí que la verdad es la mejor fórmula de comunicación. No había consensuado con mi cliente qué explicación daría pero resultó muy sencillo decir que, simplemente, los acompañaría durante tiempo, hasta que el nuevo profesional del área estuviese en funciones.
Y así fue.
Los primeros días fueron intensos. Muchos de los procesos que estaban en marcha me iban ¨cayendo¨. Sobre todo, existía la mística que un experto en selección y en relaciones interpersonales estaba a disposición y la expectativa y exigencia que sentía eran importantes.
Una buena cantidad de búsquedas de perfiles específicos debían ser cubiertos y las áreas me llamaban esperando una respuesta rápida y efectiva. Mi asistente, a los dos días, me informó que en esta empresa las cosas de hacían de determinada manera y que si las íbamos a cambiar le tendría que preguntar al gerente de administración cuál sería la metodología ya que él era quien la había capacitado (evidentemente la persona de RRHH no ejercía su función). La tarea no parecía fácil.
Yo tenía que pensar cuál iba a ser el camino y cómo me iba a manejar con los requerimientos que surgían de todas las áreas.
Mi primer impulso fue revisar todos los procedimientos, ver las carpetas con los proyectos en marcha - búsquedas, proveedores, evaluaciones de desempeño, capacitaciones, pasantías, comunicación interna... - e intervenir, dándoles mi impronta. Poco a poco fui entendiendo que ese no era el camino.
Personalmente me sentía en conflicto conmigo mismo por la responsabilidad que había aceptado: de alguna manera había claudicado en mi libertad de acción. Ya no disponía de mi tiempo. Me había comprometido a cumplir un horario y tenía que cumplirlo. Sin tener demasiada conciencia ahora tenía ¨jefes¨.
Cuando terminó la primer semana, el director que gestionó mi contratación me pidió si podía hacerle un reporte de las acciones realizadas durante la semana: tenía que rendir cuentas. Me estaban controlando y me decían de qué manera debía presentar y mostrar la efectividad de mi trabajo. Aparecieron una cantidad de planillas que completar, con un aluvión de información que me parecía burocrática e inútil pero que, sin embargo, forma parte de la manera de hacer las cosas de la empresa y tenía que respetarla.
En los primeros veinte días de trabajo, varias veces pensé en decir que me había equivocado y que no iba a seguir adelante. Estoy seguro que la empresa pensó lo mismo.
Una de las primeras posiciones que se cubrió durante mi gestión precisaba la firma del Presidente de la empresa como autorización final para poder incorporar al profesional seleccionado. Presenté una carpeta que incluía CV, planillas con puntajes de todas las personas que habían entrevistado a los candidatos, examen médico, referencias y psicotécnico. Recuerdo que me cuestionaron que las planillas no estaban firmadas para que esté confirmada la responsabilidad de los entrevistadores. También me criticaron la manera en que estaba presentada la información. Tuve que llevar y traer esa carpeta varias veces mientras se me iban incrementando las ganas de saludarlos e irme, dejar de perder el tiempo y no sentirme ridículo cumpliendo con esos procedimientos interminables y poco productivos.
Del otro lado del mostrador también estaban fastidiados, no entendían como estaban pagando un honorario alto por el trabajo de un profesional que no tenía en cuenta que las planillas con los informes de las entrevistas de selección debían ser presentadas ¨en papel¨ y firmadas por los respectivos responsables. Desde ya que los dos teníamos razón y ambos tuvimos que aprender el valor que cada uno podía aportar a la otra parte.
Algo diferente debía gestarse. No se trataba de querer imponer nada.
Me adapté a los procedimientos (finalmente, son sólo trámites) y la empresa aprovechó mi capacidad para escuchar y entender las necesidades de los involucrados, sin tomar decisiones apuradas. Llegamos a un consenso y a un crecimiento de la relación.
Luego de cuatro meses, nos terminamos dando un abrazo y un gracias mutuo.
Todo un aprendizaje, toda una enseñanza.