La sociedad actual está siendo conducida, a través de engaños, sutilezas y propaganda, hacia la tiranía. Los pastores del drama de la esclavitud humana son un grupo de conjurados para eliminar la democracia, que para ellos siempre ha sido un riesgo inasumible y un error porque la democracia entraña libertad individual y produce inestabilidad y sorpresas que para ellos son inaguantables y para sus negocios muy perjudiciales.
Ese contubernio de pastores multimillonarios y políticos corrompidos que conduce al mundo hacia la esclavitud se siente seguro y cree poder ganar la gran batalla, gracias a recursos como la mentira, el odio, la división, la envidia, las nuevas tecnologías, la ambición corrupta de los políticos en el poder y el dominio de la comunicación y de la información. El mundo va por mal camino, pero la resistencia crece y está siendo mayor de la que esperan los pastores del mal y del odio.
La gente cree que la democracia es un sistema que sirve para elegir gobiernos, pero en realidad es un sistema para controlar el poder de los políticos y poder echar del gobierno a los que sean corruptos y malvados. Gran parte de la ciudadanía se siente insegura ante sus gobiernos porque ha perdido la fe y la confianza en los administradores. Esa pérdida de fe y confianza en los gobernantes es suficiente drama para concluir que estamos bajo la tiranía, no bajo democracias.
La democracia es siempre el poder del ciudadano ejercido a través de sus representantes, pero las democracias actuales lo han pervertido todo y han hecho del sistema democrático una basura purulenta: los representantes representan a sus partidos, no al pueblo y los controles, contrapesos y cautelas del sistema han sido eliminados para que los políticos puedan gobernar como tiranos.
La solución a estos drama es muy compleja y requiere cambios en la ciudadanía, además de la expulsión del poder de las tribus de canallas, indeseables y miserables que se han apoderado de los estados en casi todo el mundo.
En España, estas crisis y dramas adquieren una dimensión superior y extrema porque la clase política española ha destacado en maldad e indecencia y porque el pueblo español ha sido incapaz de defender la democracia, quizás porque nunca la ha conocido a lo largo y ancho de su historia. El Congreso y el Senado han dejado de ser sedes de la soberanía popular para convertirse en sedes del poder de los partidos. Diputados y senadores no representan al pueblo, al que ignoran y ante el que nunca rinden cuentas, para convertirse en representantes y lacayos de sus respectivos partidos. Los que debieran ser templos del debate y de la verdad, son hoy granjas donde diputados y senadores sólo pulsan botones o pronuncian los discursos que sus partidos quieren, sin que el pueblo y sus dramas y carencias tengan representación alguna.
Lo primero que debe hacer España es un reseteo de su ley electoral, de sus sistema y de la Constitución, que no ha servido para frenar los desmanes de los políticos. Tendrá también que reformar los partidos políticos e ilegalizar a los que antepongan con descaro sus propios fines al bien común, lo que constituye un atentado contra la democracia.
La regeneración de la política es imposible sin recuperar los valores y sin incluir el apoyo mutuo, el respeto y el amor en la vida cotidiana. Más que una regeneración política, España necesita una regeneración ética.
Pero el elenco de los dramas españoles es brutal y desolador: educación pervertida de niños y jóvenes, promoción del marxismo, destrucción de los valores, enfrentamiento de todos contra todos, políticos malvados al frente del país, exhibición de canallas y macarras como si fueran ejemplares, mentiras del poder, televisión que conduce a la esclavitud, periodistas tan corrompidos como los políticos, jueces politizados, medios comprados, despilfarro y un largo etcétera de desolación y decadencia en un país que parece haber sido elegido para experimentar cuanto puede aguantar un pueblo a los canallas que le gobiernan y a que velocidad avanza hacia la esclavitud cuando es conducido hacia ese estado por el poder constituido.
Francisco Rubiales