Revista Arte
Orfeo fue un curioso personaje de la mitología griega. El dios Apolo le ofreció muchos dones, entre ellos una lira con la que componer cantos tan poderosos que hasta las fieras se tranquilizarían. Orfeo se enamoró entonces de la ninfa Eurídice, la cual en una ocasión fue sin embargo sorprendida por un pastor que quiso forzarla. En su huida fue atacada por una serpiente que la mataría rápidamente. Orfeo, enloquecido, solicitó a Zeus -el dios más importante del Olimpo- la posibilidad de bajar incluso a los infiernos a buscarla.
Hades, el dios del inframundo, accedió finalmente que Orfeo pudiese entrar en el infierno y llevarse a su mujer. A cambio, sólo le puso una condición: que no la mirase mientras la sacaba del Hades, que esperase hasta que estuviese fuera de sus puertas. Pero, cuando estaban llegando a la salida, él no pudo resistir la tentación y giró la cabeza para ver si su mujer lo seguía. En ese momento, Eurídice desapareció para siempre.
Esta célebre leyenda mítica es una alegoría del hombre que no puede resistirse a la tentación. A pesar de que se nos avisa, siempre creeremos que habrá otra y otra oportunidad, ¡que no se nos va a condenar por ello! Pero, la vida y la muerte obedecen a leyes inapelables e irreversibles. A pesar de esto seguimos, como Orfeo, creyendo que podremos mirar atrás y que no pasará nada, que sólo se nos reprochará levemente si acaso nuestra temeridad, pero esto sólo es una ilusión, una muestra clara más de nuestra absoluta debilidad terrena.
(Imagen del cuadro El mito de Orfeo del pintor Marc Chagall; Cuadro Lamento de Orfeo, de Alexandre Séon; Lienzo Orfeo y Eurídice, de Rubens.)
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