Un día de estos pondré orden en mi vida.

Publicado el 11 febrero 2017 por Alguien @algundia_alguna
La metáfora del mendigo.

“Lo conocí cuando se acababa de licenciar en psicología. Hace de esto bastantes años. Ahora pasa el día sentado en una calle del Centro con su perro y un cartel pidiendo limosna. Mantiene la misma expresión serena de siempre, como si no fuera un mendigo y se dedicara a ejercer su profesión en medio de la calle, tratando de resolver la vida a los transeúntes con problemas y después cobrarles la voluntad. No creo que se acuerde de mí. Nos presentaron una noche en un bar y desde entonces no hemos vuelto a coincidir. Soy poco fisonomista, sin embargo su cara se me quedó grabada. Alguna mañana, me detengo a observarlo desde cierta distancia. Lo veo tranquilo, acariciando al perro, sonriendo a los paseantes que le entregan monedas y a los que le miran de soslayo y pasan de largo. Hasta que alguien se pone en cuclillas a su lado o se encorva y comienzan a dialogar.

El otro día me acerqué a saludarlo. Sonrió de una manera especial y dijo que se alegraba de volver a coincidir después de tanto tiempo. Preguntó cómo me iba la vida. Respondí que me gustaría nacer viejo e ir rejuveneciendo como le ocurrió a Benjamin Button, aunque si pudiera elegir, no llegaría a la niñez sino que me instalaría en una edad adulta sin demasiados compromisos. Pero la vida es injusta, los problemas se van acumulando por diversas cuestiones, incluso para los que tenemos la fortuna de no tener problemas. Caen los años con todo lo que llevan consigo. Al oírme volvió a sonreír y dijo que a nuestra edad no había hora de recreo, que era preciso buscarla. Jugarnos la vida y recrearnos en los buenos momentos.

Le dije que los días transcurrían cada vez más rápidos en lugar de más lentos como sucede en la infancia; que a menudo detenía el paso para contemplar todo aquello que me rodeaba como si no lo conociera; que estaba jubilado sin jubilación y que seguía trabajando. Una cuestión difícil de explicar, un placer remunerado. Él confesó que vivía en una casa con jardín y yo, no sé por qué, relacioné el jardín con el Parque de la ciudad. La metáfora del mendigo, pensé. Añadió que las plantas no mienten, no traicionan, no te abandonan. Y concluyó diciendo que afrontaba la película de la vida sin malos rollos porque lo inevitable venía de fuera sin avisar y estaba al margen del guion que cada cual tiene prestablecido.

Al despedirnos, le di un donativo procurando que nadie se diera cuenta, igual que si entregara un salvoconducto. Lo rechazó con la misma sonrisa que ofrecía al aceptarlo, luego dijo que la primera consulta era gratuita y se fue con el perro calle abajo.”

La metáfora del mendigo. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 22.10.2016.

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Vida desordenada.

“Me pongo a pensar en la obsesión por el orden. Esta manía que tengo de medir y organizar los espacios para distribuir los objetos, como si estuviera construyendo una ciudad a mi medida. El problema es que la población se multiplica y me sobrepasa. A menudo pienso que si volviera a nacer habitaría una casa vacía, pero ya es demasiado tarde para traicionar los hábitos de toda una vida. Miro alrededor y contemplo una favela desparramada en el interior de mi propia vivienda. Hay edificaciones hechas de papel y otros materiales que se amontonan unas sobre otras. Cada objeto esconde un nombre, una historia, un recuerdo imborrable. El aparente caos que me envuelve quizá transmite desorden, sin embargo soy capaz de encontrar con los ojos cerrados el sitio exacto donde se oculta cada objeto por insignificante que sea.

Recuerdo la casa de mis padres cuando ellos eran más jóvenes que yo ahora. Lo que estaba expuesto en la vitrina del salón, la foto enmarcada del recibidor, los libros que nunca leí, las herramientas de trabajo que acabé transformando en objetos decorativos. Utensilios que también se hacen viejos, desaparecen de circulación y son relevados por otros nuevos. Como si alguien recuperase la máquina de escribir que yo abandoné hace años y la expusiera en el salón de su casa. Mis padres no tenían tiempo para andar pensando en la sublimación del objeto. Conservo multitud de recuerdos que me acompañaron durante la infancia y que con el paso del tiempo sirven para ordenar la memoria. Mi obsesión por crear micromundos. Estas pequeñas familias de objetos que permanecen reunidos en una balda de la estantería o sobre la mesa del comedor.

El orden fue una herencia de mis padres, algo que me transmitieron. Todo lo que entraba en casa tenía un espacio asignado y un objetivo que cumplir. Después de leer el periódico, que mi padre compraba a diario, se guardaba junto con el del día anterior. Los sábados por la mañana, yo era el encargado de llevar los periódicos atrasados al trapero junto con una bolsa llena de botellas vacías. El reciclaje del papel y el cristal constituyeron el salario de la infancia. Sin duda, este hábito influyó en mi afición al trueque.

Una larga colección de cromos completa el álbum de la vida. No sé si me estoy desviando del tema, creo que no, que todo concuerda, que los cromos forman parte del orden y hasta que no se consigue poner cada uno en el espacio que tiene designado no se completa la colección. Un espacio vacío es una tentación para el coleccionista, aunque hay cromos tan íntimos y personales que no se pueden cambiar. Un día de estos pondré orden en mi vida.”

Vida desordenada. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 05.11.2016.

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La aventura de vivir.

“Dice que no le gustan los lunes, pero las semanas pasan demasiado rápidas y entonces quisiera que el primer día no acabara nunca. Hablamos del calendario, las fechas que señalamos cada inicio de año, las onomásticas, las vacaciones, los compromisos. Después el destino tiene la última palabra. Le digo que el mes de enero es similar al lunes y ella se queda pensando. Tampoco le atrae enero, prefiere la primavera, el verano, la luz. Yo elijo la estación otoñal, la relaciono con largos viajes. Desde hace unos meses, en vez de dar la vuelta al mundo no paro de dar vueltas a la cabeza, otra esfera achatada por los polos que tampoco descansa. Me dice que habría que vivir el presente y dejarnos de pamplinas. Asiento sin pronunciar palabra.

Estamos desayunando frente al mar, luce el sol de invierno, una brisa suave acaricia la playa vacía. Un buque blanco navega despacio por el horizonte, sin prisas, como si tuviera todo el tiempo por delante. «Últimamente olvido los días de la semana», sonríe al oírme. «Te ha pasado siempre», contesta. Es cierto que me ha sucedido siempre, aunque no tanto como ahora. Me viene a la memoria el título de la primera novela que escribí y que apenas ha leído nadie. Unas páginas mecanografiadas que contienen la historia del guerrero que venció al tiempo. Más de cuarenta años con la misma obsesión y ahora parece ser que, al fin, lo estoy consiguiendo. «¡Bravo!», grita ella en silencio, y añade: «Nosotros, como ese barco del horizonte, también tenemos todo el futuro por delante».

Estamos profundizando demasiado para ser un lunes por la mañana temprano. No quiero ni mencionar que el futuro no existe, porque entonces nos podemos tirar el día entero hablando de los tiempos del verbo y la vida. Pasado, presente, futuro, qué más da. El buque blanco desaparece y distingo otro acercándose. El café despeja la mente, después ya me encargaré de obstruirla o despejarla con otras bebidas. A veces es preciso taponarla para disfrutar el presente. No quiero que se hunda ningún barco en el mar seco del desconsuelo. Me mira y sé que está leyendo mis ideas. No le agrada lo que ve y agita la palma de la mano delante de mis ojos como si quisiera espantar los microbios infecciosos del pensamiento. «Vamos a pasear», dice. Buena idea. Ambos sentimos el inmenso placer de caminar serenamente, sin prisas, sin dolor, sin miedos; igual que uno de esos barcos que pasan la vida sobre el mar. Lo contemplamos alejarse y regresar como si no lo hubiéramos visto nunca. «¿Qué misterio encerrarán sus bodegas?», pregunta. Y añade inmediatamente señalándome la sien: ¿Qué aventura ha puesto en marcha la sala de máquinas?”

La aventura de vivir. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 21.01.2017.

En Algún Día│José Antonio Garriga Vela.

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