Lo había visto cientos de veces por televisión, otras tantas en fotos, alguna vez había leído sobre gente que se había alojado allí, pero no fue hasta mi segunda visita a Singapur cuando realmente lo pensé… ¿y si había llegado el momento de darme un lujo en mi vuelta al mundo?
Y como los sueños están para cumplirlos, puse en marcha la maquinaria para hacer realidad ese lujo. Lo primero que tuve que claro que era un lugar para compartir, así que elegir la persona con la que hacerlo fue más sencillo aún. Inés vendría a visitarme a finales de Marzo… Así que sólo quedaba buscar la fecha adecuada y reservar. La emoción estuvo en que fue una sorpresa para ella hasta ese mismo día por la mañana, cuando levanté la mirada frente al Marina Bay Sands (MBS) y dije, no sin cierto nerviosismo: “Esta noche dormiremos allí” y señalé la torre 3 del majestuoso hotel. Sentí una felicidad absoluta y nos dirigimos caminando lentamente hasta la recepción.
Desde el momento que llegas al MBS sientes que llegas a otro mundo, el mundo del lujo y del privilegio. No es mi mundo, pero por 24 horas no me importó el ser considerado como “señor Tomás” a cada paso que daba, la tremenda amabilidad del recepcionista o la suerte de poder hacer el check-in casi 2 horas antes de la hora oficial (15h).
Todavía recuerdo ese momento al llegar con mi ropa de montañero/mochilero a la recepción y pensar dónde estaba… pero el trato del MBS no entiende de apariencia, fue exquisito.
Nos dieron la habitación 2627 en la torre 3. Tomamos el ascensor de huéspedes y en 30 segundos estábamos frente a la puerta de nuestra habitación. ¡¡Nervios!! Entramos y la primera impresión: ¡era más grande que mi casa! y, sobre todo, teníamos unas vistas increíbles: el skyline de Singapur frente a nosotros.
Un ventanal de suelo a techo, de ancho toda la habitación, donde puedes estar mirando todo el día sin cansarte. Fueron 15 minutos de recorrer la habitación varias veces, de sentir que ese lujo merecía la pena, pero todavía quedaba el plato fuerte: la piscina, la infinity pool de 150 metros de longitud que recorre toda la silueta del hotel.
Si el símbolo de Singapur es Marina Bay Sands, el símbolo del MBS es su piscina a 200 metros de altura.
Así que, cambio de vestimenta, algo de comer rápido y nos dirigimos hacia la piscina en la planta 57. Cuando llegamos estaba en hora punta, por algo es la actividad estrella del hotel. Rodeados de palmeras, hamacas, jacuzzis, bares, restaurantes, aparece ante tus ojos la piscina y si levantas algo más la vista todo el skyline de la ciudad. ¡Impresionante!
La Infinity Pool del Marina Bay Sands.
La piscina está dividida en zonas: niños, adultos y ambos. Nos decantamos por la zona donde había menos gente, que era la de niños, pero no resultó problema, estábamos realmente tranquilos. Allí vuelves a respirar el lujo, con muchas personas en las tumbonas, dentro y fuera del agua, tomando bebidas del bar a máxima velocidad. Familias enteras, parejas e incluso grupos de jóvenes. Es un lugar que no entiende de edades, razas, dinero o componente social.
El agua de la piscina está a temperatura ambiente, pero tras todo el día dándole el Sol comienza a calentarse y se está realmente bien dentro. No recuerdo bien cuánto tiempo estuvimos allí, podemos definirlo como toda la tarde. Jamás me había bañado tanto tiempo en una piscina, playa, jacuzzi o recinto con agua.
Las vistas de la ciudad, desde el interior de la piscina, son sencillamente increíbles. Tienes dudas de si meter la cámara, el móvil o ambos, al final como el agua apenas te cubre 1,30 metros, puedes introducir cualquier cosa sin riesgo de que se moje. Así que a hacer fotos, muchas fotos. Era un momento único y en la mejor compañía posible.
Apuramos las horas de la tarde y llegó el atardecer. El Sol se escondía entre los rascacielos de Singapur y nosotros contemplándolo desde una piscina a 200 metros de altura… la hora azul pasaba ante nuestras miradas. La noche llegaba y era momento de hacer las últimas fotos para ir a buscar algo para cenar.
La mejor cena de la vuelta al mundo.
Decidir dónde cenaríamos no nos llevó más de 5 minutos porque sabíamos que sería en el MBS, pero lo que no habíamos decidido era dónde. Así que se me ocurrió que el mejor restaurante posible era nuestra propia habitación con vistas a la ciudad iluminada. Teníamos rico embutido español, compramos un gran pan de cereales, unos dulces y 1 botella de vino. Preparamos nuestra mesa frente al ventanal, colocamos los alimentos y apagamos la luz…
El lujo no está sólo en cuánto pagas, sino en cuánto disfrutas de los lugares y los momentos.
Fue una velada mágica, inolvidable. Nos quedábamos mirando la ciudad sin decir apenas nada, esas vistas dejan hipnotizado a cualquiera.
Aprovechando los últimos instantes.
Los primeros rayos de Sol entraban por nuestra ventana muy temprano, serían las 6:00 de la mañana, pero no era problema, había que aprovechar al máximo nuestra estancia. Así que nos levantamos a las 7:00 y nos fuimos directos a la piscina.
El horario de la piscina es otro punto fuerte del MBS siendo de 6:00 a 23:00.
A primera hora había menos gente, pero igualmente te sorprende cuántos hay como tú aprovechando al máximo las horas en la piscina. El agua se nota más fría, pero había que entrar para ver la ciudad despertarse desde la mejor piscina del mundo.
Estuvimos un par de horas a remojo, tumbados, disfrutando, charlando y haciendo fotos. El cierre lo pusimos en el Sky Park, el mirador situado en la proa del barco, al cual puedes acceder de forma gratuita al alojarte en el hotel. Otro lugar de ensueño con vistas a la ciudad, su noria y a mi otro amor en Singapur: el Gardens by the Bay, un jardín botánico con árboles inteligentes y que bien merece una visita o varias (he ido hasta 3 veces y siempre descubro algo nuevo).
Tras contemplar la ciudad desde el cielo por última vez nos fuimos a desayunar a la habitación para apurar los últimos minutos. Llegaba el momento de abandonar el MBS y poner rumbo a un nuevo destino, de dejar el lujo y recuperar nuestra humilde vida y estilo de viajeros.
Quizás los únicos puntos negativos del hotel son sus horarios de entrada, 15:00, y salida, 11:00.
Así termina nuestro día de lujo en el Marina Bay Sands, una experiencia que os aconsejo intentéis hacer una vez en la vida. ¿Su precio? Hay cosas en la vida que no se mide por la cantidad de dinero, sino por cuánto significa en tu vida. En mi caso, los más de 300€ que pagué me parecieron acordes a todo lo que disfrutamos. Sin duda que es caro, pero como me gusta decir: cada uno invierte su dinero en lo que quiere y en este caso fue mi lujo en mi vuelta al mundo. Singapur os espera y si es desde el Marina Bay Sands mucho mejor.