El profesor se acerca, despacio, a la alumna, que mira ensimismada el cuadro...
- ¿En qué piensas?- En que me gustaría llevármelas a casa, para mirarlas cuando quisiera...
El profesor se echa a reír y mueve la cabeza con comprensión. Alrededor revolotea el resto de los alumnos, algunos miran los cuadros, otros cuchichean entre sí porque ha entrado un grupo de otro instituto. Adolescentes.
- ¿Y dónde las pondrías?
La alumna se toma su tiempo para responder. Cuando lo hace, sonríe, como recién despertada de un sueño... "Bueno, no sé, ocupan lo mismo que la pared del salón, así que..."
El profesor vuelve a reír y acercándose más, susurra: "Te confieso que Las Meninas son un poco grandes para mi gusto, y sobre todo para poder transportarlas sin llamar la atención, pero aquellos cuadros de la otra sala, ¿te has fijado? ¿Los bodegones pequeños? Quedarían perfectos en mi sala de estar, sobre la chimenea..."
La chica mira al profesor con sorpresa y una media sonrisa... "Ojalá pudiéramos, ¿no?"
El hombre sonríe con amargura. "Sí, porque, de todos los que pasan por aquí, ¿cuántos crees que saben apreciar lo que tienen delante? No muchos, para la mayoría es una visita obligada, o por estudios, o por turismo, algo que hay que ver porque lo manda la tradición, o el colegio, o las guías de viajes... pero, ¿apreciarlo de veras? Pocos. Pero, en fin, son de todos y así debe ser, supongo..."
La alumna vuelve a asentir y con la mirada de nuevo en la infanta Margarita, murmura: "Son tan perfectas". El profesor suspira ligeramente, se ajusta las gafas. "¿Son tus favoritas?"
No -responde la joven-. "Mi favorito es él". Y con un giro de los pies, se enfrentan a otro de los grandes cuadros de la sala. El conde-duque de Olivares.
-Dice tanto con esa mirada, el caballo es tan perfecto... y los colores, los azules, los verdes, el morado de la banda...
El profesor asiente con cada palabra, quizás piensa que la clara predilección que muestra en las clases por esta alumna no estaba del todo equivocada. De repente, un pequeño barullo los distrae. El otro profesor que acompaña a los jóvenes a la visita al Prado parece encararse con el cuadro de Velázquez, con el conde-duque.
¿No ha de haber un espíritu valiente?¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Los alumnos miran a su profesor con asombro... Está recitando, aferrado a otra alumna -que había hecho un gesto de desprecio al cuadro-. Resuenan los versos de Quevedo en la sala central del Prado...
Señor Excelentísimo, mi llantoYa no consiente márgenes ni orillas:Inundación será la de mi canto:La vista por dos urnas derramadaSobre el sepulcro de las dos Castillas.
Un guardia de seguridad se acerca ante el alboroto. Muchos de los alumnos no pueden reprimir las carcajadas, pero el profesor continúa arreglando viejas cuentas con el conde-duque. "Vámonos, será mejor que salgamos ya", dice el otro maestro, arrastrando consigo a cuantos alumnos puede. Atrás deja a su compañero, que sigue debatiendo sobre la suerte de España con Gaspar de Guzmán. Volverá después a buscarlo, antes de que la seguridad del museo haga lo que ha prometido si no se tranquiliza, expulsarlo sin contemplaciones.
Mandadlo así, que aseguraros puedoQue habéis de restaurar más que Pelayo,Pues valdrá por ejércitos el miedoY os verá el cielo administrar su rayo.
Ya en la galería central, enmascarados en la multitud, los alumnos continúan con sus risas. Algunos se dirigen a la tienda de recuerdos para comprar algo antes de salir.
- Perdone, ¿no tienen ninguna reproducción del conde-duque?- No, de Velázquez sólo quedan Meninas.
- Oh...Bueno, pues me llevo las Meninas, por favor.
"Al final te las llevas, ¿eh?". La alumna asiente. "No tenían conde-duques, así que..."
- Haces bien, así las tendrás siempre... De algún modo.
Un nuevo barullo los distrae. El profesor de los versos aparece, murmurando algo sobre "esto ya no es lo que era, yo solo estaba hablando con él...". Algunos alumnos contienen lágrimas de risa. Todos salen por fin del museo. Pasarán años antes de que el instituto ose pedir una nueva visita de grupo al Prado pero ésta será recordada para siempre. Por los sueños compartidos, las sonrisas, los versos de Quevedo y por una pequeña reproducción de las Meninas.