La añoranza y los recuerdos de un hijo/hermano muerto, el conflicto latente -por momentos al borde del estallido- entre el padre y un hijo pródigo, las reticencias que provoca un proyecto de convivencia intergeneracional (“por el bienestar de los abuelos”), los malabares que hacen los de afuera (yernos y nueras) para aliviar tensiones históricas son algunos de los aspectos que el realizador nipón pinta con naturalidad.
El desempeño de Hiroshi Abe, Yui Natsukawa, Kirin Kiki, Yoshio Harada contribuyen a la sensación de que, efectivamente, asistimos a la intimidad de una familia reunida para recordar a un integrante fallecido pero siempre presente. Las miradas, los silencios, las palabras a veces usadas como estiletes dan prueban de una eficaz complicidad entre guión y actuación.
Las huellas que deja la niñez, el paso del tiempo, la preocupación por la descendencia, la vejez, la muerte son los otros temas que hacen a la universalidad del film. La gastronomía los envuelve con sabores y aromas típicos que también enmarcan los aspectos locales del relato: la honorabilidad de la vocación, el status asignado a la compra de un auto, la estigmatización asociada al hombre que se casa con una joven madre viuda o separada.
Aunque suene cursi leerlo, bien vale escribir que Un día en familia es una película bella y conmovedora. Dicen que Koreeda la filmó después de que sus padres murieran, quizás para expresar su pesar por haberlos acompañado poco los últimos años. Como dicen los italianos, “se non è vero, è ben trovato”.