Un día en Holiday Park

Publicado el 07 septiembre 2014 por Entrelugas
Reconozco que a veces está bien pasar el día distraído con cosas tan divertidas y especiales como un parque de atracciones, sobretodo si coincide con el día de mi cumpleaños. Hacía años que no entraba a uno, y lo disfruté como una enana, aunque por encima de los 30ºC durante todo el día fue, como poco, algo demencial. Nos aferramos a las atracciones de agua y a toda clase de líquidos fríos (granizados, cervezas, helados, botellas de agua...) como si no hubiera un mañana.

El Holiday Park es un parque de atracciones situado cerca de Haßloch, en la región de Rheinland-Pfälz, Alemania.
Desde la estación de tren, sale un autobús gratuíto hacia el parque, ahí mismo indican con carteles dónde se coge, y no tarda más de 15 minutos en llegar. La entrada cuesta unos 24€ para adultos y niños que miden más de un metro. Para los más pequeños, sólo 10€.
Atravesando un extenso y todavía vacío aparcamiento, llegamos a la entrada principal, y de repente fue como volver a la niñez. Aquellas sensaciones conocidas y ya muy lejanas de nerviosismo y emoción cada vez que íbamos a las ferias, se apoderaron de mí, y no me puse a dar saltitos de alegría porque el sol aplastante no me lo permitió. Lo que sí empecé a hacer fotos como loca, que es lo que más me gusta y emociona. Flores coloridas por todas partes, estanques de agua, edificios singulares... todo acompañado con una música de fondo tipo disney a todo volumen. Pura felicidad.
Los dos personajes principales, o mascotas oficiales de este parque, son la abeja Maya, y Viki el viquingo, o Wickie, en su versión en alemán. Por eso es que todos los edificios que componen el parque son realmente de fantasía, de un estilo medieval tan característico de Alemania, con mucho color, que invitan a la imaginación y a la magia; es como estar dentro de un cuento a escala real, y yo podía entrar y salir por donde me apeteciera.
Y si no, mira, mira...

Las atracciones, supongo que sean similares en todos los parques de atracciones del mundo: montañas rusas, carruseles, lanzaderas, trenecitos, y un largo etcétera de cachivaches inimaginables. No tuvimos tiempo, ni tampoco valor, de subirnos en todas y cada una de ellas, pero abusamos de las que incluían un chapuzón refrescante. Cada vez que salíamos de una, sólo pensaba ¡otra vez, otra vez!, y rápidamente corríamos de nuevo a la fila y disparábamos rayos láser con nuestras miradas a los que intentaban colarse.
También probamos la montaña rusa. No LA montaña rusa, si no otra más pequeñita, así como para ir haciendo estómago, pero donde yo quería subirme de verdad era en la grande: Sky Cream, con ese nombre podía ser cualquier cosa menos horrible... Bueno, acepté probar primero en la otra pequeñita. Subimos con dos adolescentes que iban sentados detrás de nosotros y nos dejamos llevar... Casi lloro. En alguna de las curvas de 180º dejé mis cuerdas vocales y la parte izquierda del corazón, pero donde ya se me salió del todo fue cuando el vagón se arrojó sin previo aviso al abismo de hierros dejándome casi infartada, mientras los niños de atrás se lo pasaban en grande. Con lo que a mí me gustaban estas cosas... Si quieres saber cuánto has envejecido, no lo dudes, súbete a una montaña rusa y pierde la dignidad. Eso sí, después sal con la cabeza alta. Por supuesto, como relajante no tiene precio, lo eché todo: fuera tensiones, fuera estrés, fuera preocupaciones. Obviamente, a la grande finalmente no subimos.
Por todo el recinto hay también restaurantes y lugares donde tomar un aperitivo y ponerte tibio a cervezas, cómo no, que para eso estamos en bierland. Nosotros paramos en un self service que, todo hay que decirlo, era caro en relación a la calidad de la comida. Pero la cerveza fría lo perdona todo, y las salchichas con salsa de curry también.