Llegar a Villa General Belgrano implica una hora de viaje aproximadamente. A medida que el autobús se aleja de la Terminal de Ómnibus de Córdoba el paisaje comienza a tomar la estética de los paisajes serranos y así, entre pastizales y lomadas ondulantes, al cabo de unos sesenta minutos aproximadamente se está en la villa alemana, en el corazón mismo del Valle de Calamuchita.
Al dejar el autobús, la terminal de ómnibus se me presentó a la vista como una de las más pequeñas del mundo (incluso desbancó en mis recuerdos a la de Villazón en Bolivia que, hasta el momento, encabezaba mi lista de estaciones diminutas). Pero lo cierto es que a la pequeñez del recinto, un elemento mas apareció para transformar el lugar en un espacio inolvidable: la presencia de perros callejeros que iban y venían como demostrando territorio y exaltando nuestro carácter de visitantes. De todos colores, tamaños, edades, formas y pedigrees que se les ocurra ellos viven en los alrededores de la terminal de manera independiente y encuentran en el gran movimiento de público una buena forma para no sentirse tan solos y robar alguna caricia que les recuerde que pese a las matas de pelo, los abrojos y la tierra pegada en su cuerpo aún pueden estremecerse cuando manos anónimas pero cargadas de afecto les regalan desinteresadamente alguna.
Como marca el manual de buen turista me dirigí a la oficina de Información turística (que era todo lo minúscula que se imaginarán teniendo en cuenta el contexto del espacio en el que estaba ubicada) y allí solicité un mapa para poder dirigirme a gusto por el casco urbano de la villa sin perder tiempo y pudiendo aprovechar el día que había amanecido soleado aunque algo húmedo. Las empleadas me atendieron muy amablemente y con una cortesía poco habitual en organismos públicos dedicados al turismo me explicaron de manera más que didáctica cómo llegar al casco de la ciudad (el cual estaba a unos escasos 500 metros de la terminal) y me sugirieron dos circuitos a pie para conocer los sitios más importante de la ciudad y también otro para descubrir los aspectos más ecológicos y naturales como los ríos que atraviesan la villa, los pedregales y las abundantes zonas verdes que hacen de Calamuchita una de las zonas mejor cuidadas y conservadas de la provincia.
Apenas comencé a descender por la semiempinada Calle Vélez Sarsfield en dirección a la gran plaza donde se lleva a cabo la Oktoberfest anual me dí cuenta del sincretismo geopolítico con el que fué pensada la ciudad. A medida que avancé en la marcha comencé a descubrir singulares esquinas tales como Munich y San Martín, Avenida Comechingones y Selva Negra, Los Incas y Kochmann y un sinfín de calles con nombres de árboles, plantas y flores que existen de manera simbiótica tanto en nuestro país como en tierras alemanas.
2. LA PEQUEÑA ALEMANIA CON ACENTO CORDOBÉS
Si se quiere desafiar rápidamente a los sentidos y explicarle a la cabeza que uno no está recorriendo alguna ciudad alemana basta con agudizar el oído y, luego de escuchar el perfecto acento cordobés, la ilusión óptica y el Síndrome de Stendhal se rompen automáticamente como por arte de magia. Ahora bien, más allá de la toma de conciencia de que no se está en el corazón de Europa sino en el del bellísimo Valle de Calamuchita, a los pocos minutos de aquella pérdida de la ilusión, las imágenes que emparentan a la ciudad con aquella cultura se impone con mucha más fuerza ya que, visualmente, las construcciones, las casas, los comercios y algunos de los pobladores que trabajan para llevar a cabo la "mise en scene" de la vida alemana (sobre todo para aquellos que aún no tuvieron la posibilidad de conocer las tierras de los Nibelungos en vivo y en directo y puedan lograr con ello un primer acercamiento, al menos en lo que a estética y costumbres refiere) operan de manera simbiótica generando un espacio que evoca los paisajes de Heidi o los niños vestidos con trajes típicos austriacos que bailan y cantan canciones alemanas junto a La Novicia rebelde.
Por la tarde cuando llega la hora de la merienda y sobrevienen las ganas de tomar un café o un té de frutas (especialidad de la villa) lo más aconsejable es hacerlo en cualquiera de los bares, cafés o casa de te e, independientemente de cual sea la infusión o bebida elegida, no debería faltar jamás la compañía de un strudel de manzana (que se sirve por lo general tibio y espolvoreado con canela y azúcar impalpable) o de una deliciosa Essenkuchen (torta hojaldrada de manzana) la cual suelen servirla con una bocha de helado. 3. AL COSTADO DEL CAMINO, LA NATURALEZA SE IMPONE
Si uno no está atento (o nadie se lo aconseja) la villa es engañosa. La gran mayoría de los que llegan a la ciudad cuando descubren la Avenida San Martín, pasan la mayor parte del tiempo en ella. Eso no es discutible ya que es una calle muy tentadora (tanto visual como comercialmente) y da la sensación de que todo lo que se necesita para pasar un día en la villa allí se puede encontrar. Pero lo cierto es que en muchos casos los negocios pintorescos, las galerías de diseño que proliferan con gran éxito y el enjambre de gente que la vuelve un panal irresistible, hacen que se pierda la noción de que a pocos metros de allí la realidad cambia totalmente y se puede acceder a una de las zonas más tranquilas y conectadas con la verdadera vida serrana, esa que combina el sonido de los ríos acariciando las piedras, las interminables copas de los árboles y una fauna invisible que encanta con su arrullo y vuelve a la villa un lugar que invita a quedarse (les aseguro que quien allí no tenga una crisis de valores respecto al tipo de vida que está llevando en la gran ciudad no merece llamarse viajero).
Para llegar hasta allí uno de los circuitos que les recomiendo es caminar por la Avenida San Martín hasta la Calle Corrientes (que para esa altura dejó de llamarse San Martín y se transforma en Avenida Julio Argentino Roca) y luego desviarse unos doscientos metros hacia la izquierda. Una vez recorrida esa distancia, al fondo, se encontrarán con una maravillosa vista boscosa atravesada por el caudaloso Arroyo El Sauce. Les recomiendo quedarse allí un rato contemplando la imagen que les regalará el haberse alejado del casco urbano de la villa y les permitirá disfrutar de la tranquilidad que ofrece Córdoba, aunque sea por un corto período de tiempo.
Por la tarde el sol comenzó a caer y la Avenida San Martín encendió las luces escondiendo su vetusto rostro alpino para darle paso al de una adolescente que se preparaba ansiosa para salir con sus amigos. Los negocios seguían repletos de gente y cientos de caminantes tornaban por momentos a la amplia avenida una peatonal improvisada. De repente el cielo se puso negro y antes de que nadie pudiera reaccionar el aguacero se manifestó como una maldición bíblica. En pocos minutos a los blasones, escudos góticos y los monigotes de tela que ocupaban las veredas, se sumaron una decena de pilotines de plástico en diferentes colores que aparecieron mágicamente exhibidos y comenzaron a venderse como pan caliente.
Algunos prefirieron guarecerse bajo los toldos de los locales y otros, como fue mi caso, me enfundé en el desgarbado pilotín rojo y emprendí el regreso a la terminal de ómnibus ya que en menos de una hora partía mi autobús hacia la ciudad de Córdoba, donde tenía mi habitación de base. En el camino me crucé con decenas de seres enfrascados en pilotines verdes, azules, rojos, amarillos, naranjas y con una procesión de perros que nos acompañaban como cancerberos para que no equivocáramos el camino. Miré con atención a algunos de ellos que durante mi recorrida a lo largo del casco histórico durante el día me los crucé varias veces en diferentes esquinas y locales.
Al llegar a la terminal el vapor, el olor a pasto mojado y la humedad que contrastaba con la pálida luz de la única bombita que alumbraba la plataforma taciturna le daba a la escena una estética de película de Tarkovsky. Una pareja de franceses (treintañeros ambos) hablaban en un francés lento mientras armaban unos cigarros con un tabaco que se avizoraba empastado por la lluvia y unos metros más allá, un grupo de adolescentes que se contaban las experiencias de la noche anterior fumaban exhalando el humo hacia arriba como si se tratara de una competencia por demostrar cual parecía más adulta.
El tiempo que tardó en llegar el autobús (que venía con retraso debido al pantano en que la lluvia había convertido al valle de Calamuchita) me sirvió para descubrir el verdadero secreto que escondía Villa General Belgrano, ese que nada tiene que ver con la tradición de inmigrantes alemanes, ni con los escudos, ni con las rubias vestidas de tirolesas ni con los rincones idílicos salidos de las guías turísticas de Munich o Frankfurt.La que se me presentó, en cambio, por oposición a aquella imagen pauperizada de la terminal de ómnibus fue una ciudad de ficción, una ciudad de "puesta en escena" en la que a diario los visitantes llegan creyendo que alcanzarán una cercana conexión con la cultura germana y quienes la habitan les siguen el juego haciendo "como si fueran" sabiendo "que no lo son". Igualmente, así y todo, si se es consciente de esa convención implícita, la villa bien vale la pena una visita y seguramente formará parte del arcón de recuerdos inolvidables atesorados en el camino por las geografías argentinas.
VILLA GENERAL BELGRANO
Valle de Calamuchita, Córdoba.
Datos útiles
Sitio Oficial
Cómo llegar
* Desde Buenos Aires: Terminal de Retiro (Empresa Chevallier) Servicios directos a Villa General Belgrano o a Córdoba Capital.
* Desde Córdoba: Autobús cada 1 hora desde la Terminal de Ómnibus de Córdoba.
Cuando ir
* Si bien la visita a Villa General Belgrano es aconsejable hacerla en cualquier momento del año se deberá tener en cuenta que si se decide asistir en fechas del Oktoberfest (generalmente los primeros quince días del mes de Octubre) deberán reservar alojamientos, pasajes y vuelos con una anticipación cercana a los dos meses previos al evento ya que hacerlo directamente allí es casi imposible).
* Si desean vivir la experiencia de la Cerveza pero fuera del circuito de la Oktober pueden ir en enero y febrero, fechas en que se lleva a cabo el SOMMERFEST (especie de fiesta paralela y que dura aproximadamente seis dias en la Plaza José Hernández) donde además de oferta etílica permiten un contacto con lo mejor de la cultura alemana a través de actividades como danzas, tiros de arco y flecha y la Orquesta típica alemana con su espectáculo.
* Durante Semana santa se llevan a cabo las Fiestas de la masa vienesa y del chocolate, siendo una buena propuesta para ampliar el tur gastronómico si deciden ir en esas fechas.
* Durante el invierno es probable que la zona sufra nevadas y durante el verano el calor puede resultar agobiante, así que tengan en cuenta esas variables para decidir la fecha del viaje.