Soy uno de esos tipos raros que respalda el cine español acudiendo a las salas a ver sus producciones. De hecho, creo que visiono anulamente el mismo número de películas nacionales que americanas. Resulta además que Fernando León de Aranoa es uno de esos directores con los que, a pesar de ciertas discrepancias, tiendo a empatizar, pues entendemos el cine de manera similar. De modo que, el pasado sábado, tenía ante mí un escenario ideal para presenciar Un día perfecto; una producción ambiciosa con un plantel de actores internacional que, salvo por, como diría Rajoy plasma mediante, unas cosillas, no decepciona un ápice.
La película, aunque rodada en España, se ambienta en “algún lugar de los Balcanes” en los días finales del conflicto yugoeslavo (aunque ni siquiera los historiadores tienen claro cuándo fechar ese final, algo que, no obstante, queda patente en el film). La historia que nos presenta Aranoa es bien sencilla: varios miembros de un grupo de cooperantes abordan una jornada de trabajo en la que han de extraer un cadáver tirado a un pozo, tarea que se convertirá a la postre en una odisea; primero debido a la mala suerte, pues la cuerda usada para tal fin ser rompe, y luego debido a los intereses espurios de algunos habitantes de la zona que pretenden hacer negocio con la guerra. La condición humana. Un tema recurrente que hay mostrar desde puntos de vista poco manidos.
El filme resulta entretenido, visualmente atractivo y, sobre todo, magistral en el tono, que equilibra el drama de la guerra con una ironía sutil y estoica. Quizá la crítica haya que enfocarla hacia la parte melodramática, insertada con calzador en el guion; irrelevante, innecesaria e incluso, me atrevería a decir, plagada de clichés; una subtrama carente de un conflicto sólido que no conduce a parte alguna y que alarga el metraje diez minutos. Por otro lado, resulta interesante destacar un recurso muy bien utilizado en la narración: el mcguffin de la vaca minada abandonada en un camino que agiliza y domina el tempo de la trama.
Lástima que el cine español, tan visual y sensible, tan innovador y original, tienda siempre a patinar en errores de guion, de "autor", que los americanos, a pesar de su maniqueísmo, jamás cometen. En cualquier caso, se trata de un aspecto que, en opinión de este humilde espectador, no empaña un conjunto sólido dentro de una narración llevada con soltura e intensidad que se apoya en dos grandes actores y dos prometedoras actrices cuyos personajes compiten entre sí del mismo modo que el cine español, gracias a películas como esta, puede competir hoy día con el de cualquier país europeo.