Imagina que te hacen una prueba para averiguar si padeces una grave enfermedad que afecta a una de cada 200 personas.
El análisis tiene el 98% de fiabilidad, es decir, falla el 2% de las veces. Das positivo.
¿Debes asustarte? Sí, pero no en exceso.
Ahora estarás pensando: ¿Estás loco o qué?
Vamos a ver porqué digo esto.
De cada 10.000 personas, unas 50 tendrán la enfermedad (una de cada 200). De ellas, 49 obtendrán un resultado positivo en la prueba y una dará negativo (por el margen de error de la prueba del 2%).
En cuanto a la población sana (9.950 personas), 9.751 darán negativo y 199 positivo (igualmente por el margen de error de la prueba del 2%).
Luego, la mayoría de las personas diagnosticadas del mal en ese análisis (199 de 248) serán en realidad falsos positivos (80%).
Por lo tanto, la probabilidad de que padezcamos el mal, aún habiendo dado positivo en el análisis, es del 20%.
Aquí es cuando podría valer aquello de… ¡las apariencias engañan!
Éste es un ejemplo más de que saber un poco de matemáticas nos hace menos vulnerables a las falsas apariencias, e incluso… nos puede hacer un poco más felices.