“Un drama de caza”, de Anton Chejov

Publicado el 04 noviembre 2013 por Barcoborracho
Editorial Lectorum. México 2002 Traducción de Sergio Pitol
Los géneros son un modo de lectura. Podemos leer en clave fantástica los textos con pretensión realista y como realistas los cuentos de hadas, etc. Esto es sabido. Así como hizo Cervantes con los libros de caballerías, muchos autores soñaron con hacer un Quijote de los libros policiales, el género literario más popular del siglo XX*.
Hacia 1884 Anton Chejov se aventuró con una novela de este género. Fue publicada en un periódico de segunda fila a manera de folletín que posteriormente desapareció de circulación, hasta que en 1923 fue publicado nuevamente luego de que un editor la encontrase en ejemplares del desaparecido periódico. Históricamente, “Un drama de caza” significó dos hechos relevantes: fue la primera novela policial rusa; por otra fue la primera mirada vanguardista hacia el género, y en este sentido lo cierra al generar la primera parodia, aún antes que “Fantomas” (1911), de Marcel Allain y Pierre Souvestre. No sé si ésta afirmación es correcta, carezco del rigor científico para afirmar que anteriormente no se haya abordado el policial desde un punto de vista paródico, etc. En cualquier caso, hay que consignar una evidencia: las vanguardias no se interesaban por los géneros per se, sino por el arte y por sus mecanismos de legitimación. “Fantomas” no habla solo de crímenes misteriosos o cosas por el estilo, sino que con humor macabro descalabra la moral de una época.
Un caso más próximo en geografía y tiempo es el “Nick Carter…” (1975), de Mario Levrero. En esta novela se exalta el procedimiento del policial clásico: incógnita/misterio; tazas de té; criminal tipo Moriarty; una especie de Watson plegable; el imprescindible detective cerebral, pero con un ligero inconveniente: en vez de una inteligencia analítica, lo que tiene es una mentalidad esquizofrénica. Por lo mismo, todo se va a la mierda. Todo, excepto los procedimientos técnicos del policial más duro. En cualquier caso, “Nick Carter…” sigue la estela de “Fantomas”, con un giro perturbador la narración se pliega y despliega cuánticamente, hacia vericuetos cada vez más raros, sin perder sin embargo la linealidad más clásica. Como el relato de una pesadilla tragicómica. Encima, el narrador interlocuta con el personaje, consigo mismo, es impersonal y apenas puede le habla al lector.
Este enfrentamiento bifronte a la novela policial -al nivel de los personajes estereotípicos, y al nivel de la trama y la narración-, que la pervierte, creo que ya está en Chejov.
Por un lado, tenemos narrador doble: un editor de periódico recibe un manuscrito de parte de un misterioso hombre apuesto, que le dice que lo lea y si puede lo publique, que todo lo allí contado es real, etc. El editor enmarca, tipo sándwich, la historia: incluso se da el tupé de acusar al narrador de ser el artífice del crimen. Además, cuenta quién es el criminal apenas pasadas dos páginas. Cuando leemos la novela manuscrita, ya no le creemos nada al narrador de la misma, pues el editor ya nos dice: ese es el criminal, etc. No hay lo que se dice un develamiento paulatino de la trama, si no la espera, al pasar página tras página, de la evidencia que acredite la aseveración del editor. Este dato esperado hace que la novela ya no pueda ser leída como un policial, sino como una cosa rara, una impostura. Para colmo, el editor agrega notas al pie donde explica que borró algunas partes que le parecieron falsas o innecesarias. En otras palabras, nos allana el camino en dirección hacia dónde él apunta. Lo que leemos, por tanto, no es solo el manuscrito, sino la lectura-reescritura del editor. Por tanto, tenemos un doblez. Además, se sostiene en vagos tópicos góticos: castillo, bosque, pasión sexual, tormentas, nobleza, etc. Y en una pintura de personajes decadentes: borrachos, locos, mentirosos, estafadores, putas, etc.
Hay crimen, pero la investigación está totalmente falseada. Además, como queda dicho un poco más arriba, no se da siquiera la mínima oportunidad al lector de que saque sus conclusiones. Quizá debamos decir que el manuscrito y demás son invenciones del editor, pero no sé a cuenta de qué.
“Un drama de caza” es un policial, digamos, pero rarificado, retorcido, genial. La novela tiene 138 años pero parece haber sido escrita estos días, por un autor con lo mejor del Dostoievski cómico y la prosa impostadamente gótica y llena de pliegues de Julien Gracq. Y la planificación de un demente. Abre el camino a “Fantomas” y a “Nick Carter…” y llena de telarañas los Agatha Christie, P.D. James y el resto de la cohorte maloliente de los autores clásicos del género más popular del siglo pasado, hoy recauchutado nuevamente por la moda editorial.
* ”-Mi teoría –explicó- es la siguiente: la novela policial representa en el siglo XX lo que la novela de caballería en la época de Cervantes. Más todavía: creo que podría hacerse algo equivalente a Don Quijote: una sátira de la novela policial. Imaginen ustedes un individuo que se ha pasado la vida leyendo novelas policiales y que ha llegado a la locura de creer  que el mundo funciona como una novela de Nicholas Blake o Ellery Queen. Imaginen ese pobre tipo se larga finalmente a descubrir crímenes y a proceder en la vida real como procede un detective en una de esas novelas. Creo que se podría hacer algo divertido, trágico, simbólico, satírico y hermoso.” (Ernesto Sábato, “El túnel”)
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