Hace pocos años, el FMI elogió a Islandia como un ejemplo a seguir. Meses más tarde, el sistema hizo aguas dejando a los islandeses casi tan pobres como los españoles ahora. Nadie les pidió cuentas por su desatino a esos tecnócratas de esta institución que tanto ha contribuido a empobrecer a los más pobres. Ahora, Islandia está consiguiendo salir a flote con dignidad, aun a costa del enfado de holandeses y británicos.
Ahora, el FMI vuelve a citar otro caso ejemplar. Y es España, quién lo diría. España como ejemplo a seguir, al menos por los periféricos europeos, que no son parte del equipo central, pero ayudan a conectarlo con más consumidores, y es cabeza de ratón de esa Europa que ha ido siempre en segunda velocidad y ahora va a la deriva, sin tracción en punto muerto. Somos ejemplo de cortes y recortes (reforma lo llaman también) y vueltas de tuerca. Los daños colaterales de est política de miseria es una población en la miseria, como no podría ser de otra manera, deprimida, ni indignada ni con dignidad, tibia, resignada a su sino y supeditada a la voz de un amo invisible: el capital. Añade el FMI que también existe el riesgo de una generación perdida (más del 40% de los jóvenes está en paro), que además de afear las estadísticas, esconde la historia individual de un fracaso.
Pero no, no es un fracaso individual, es colectivo. Es el fracaso de todos, empezando por el FMI y otros organismos similares, que actúan tras el brazo armado de las sociedades de clasificación, siguiendo por los Gobiernos-títere cobardes que les bailan al son y acabando por todos nosotros, que seguimos aquí sentados, escribiendo, leyendo, enfadándonos en silencio, indignándonos a cada click.